viernes, 4 de septiembre de 2009

La inventio

--Hay que decirlo antes de nada, aunque sea superfluo, inventio significa descubrimiento, no otra cosa, y es que los enemigos de Santiago siempre han interpretado a su manera el famoso hallazgo. Dicho esto continuemos nuestra historia con la misma fe que tuvo Pelaio, el eremita que decía misa en el lugar donde hoy está la iglesia de San Fiz de Solobio, cuando tuvo la luminosa visión de fuegos y de estrellas.

Pelaio creyó, y la noticia de su visión bajó por el valle del Sar de boca en boca, deprisa, hasta llegar a la sede episcopal de Iria Flavia, donde Teodomiro creyó también. El obispo se preparó de inmediato, tomó su mula y se encaminó presto hacia aquel bosque espeso de zarzas y maleza, de carballos y castiñeiros (pues aún no habían llegado pinos y eucaliptos), de miedo e ilusión. Pero no penetró de repente, así como así, primero quiso purificarse adecuadamente mediante un ayuno de tres días; luego, mientras lo observaba todo desde fuera, desde aquel mar de toxos, carrascos, xestas e carqueixas, mandó abrir brecha en el bosque y entrar para ver cuáles eran los secretos que en el bosque se escondían:

Foy a aquel lugar desfacendo e cortando a espesidume fasta que chegaron onde estaba a Santa Coba, e entrou dentro e viron que estaba labrada e con dous arcos, e o moymento debaixo dun altar pequeno e incima unha pedra e a os lados outros dous moymentos que non eran de tanto altor, e puseronse en orazón e jajuou todo o pobo e abriron o do meu por inspirazón de Deus, e viron ser o do corpo do Santo Apostolo que tiña a cabeza curtada, e o bordón dentro cun letreiro que decia: Aquí jaz Jacobo Filho de Zebedeo e veu por mar co os seus discipulos fasta Iria Flavia de Galicia, e veu nun carro e bois de Lupa.
(Libro de la Hermandad de Cambeadores. Siglo XIV)


Sí, allí estaba el edículo, el sepulcro... y, con letreiro o sin él, lo cierto es que todas las antiguas consejas, las historias olvidadas, las tradiciones vivas, lo que hubiera referente a la sepultura de Santiago en tierras de Iria Flavia, se reanimó y formó en el corazón y en la mente de los presentes un vivo y operante sistema de pruebas que permitió identificar los huesos y las tumbas como del Apóstol y sus discípulos.
(Torrente Ballester)
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El descubrimiento de la tumba debió ser como un regalo del cielo para Teodomiro y su diócesis, perdida en la lejanía y en el aislamiento. Pero no se le subió a la cabeza, ni pensó en un inmediato viaje a Roma para contar al Papa cómo Iria Flavia también disponía de la tumba de uno de los Apóstoles, de uno de los más queridos por Jesús; ni se dirigió a Aquisgrán donde imperaba el omnipotente Carlomagno, no; se limitó, como buen vasallo, a enviar a uno de sus mensajeros a Oviedo para informar al débil rey asturiano de lo ocurrido, rey a quien no pudo sino agradar la buena nueva pues, como dice Torrente Ballester, no disfrutaba, precisamente, de una ración extraordinaria de gloria terrenal.

Cuando el bueno y casto Alfonso informó de tan grata noticia al Emperador, y luego al Papa León III, que a su vez lo comunicó a toda la cristiandad diciendo: Sepan que el cuerpo del bienaventurado Apóstol Santiago fue trasladado entero a España, en territorio de Galicia..., sobre la alicaída moral de la Europa cristiana se encendió una luz de esperanza, de ilusión, de unidad frente al Islam; una luz que desde la lejana Compostela lo iluminaba todo, una luz que atrajo a las multitudes con tanta fuerza que se igualó a la de Roma o a la de Jerusalén.