domingo, 13 de enero de 2013

El Camino Portugués


 

7.7.- El camino portugués. Este camino subía desde el sur de Portugal, y especialmente desde Lisboa, hasta Compostela. Cruzaba Santarém, Tomar, Coimbra, Oporto, Ponte de Lima, Valença, y entraba en Galicia por Tuy. Los peregrinos encontraban en él gran ayuda y buenas limosnas, tanto de los particulares como de las instituciones oficiales, aunque el trayecto era peligroso.

Nicola Albani lo recorrió en el siglo XVIII hasta Lisboa y nos dejó alguna de sus impresiones. Destaca especialmente su encuentro con un facineroso, provisto de espada, en la zona de Ponte de Lima, al que se enfrentó con su bordón. Para entonces, Nicola era ya un viajero experto (¡había venido andando desde Italia!) y sabía de los peligros del camino, así que había acabado su bordón en un hierro puntiagudo que pudiera servirle en caso de necesidad, como así fue. Los dos hombres, ladrón y peregrino, lucharon y, aunque los dos salieron malparados, la peor parte fue para el bandido que quedó tendido en el suelo, quizá muerto.

El Miño se cruzaba entonces en barcas, sin gran dificultad, y se entraba en la ciudad fronteriza de Tuy, donde el peregrino portugués seguía sintiéndose como en casa:

A Galiza mai-lo Minho
sao dous amigos leais,
bicados pelas mismas aguas,
filhinhos dos mesmos pais.


Na verde Galiza
eu sinto-me irmao
na lingua, no abraço
no aperto de mao.
(Grupo Tertulia Guimarães)

Desde allí, en una jornada, se alcanzaba la ría de Vigo, a la altura de Redondela, donde había un pequeño hospital de peregrinos en el que se alojó Albani y donde le ocurrió cierta aventura que él nos relató con sencillez. La resumimos a continuación:

En cuanto el peregrino Nicola alcanzó Redondela, se dedicó, como hacía habitualmente, a pedir limosna; y la jornada le fue propicia pues recaudó bastante pan y muchos peces parecidos a sardinas. Por la noche se puso a asarlos en el refectorio del hospital, y como le sobraran y hubieran llegado mientras tanto dos peregrinas jóvenes, las invitó a comer de lo suyo. La velada fue distendida hasta que llegado un momento, las bromas fueron subiendo de nivel y, sin muchos rodeos, la más joven y más bella de las dos le manifestó su deseo de pasar la noche con él. Pero Nicola había hecho el inmenso sacrificio de caminar desde su Nápoles natal, con riesgo de su vida, para purificarse y santificarse, y no era cosa de echarlo todo a perder por culpa de una jovencita, así que se opuso en redondo. No obstante, como las bromas aumentaran, el italiano decidió abandonar la reunión y marcharse a la cama.

El día había sido duro, y nuestro italiano no tardó en dormirse. Mas, hete aquí que, en uno de sus movimientos, notó que alguien le acompañaba en la cama. Nicola se sobresaltó y, tras calmarse algo, se dio cuenta de que la hermosa joven estaba a su lado totalmente desnuda. Él la conminó, con voz queda, a que se marchara, pero la muchacha contestaba con sonrisas y bromas. Y Nicola temía que todas las indulgencias ganadas en Santiago con tanto trabajo se le esfumaran en un instante, y no sabía qué hacer, pues la peregrina seguía en sus trece. Tuvo entonces un arrebato napolitano y, sin pensárselo dos veces, llamó al ama, que vino con su hijo, y entre los dos molieron a palos a la ardiente peregrina.

La historia de las dos peregrinas redondelanas nos trae a la memoria los viajes de otras romeras, algunos como los de la célebre viuda de Bath, contados por Chaucer, o los de la ya citada Margery Kempe a quien sus numerosas peregrinaciones no impidieron, si es que no ayudaron, a tener catorce hijos... Ciertamente, no todo en el camino era santidad; recordemos sino las advertencias que ya el Códice Calixtino dedicaba a estos temas: el vino y las mujeres hacen apostatar al sabio.

El camino portugués continuaba por Pontevedra, ciudad de gran tradición caminera y a la que Albani dedica grandes elogios. Conserva una parroquia dedicada a la Virgen del Camino, y su patrona, la Divina Peregrina, es una virgen descrita por Álvaro Cunqueiro como adornada por conchas de vieira, vestida con graciosa esclavina, y llevando en la mano diestra el bordón del romero, con la calabacilla llena de agua para la sed caminera. Y en el brazo izquierdo, el Niño, que María no sabe ir sola... La iglesia de la Peregrina es una joya barroca con planta en forma de vieira, lo que habla por sí sola de su relación con el camino y con el peregrino.

Tras la etapa pontevedresa, el Camino se adentra en tierras coruñesas por la vieja Iria Flavia, cuya parroquia pasó de sede catedralicia a colegiata, para ser más tarde suprimida. De su viejo esplendor nada se conserva. Pero queda Padrón, y su desgastado pedrón, la vieja ara romana a la que amarraron la barca jacobea. Más allá, el Camino enfila el valle del Sar y se dirige presto a Compostela.

El Camino de la Plata


7.6.- El camino de la plata. La antigua vía romana que iba de Mérida a Asturias debía tener buen firme y, sobre todo, ser muy ancha. Así lo entendieron los musulmanes que aprovecharon para subir por ella hasta Galicia y bautizarla como Bal Lattá, que significa precisamente eso: camino ancho. Subieron por ella... y bajaron, pues dicen que ese fue el camino que recorrieron las campanas santiaguesas llevadas por Almanzor a Córdoba.
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Hoy el camino llega a la romana Mérida procedente de Andalucía, y para cuando llega a Compostela ya se ha convertido en el camino jacobeo de mayor recorrido dentro de la península (si excluimos la prolongación del camino francés hasta Cataluña). Atrás va dejando algunas de las más bellas ciudades de España como Cáceres, Salamanca y Zamora, todas ellas preludios en caliza de lo que será el granito en Compostela. Son tierras de encinas y alcornoques, de buenos jamones en Salamanca y recios vinos en Zamora. Tierras de reconquista y repoblación, de emigración y conquistadores; tierras de los Caballeros de Santiago, que antes de llamarse así no eran sino los Frates de Cáceres.
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El camino se bifurcaba en Zamora donde unos peregrinos se dirigían a Astorga, para unirse al camino francés, mientras que otros se encauzaban, por Sanabria, Verín y Ourense, directos hacia Santiago. Este tramo sur del camino platense era muy duro y su mayor recompensa estaba en la visita a la catedral ourensana, una auténtica joya preludio de la del Apóstol.
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