viernes, 19 de febrero de 2010

Diario de una pareja de peregrinos: Etapa 7: Nájera, Santo Domingo de la Calzada, Grañón / 28 kms.

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¡Cuánto camino por delante!
Con la ilusión y el objetivo de aproximarnos a Castilla y León, tercera región (o para ser políticamente correctos, comunidad autónoma) que pisaremos en nuestra andadura y que nos acompañará aún en muchas etapas, reanudamos la marcha desde Nájera. Un frío intenso, bajo un cielo limpio y estrellado, nos acoge al salir. No importa, estamos contentos y animados por haber superado las últimas dificultades. Callejeamos por Nájera y comenzamos un leve ascenso hasta superar los escarpes que el río Najerilla ha formado en su constante labor de erosión. Paramos un momento y desandamos unos metros el camino para despedirnos de la ciudad. Es curioso comprobar qué distintas son las vistas, la luz, los colores, las sensaciones e incluso las emociones que percibes o experimentas cuando, ante un mismo “motivo”, lo contemplas “yendo” o “viniendo”. Igual de bello, pero muy distinto. Y ese experimento, que ya habíamos realizado con profusión en etapas precedentes y que nos proponemos hacer casi disciplinadamente en el resto de la ruta, nos hizo preguntarnos: ¿cómo sería el Camino de Santiago en sentido inverso?. No deja de ser sorprendente que los medios de comunicación, las guías, los libros o los propios peregrinos, nos hablen siempre de su camino a Santiago y no desde Compostela. De hecho, nos hemos encontrado alguna vez con peregrinos de regreso y, por ello, nos propusimos profundizar en sus experiencias de vuelta cuando tuviésemos oportunidad. Y no tardaríamos en hacerlo.

Barbechos y cereales. Al fondo la Sierra de la Demanda.
El caso es que seguimos la marcha atravesando la hidalga Azofra, muy próxima a San Millán de la Cogolla, cuna del castellano y luego Cirueña y más campos de viñedos ya salpicados con otros de cereales, signo de la proximidad de Castilla. Poco después el camino nos deparó, súbitamente, una preciosa y emocionante vista, Santo Domingo de la Calzada. Aún lejos, la torre barroca de su catedral nos era perfectamente reconocible. Estábamos a punto de entrar en una de las localidades emblemáticas del Camino, en la que su santo patrono construyó, por y para los peregrinos, el puente sobre el río Oja (que da nombre a toda la región), así como albergues y hospitales. Junto a uno de estos hospitales, hoy Parador de Turismo, se nos presentó la oportunidad a la que antes nos referíamos: un peregrino francés, con un castellano casi perfecto, volvía de Santiago; además de mostrarnos, orgulloso, su Compostela, nos contó cómo en su camino de vuelta, que hacía exactamente por donde hizo el de ida, había vistos rincones, parajes, ermitas que juraría no estaban cuando iba. O, en otro orden de cosas, cómo se sentía más fuerte, más bueno y más tolerante, renovado fue su expresión exacta, en el camino de regreso, después de comprobar cómo había superado los numerosos y difíciles trances que la ruta le había planteado a lo largo de sus más de dos mil kilómetros de ida; él había salido de cerca de París, recorriendo la llamada Vía Turonense (París-Tours-Poitiers-Burdeos-Roncesvalles-Santiago).

La vista de Santo Domingo de la Calzada nos llenó de emoción.

Comentando con cierta envidia la hazaña de Jean Paul, recorrimos Santo Domingo, visitamos su catedral, cruzamos por el famoso puente y continuamos, por una cómoda y llana pista, los casi siete kilómetros que nos separaban de Grañón, último pueblo riojano del Camino.
M y J

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