lunes, 26 de julio de 2010

Apuntes Jacobeos: El oficio de truhan

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Pícaros (Niños comiendo melón y uvas. Murillo)

4.10.- El oficio de truhán. Copiamos de Torrente Ballester: A la vista de las murallas, una caterva de pícaros se acerca a los peregrinos. Con palabras que remedan los idiomas respectivos, les ofrecen reliquias, comida, hospedaje. Ya no les dejarán en paz hasta el regreso. El peregrino, como el viajero moderno, ha de padecer esta pícara gente que hace su agosto de la piedad...

Pero eso no era lo peor. Mal que bien, el peregrino podía defenderse de la caterva de pícaros compostelanos, mas, ¿cómo defenderse de todos los malhechores que acechaban por los largos y solitarios caminos? La cantidad de peligros a los que se veía sometido eran numerosos. He aquí algunos de los engaños que el romero podía sufrir a lo largo del camino recopilados por Ana Arranz Guzmán: 
- Los robos efectuados por los posaderos, bien de manera individual, bien sirviéndose de compinches.
- Los realizados por los vaqueros.
- Los llevados a cabo por bribones que ofrecen, fingiendo caridad y amistad, sus casa para hospedar a incautos peregrinos.
- Los perpetrados por cambistas tramposos.
- Los de especieros y drogueros que adulteran jarabes y antídotos.
- Los vendedores de falsas reliquias.
- Los efectuados por los comerciantes que venden más caro a los peregrinos que a su vecinos, y utilizan medidas y pesos falsos.
- Los realizados por los cobradores de portazgo.
- Los de aquellos que utilizan hábitos eclesiásticos para confesar al peregrino y, más tarde, robarle.
- Los perpetrados por simples salteadores de caminos, que no emplean ya el engaño, sino la pura violencia.
- Los que pretenden conseguir los bienes de un peregrino impidiéndole testar.
- Los llevados a cabo entre los propios peregrinos.
Los reyes y ayuntamientos mostraron una gran preocupación por la situación, y fueron muchas las ordenanzas con que trataron de evitar tanto engaño. Pero nunca fue posible desterrar a los truhanes acostumbrados a la vida fácil, truhanes entre los que había gente muy luzida como ortigas entre yerbas, en afortunada frase de Juan de Huarte.

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