martes, 9 de febrero de 2010

Diario de una pareja de peregrinos: Etapa 6: Viana, Logroño, Nájera / 36 kms

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A las puertas de Logroño

Después de la empapada experiencia de la etapa anterior, la idea era recuperar algo del tiempo perdido. Sellada la credencial en el albergue, salimos muy temprano de Viana. El corto y cómodo camino hasta Logroño nos permitió centrar nuestros pensamientos y nuestra conversación en las dificultades de la peregrinación. ¿Cómo soportarían los peregrinos de otro tiempo los rigores de la naturaleza? ¿Cómo combatirían el frío, la lluvia, el barro? ¿Cuántos peregrinos habrán quedado en el camino? ¿Cuántos más enfermarían, quizá con resultado de muerte, antes de llegar a Santiago? Hemos llegado incluso a cuestionarnos la autenticidad de nuestra peregrinación, porque con nuestra cómoda indumentaria, preparada para combatir el frío y la lluvia, con nuestro universal acceso a los fármacos y la asistencia médica,  con nuestra fácil y abundante nutrición, etc, cualquier comparación con los peregrinos del medioevo resulta casi insultante. Es más, una vez que has pasado toda la etapa bajo la lluvia, ahora entras en una ciudad moderna, con calefacción y cama limpia y caliente. Pero, ¿cómo era Viana, por poner un ejemplo, hace ocho o nueve siglos? ¿Qué podría ofrecerte su albergue? Un viejo y sucio jergón y quizá una rudimentaria hoguera. Poco más, aparte de la entrega y los cuidados de los religiosos hospitaleros. En estas etapas ya recorridas, más de una vez hemos visto placas en memoria de algún peregrino que perdió la vida en el intento. Su lectura nos deja una cierta tristeza y la solidaridad con esas personas, las contemporáneas y las caídas a lo largo de tantos siglos de devoción jacobea, tan desconocidas y, sin embargo, tan próximas afectivamente. Con esos incómodos pensamientos, que nos hacían sentir mala conciencia por las quejas y lamentos de la experiencia vivida en la etapa precedente, casi sin darnos cuenta, estábamos ya a las puertas de Logroño. Poco después de cruzar el límite entre Navarra y La Rioja y tras coronar un pequeño cerro, apareció ante nosotros la silueta de la ciudad, destacando de entre su caserío las torres barrocas de su Catedral.

Puerta del antiguo hospital de peregrinos de Navarrete colocada hoy en el cementerio de dicha localidad

Nuestra intención era pasar rápidamente por Logroño, sellar la credencial y seguir camino sin detenernos apenas ante la Iglesia de Santiago o la propia Catedral, no por no parecernos interesantes, sino por la intención de recuperar el tiempo perdido. Pero dos curiosas anécdotas iban a ponernos difícil el objetivo. Cuando atravesábamos el puente de piedra sobre el Ebro, construido sobre uno anterior de la época de Santo Domingo de la Calzada, nos cruzamos con un hombre mayor que se dirigió a nosotros con una sola palabra: ultreia. Era la primera vez que alguien nos recibía con el saludo jacobeo descrito en el Codex Calixtinus. Menos mal que teníamos información previa y, al unísono, le respondimos con un sonoro et suseia. Al instante, el serio rostro de nuestro interlocutor, que suponemos constató con ello nuestra condición de peregrinos, se tornó amable y afectuoso y nos dio mil y una explicación sobre por dónde atravesar la ciudad y dónde sellar la credencial. Y cuando callejeábamos por el casco viejo, nos vimos constantemente interrumpidos por fotógrafos aficionados que participaban en una especie de concurso local, haciéndonos posar una y otra vez para sus cámaras. Se ve que la estampa de dos madrugadores peregrinos atravesando la ciudad les pareció un atractivo “motivo” fotográfico. Quizá hasta ganamos el concurso…

Explosión de color en campos de vides camino de Nájera

Salimos de la ciudad por una espléndida zona verde, el parque de San Miguel, seguida de otra aun más espléndida, el parque y embalse de la Grajera. Desde allí remontamos unas pequeñas lomas volviendo la vista atrás alguna vez para contemplar, desde los viñedos, la hermosa estampa de Logroño. Las localidades de Navarrete y Ventosa fueron nuestras siguientes etapas volantes antes de coronar el pequeño puerto de San Antón, desde el que ya se veía Nájera. Aún nos quedaban, sin embargo, dos largas horas para llegar a esta ciudad, en la que entramos después de recorrer en total 36 kilómetros. Era visita obligada su Monasterio de Santa María la Real, una auténtica colección de obras de arte, entre las que destacamos  el sepulcro románico de Blanca de Navarra y el Claustro de los Caballeros.

Concluida la visita y recordando los incómodos pensamientos del inicio de la etapa y por ello sin confesar el evidente cansancio que sentíamos a causa de la distancia recorrida y del ritmo de la marcha, pudimos descansar disfrutando de los cálidos y confortables servicios que la antigua capital del reino de Navarra ofrece al peregrino de hoy. 
M y J

1 comentario:

  1. Me impresionó especialmente vuestra etapa anterior,con viento y lluvia que parecia clavarse en el rostro.Observo que el Camino no es precisamente una experiencia bucólica... Quizas cuando iniciásteis esta aventura,no esperábais un invierno tan duro.Sólo la fotaleza que os caracteriza,os impulsa a continuar vuestro viaje en esta época tan desapacible.¡ULTREIA!!!

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