martes, 21 de diciembre de 2010

Apuntes Jacobeos: Peregrinación a costa del peregrino

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Muerte en el Camino

5.10.- Peregrinación a costa del peregrino. Hoy todos sabemos lo poco respetadas que son las propiedades de los turistas, y eso hoy en que los viajes son cortos (en tiempo) y existe el dinero de plástico... Para el peregrino medieval, el peligro de ser expoliado e incluso el de perder la vida en defensa de sus pertenencias debía ser muy alto y de él advierten todas las guías, el Códice Calixtino el primero. Los malhechores se entremezclaban con el inframundo de los vagabundos, haraganes y tunantes de los que eran difíciles de distinguir.

Mendigo
Como corroboración de la situación de inseguridad existente recordemos que, en 1478, el Cabildo compostelano denunció ante Fernando el Católico como algunos caballeros, escuderos y otras personas del reino de Galicia atacan, retienen, roban, matan e hieren a los peregrinos, por lo que los dichos peregrinos por themor et miedo de los susodichos delinquentes no osan yr a la dicha Santa Yglesia de Santiago.

Pero quizá lo que más abundaba era el simple timador, el vendedor de reliquias que, en realidad, no eran sino huesos de perro; el guía que cobraba por enseñar tumbas de santos famosos cuando en realidad el muerto no solía ser famoso ni tampoco santo (al menos conocido). En el Códice Calixtino se relata el caso de falsos herboristas que se dedicaban a la elaboración de pócimas mágicas para la curación de viajeros enfermos y cansados. Numerosos eran los incautos que acababan sin dinero... y dando gracias a Dios si no habían sido envenenados con aquellos brebajes adquiridos como panacea.

Otro aspecto de la delincuencia, no muy comentado, es el de la prostitución, una lacra que obligó a la promulgación de numerosas disposiciones jurídicas capaces de proteger a las mujeres honradas y evitar que fuesen víctimas de la picaresca y de la promiscuidad de sexos. Famosas fueron las meretrices de Puerto Marín y Palas de Rey a las que el Calixtino condena violentamente, y en Astorga había un pequeño recinto, cerrado por unas rejas que todavía se conservan, donde se encerraba a las mujeres pecadoras y a las cuales los peregrinos arrojaban mendrugos de pan por entre los barrotes.

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