lunes, 4 de enero de 2010

El transporte de piedras

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Foto: Rosa Villada
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2.9.- El transporte de piedras: Allá en Foncebadón, un sufrido poste de madera sostiene una cruz metálica que desafía todos los vientos, todos las lluvias, todas las nieves. A su pie se ha ido formando una montaña de piedras de distintos tamaños que los peregrinos acercaron hasta allí para afianzar el poste que sostiene la cruz. ¿Quién les ha explicado que el suelo era poco firme o que el poste era endeble? ¿No sería más fácil cimentarlo mejor?

Las crónicas del camino también nos hablan de peregrinos que llevaban piedras hasta los hornos de cal próximos a Santiago donde, al ser cocidas, proporcionaban el aglomerante con que unir las distintas piedras de la fábrica catedralicia. Y, me pregunto yo, ¿cómo sabían ellos cuáles eran las piedras válidas?

Y luego están los montones de piedras que dicen que marcan los cruces de caminos, sitios montañosos en los que los peregrinos podrían perderse a causa de la nieve o de la niebla. Hasta allí subieron aquellas piedras quizá por un extraño presentimiento o una rara necesidad. A estos montones de piedras acumuladas por los romeros llamaron montjoies los franceses y monxois los gallegos.

¿Por qué tanto movimiento de piedras? Los peregrinos podrían ayudar de otras muchas maneras, arreglando caminos o sirviendo agua a los canteros de la catedral. Pero su anhelo era llevar pequeños mampuestos y amontonarlos en algún sitio significativo, como en una pervivencia de cultos herméticos, deseosos de ahuyentar de sí a ladrones y bandidos de los cuales Hermes era abogado. En todo caso, esos montones de piedra son hoy símbolos del camino que atraen nuestro recuerdo hacia antiguas tradiciones y leyendas.