Largo y duro es el camino, y duras y frías
debían ser las noches pasadas en malas camas, con escasa ropa, o en húmedos
pajares. Sólo la charla con el ocasional compañero de camino o de albergue
podía hacer olvidar tanto sufrimiento. Y, para el peregrino devoto, ningún tema
de conversación mejor que la narración de viejas leyendas, de recientes
milagros. Su cuerpo se sentiría animado a continuar con el esfuerzo y su alma
se reconfortaría oyendo de tanto buen hombre dedicado a la ayuda humanitaria.
Muchas de esas leyendas fueron recogidas por escrito por los primeros hombres
del camino y gran parte de ellas llegaron hasta nosotros plenas de sencillez e
ingenuidad. He aquí algunas.
8.1.- El canto de la gallina.
Estamos en Santo Domingo de la Calzada. En una de las versiones del milagro,
nos cuenta el señor de Caumont: Un
peregrino y su mujer iban a Santiago y llevaban con ellos un hijo que tenían
muy guapo mozo, y en la posada en que se alojaron por la noche había una
sirvienta que se enamoró mucho de dicho muchacho, y porque él no le hizo caso,
se indignó tanto con él que por la noche, mientras dormía, entró en su cuarto y
metió en su escarcela una taza de plata de las del posadero...
A la mañana siguiente, padres e hijo
partieron hacia Santiago sin desconfiar nada. Pero la doncella avisó al
posadero de la falta de la pieza y hasta le sugirió quienes debían ser los
culpables. La correspondiente persecución y posterior inspección de los
zurrones condujo a la inculpación del joven, que fue llevado ante la justicia y
condenado a la horca.
Como era de esperar, los padres estaban
entre incrédulos y abochornados por los acontecimientos, pero no por ello
suspendieron su viaje a Compostela, sino que, dejando a su hijo colgado de la
horca, aprovecharon para ir y pedir al Apóstol su intercesión para conseguir el
perdón del muchacho. No se demoraron en Santiago, y pronto estuvieron de nuevo
en Santo Domingo; mas, cuando se acercaron a la horca de la que pendía el
cuerpo de su hijo para rezar por él y pedir a Dios por su alma, éste les habló
con naturalidad y les dijo que se encontraba perfectamente bien, incluso sin
molestias ni cansancio...
Comprendiendo los padres lo milagroso de
la situación, corrieron a contárselo al juez quien, casualmente, se encontraba
a punto de comerse una gallina recién asada. Cuanto más insistían los
atribulados peregrinos para que ordenara la libertad de su hijo, más aumentaba
el gesto de sonrisa en la incrédula cara del juez, que ya se aprestaba a
trinchar la gallina. Finalmente, entre risas murmuró: más creería yo en que fuera a cantar esta gallina asada que en que lo
hiciera el ahorcado...
Y entonces cantó la gallina, y se asustó
el juez, y todos corrieron a la horca, y allí estaba el muchacho con tan buena
salud como siempre... Y todavía hoy se conserva
en la iglesia una gallina, de la estirpe de la que cantó después de asada, y yo
la he visto, y es completamente blanca.
VERSIÓN VIDEO:
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