lunes, 27 de mayo de 2013

El Pectus Iacobeus

-
Conchas de vieira recogidas en la zona de Nápoles, Italia. Foto: Ellensshells.
-
8.2.- Pectus Iacobeus. Según algunos, esta leyenda explicaría por qué la vieira se convirtió en uno de los símbolos más característicos del peregrino devoto de Santiago. Del milagro se cuentan numerosas versiones; aquí procuramos no alejarnos demasiado de la recogida por el profesor Filgueira Valverde en Alcobaça, versión que hace referencia a un sitio tan querido como es Bouças, aunque, para el profesor, el nombre se refiera a una montaña. Digamos pues que el milagro ocurrió en la ría de Vigo, quizá frente al actual barrio de Bouzas, en donde contraían matrimonio los hijos de unos ricos potentados portugueses. Pero, teniendo en cuenta que la misma historia aparece también por las tierras del Douro, tierras a las que pertenecían los novios, bien podría haber ocurrido algo más al sur, allende las aguas del Miño.

      Bien, como hemos dicho, se trataba de una boda. Los novios acaban de contraer matrimonio y, nada más acabada la pomposa ceremonia nupcial, tal como entonces era costumbre por aquellas tierras, novios e invitados se dirigieron a la playa próxima para continuar la fiesta con la recitación de poemas, cantos de trovas y músicas festivas. También era costumbre que los caballeros presentes se dedicasen a bafordar, es decir, a tirar al aire sus lanzas para, cabalgando tras ellas, intentar recogerlas antes de que cayeran sobre la húmeda arena. En esta competición participaba también el novio, que se divertía con el resto de los invitados.

      Pero quisieron las circunstancias, o la Divina Providencia, quién sabe, que en aquel momento pasara frente a la concurrida playa, camino de Iria Flavia, la barca que conducía los restos mortales del apóstol Santiago. El sol estaba todavía alto y la mar estaba encalmada. Los caballeros lanzaban, perseguían, agarraban sus largas picas una y otra vez: el padre, el tío, padrino...  Y todo transcurría con feliz normalidad, hasta que el novio, como trastornado por incógnitos motivos, tiró su lanza para, en vez de correr tras ella, dirigirse con su caballo hacia las frescas aguas de la playa, hacia aquella barca desconocida que navegaba empujada por el viento y mecida por las olas.

      Nadie se explicaba el hecho. Todos a una llamaban al caballero pidiéndole que regresara. Pero él seguía, sin mirar atrás siquiera, dejando una estela de blanca espuma, sumergiéndose más y más en lo profundo de las aguas. Y llegó un momento en que los asustados amigos, y la aterrorizada novia, perdieron de vista al jinete, y sólo podía observarse el débil remolino que iba formándose en la superficie del agua por encima de aquel caballero al que se suponía ahogado.

      Desde el pequeño navío, unos hombres de tez morena y nariz puntiaguda observaban también la blanca estela, pero sus caras eran más relajadas, y sus miradas chispeaban de rara felicidad. El remolino se acercó a la barca, empezó a crecer y las aguas comenzaron a burbujear mientras se adivinaba la aparición del jinete submarino. Pronto fue posible ver su cabeza, y sus hombros, y la enjaezada montura que ahora lo transportaba trotando por encima de las aguas. Las caras de los invitados a la boda se habían quedado como petrificadas. Los ojos de la novia, grandes y redondos como platos, no osaban ni pestañear. Los tripulantes de la barca parecían ser los únicos relajados, los menos sorprendidos de ver a caballo y caballero, completamente recubiertos de conchas de vieira, paseando misteriosamente por encima de las olas. El mismo caballero estaba tan sorprendido del hecho que se acercó a los navegantes y preguntó qué ocurría, que a qué se debían aquellos sucesos inexplicables. Y desde la barca le sonrieron amablemente, y hablaron de la omnipotencia del Señor y de la presencia de los restos mortales del discípulo amado por Cristo Jesús; y el novio, que no había entendido nada, dejó de preguntar.

      Luego, los portadores del cadáver del primero de los mártires apostólicos siguieron su camino hacia la más bella y amplia de las rías gallegas, en cuyo fondo pretendían desembarcar los restos santos; y el novio, caballero en su caballo, caminó sobre las suaves olas del mar Atlántico hasta la playa. Los invitados saltaban de alegría y asombro mientras la joven esposa corría para abrazar al marido escondido tras el tupido manto de conchas de vieira. Y todos supieron que aquel milagro era obra del Apóstol, y que la vieira protectora, que había impedido a caballo y caballero morir ahogados, no podía ser sino el símbolo del Apóstol Peregrino.

      Esta es la leyenda, o una de sus versiones, pues muchas son las que se conservan. Y unos la contaron a otros, y la conoció todo el pueblo, y pronto se extendió por las tierras de Galicia, y más allá hasta las tierras de Castilla, Francia y la Cristiandad toda. Todos supieron que los tripulantes de la barca eran aquellos Atanasio y Teodoro que fueron enterrados con el Apóstol en los bosques de Libredón, y todos convinieron en que la vieira era un símbolo del Apóstol, y ya nadie viaja a Compostela sin colgar una de su cuello o vestimenta.

      Como hemos visto, la vieira se impuso como símbolo jacobeo desde muy pronto. Recordemos sino el texto del Calixtino donde se nos muestra el conocimiento que de ella se tenía en Italia Central ya al principio del siglo XII:

      Corriendo el año mil ciento seis de la encarnación del Señor, a cierto caballero en tierras de Apulia se le hinchó la garganta como un odre lleno de aire. Y como no hallase en ningún médico remedio que le sanase, confiado en Santiago Apóstol dijo que si pudiera hallar alguna concha de las que suelen llevar consigo los peregrinos que regresan de Santiago y tocase con ella su garganta enferma, tendría remedio inmediato. Y habiéndola encontrado en casa de cierto peregrino vecino suyo, tocó su garganta y sanó, y marchó luego al sepulcro del Apóstol en Galicia...

      El milagro, además de documentar esa temprana utilización de la vieira como símbolo peregrino, nos la muestra también como objeto de devoción, con una utilización más o menos milagrera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario