domingo, 16 de octubre de 2011

Apuntes Jacobeos: Las peregrinaciones en los siglos XVIII y XIX


Nicola Albani: Viaje de Nápoles a Santiago de Galicia

6.9.- Los siglos XVIIII y XIX.- Nada nuevo hay en estos siglos. El cuerpo del Apóstol sigue desaparecido y aunque las peregrinaciones no han cesado, ni mucho menos, tampoco son lo que eran. Nicola Albani está en Compostela en un lluvioso noviembre de 1743 y nos cuenta que, en esos días, llegaban al Hospital Real unos treinta o cuarenta viajeros diarios. Esa es todavía una cantidad importante, pues nos daría la cifra de unos mil viajeros para un mes de poca afluencia como es noviembre, y contando sólo los acogidos en el Hospital Real.

      Unos años antes que Albani había llegado el tantas veces citado peregrino francés Guillermo Manier que, aunque no siempre bien informado, nos dejó constancia de los numerosos centros de acogida de peregrinos que aún funcionaban en esa época. En el día de su llegada, Manier comió pan, sopa y carne en San Francisco; bacalao, carne y pan en los benedictinos de San Martín; pan y carne en Santa Teresa; pan en los jesuitas y sopa en Santo Domingo; lo que, como dice Torrente Ballester, no está mal, incluso para un francés.

      En el siguiente siglo, el XIX, las cosas continúan parecidas. La visita más curiosa, de las que nos ha quedado constancia, es quizá la de George Borrow, un vendedor de Biblias inglés que recorrió España en misión evangélica. Este visitante, que se hacía llamar don Jorgito el Inglés, y también don Jorge el de las Biblias, era un viajero culto que describió magníficamente todo lo que vio, salvo que los ritos y el lujo los pasa por su natural filtro puritano. La ciudad le pareció muy bella y estimó el número de sus habitantes en unos veinte mil; describió la catedral, que le pareció grandiosa, con bellas palabras:

      ... es casi imposible, a decir verdad, pasear por sus sombrías naves, oír la solemne música y los nobles cánticos, respirar el incienso de los grandes incensarios, lanzados a veces hasta la bóveda del techo por la maquinaria que los mueve, mientras los cirios gigantescos brillan aquí y allá en la penumbra, en los altares de numerosos santos, ante los que los fieles, de hinojos, exhalan sus plegarias en demanda de protección, de piedad y de amor, y dudar de que hollamos una casa donde el Señor mora con deleite.

      Claro que don Jorgito era un puritano de los de verdad, y tras dejarse llevar durante un rato por sus instintos y admirar la riqueza y belleza de los ritos compostelanos pronto vuelve a la ortodoxia y remata diciendo que ...el Señor no obstante se aparta de ella; no escucha, no mira, y si lo hace será con enojo.

      Pero este siglo, que había transcurrido sin grandes novedades hasta 1878, presencia en esa fecha un hecho importante: el cardenal Payá decide comenzar unas excavaciones en busca de los desaparecidos restos del Apóstol, y su valentía es coronada con el éxito al localizar la buscada tumba. El cardenal comunica al Papa León XIII la buena noticia y, tras el dictamen favorable de tres de los más prestigiosos catedráticos compostelanos a los que se había encargado el estudio, el Papa anuncia a la cristiandad que los restos hallados son los escondidos por el arzobispo don Juan de San Clemente y, por tanto, los del Apóstol Santiago. Así acababa un siglo y comenzaba otro.