Con motivo del día de las letras gallegas nuestro Canciller y Pertegueiro D. Enrique Santín Díaz pronunció este sábado pasado una interesantísima conferencia sobre el alma gallega en el nuevo local de las asociaciones de Alcobendas, conferencia que reproducimos por su amenidad e interés:
Hablar del alma, refiriéndonos al ser humano, no es del todo correcto, pues alma, en latín anima, la tiene todo ser dotado de un principio animador de vida. Desde este punto de vista, también los animales, a diferencia de los minerales y de los vegetales, tienen alma, es decir, vida propia, estando dotados de memoria, instinto y sensibilidad. Sólo el hombre, al que se define como animal racional, además de alma, tiene algo distinto y muy superior al resto de lo demás seres de la creación, que es el espíritu o lo que es lo mismo, alma racional, dotada de sus elementos característicos de entendimiento y voluntad.
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Sentada las anteriores premisas, estamos en disposición de aproximarnos al espíritu que anida en el alma de nuestro pueblo, de nuestra gente; en definitiva, al espíritu galaico.
Hablar del espíritu galaico es introducirnos en un mundo rico y complejo; no es fácil definir el ser gallego.
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Con gran lucidez y sentido del humor se llegó a afirmar que el gallego se “define” por su “indefinición”. Y esa gran verdad refleja la verdadera idiosincrasia de nuestros paisanos. Esa indefinición representa el carácter poliédrico del gallego, enemigo de dejarse encorsetar o de aceptar etiquetas que le constriñan e impidan su libertad de movimientos y de actitud ante la vida. El gallego no se resigna a que se le apliquen tópicos o estereotipos contrarios a su carácter esencialmente maniobrero y de adaptabilidad.
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El carácter gallego vive en una permanente paradoja. Sabe vivir y convivir. Es a la vez, escéptico, suspicaz y receptivo. Su desconfianza primaria le defiende frente a lo desconocido y, salvado ese primer escollo, lo convierte en solidario, generoso y cultivador de la amistad. Regatea la entrega y se entrega al que le demuestra su confianza y lealtad.
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No es partidario de lo blanco y lo negro. Le gustan los grises. No tiene aristas, no es agresivo. No acepta lo que se le plantea sin más. Es un escéptico crítico que no se deslumbra con las apariencias. Le gusta el fondo de las cosas y de los hombres. Tiene, como decía Emilio Castelar, “excesiva madurez de casta”. No es fácil de convencer al momento, tiene que pensar y repensar los pros y los contras. Huye de las afirmaciones rotundas e irreversibles. Difícilmente se sincera con su interlocutor si previamente no conoce o adivina su pensamiento. De ahí la afirmación de que “el gallego contesta preguntando”. Si se le dice: ”e ti, ¿cantos anos tes?”, responderá: “e ti ¿cantos me botas?.
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No aventura sus propias opiniones y decisiones. De ahí su carácter evasivo. Cuando se le pregunta por algún acontecimiento, su respuesta es desconcertante. “por un lado ti xa sabes o por outro que queres que che diga”. Es la clásica respuesta que a nada compromete. Así ocurre con la distinta percepción que tiene de la palabra escrita. Si por un lado para apoyar sus argumentos afirma: “Eso ven no periódico”, por otro, no duda en replicar que “o periódico ten conta do que lle poñen”. Se trata de sendas visiones para no asumir frontalmente verdades no contrastadas por su propia experiencia. De ahí la frase de que “el gallego sólo oye lo que ve”; pero no a través de ningún medio ajeno o intermediario, sino directamente.
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En el gallego priman los sentidos exteriores. De ahí su espíritu práctico. Más aún, su sensualismo, su contacto con las gentes y la naturaleza. En Galicia, país, paisaje y paisanaje es una trilogía que se traduce en una síntesis armoniosa y perfecta.
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El espíritu reservado del gallego, no es fruto de la timidez, sino de su proverbial sencillez y humildad. Por eso, rehúsa toda pedantería. El gallego no es fanfarrón ni presuntuoso. Valora el esfuerzo y el trabajo, como pilares para su progreso y desarrollo personal, familiar y profesional. Es ahorrador. No despilfarra, ni dilapida. No arriesga al albur.
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Se siente unido a la tierra o, mejor, al terruño y, al mismo tiempo, se siente ciudadano del mundo llevando a cuestas su “morriña”, ese “mal físico del cual se muere” según la Condesa de Pardo Bazán que, a la vez, le sirve de consuelo lejos de su añorada tierra. Anclado en sus orígenes y raíces, se adapta e integra en los países de destino, a los que se dirige y lo acogen.
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El gallego nunca es un desterrado. Nunca se siente extraño si le acompañan el trabajo y el espíritu de sacrificio y de superación. Sólo le angustia el deseo de retornar a su lugar nativo, aunque no siempre y, por desgracia, lo pueda conseguir. Por eso, decía Curros Enríquez “que como o Miño, o noso pobo, na terra onde nace quer morrer”.
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El gallego no es rebelde. Es de natural pacífico y laborioso. Ya, el gran Castelao decía que “el gallego no protesta, emigra”. Eso explica que en la poesía gallega predomine la lírica y el sentimiento, sobre la épica y la pasión
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En el gallego, pese a la diáspora; los lazos familiares son todavía muy fuertes, fruto del matriarcado que tanto arraigo y desarrollo tuvo en nuestros ancestros. Es cierto que muchas de esas características son propias de la Galicia campesina y marinera, dado el peso que en el sistema productivo gallego .tuvieron y aún tienen, la agricultura, la pesca y la ganadería.
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Otro dato relevante en el análisis de la psicología del espíritu galaico lo constituye, su propensión al individualismo lo que explica el escaso eco que tuvo en Galicia, el movimiento cooperativo, debido en gran parte a la defensa a ultranza de una propiedad minifundista y, por ende, antieconómica. Durante muchos años, la dispersión de la población, el aislamiento y el minifundio, fueron la causa del atraso de Galicia y de que fuera considerada como una región de propietarios sin propiedades. Afortunadamente, la concentración parcelaria y el avance tecnológico de las explotaciones han contribuido al abandono paulatino de viejos prejuicios y costumbres contrarios a lograr la dimensión óptima de las empresas agrícolas y ganaderas en nuestra región.
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Si a las anteriores consideraciones que configuran el perfil y la conducta del gallego, añadimos la socarronería y la retranca que le sirven para desdramatizar la realidad, y reaccionar con especial picaresca frente a la misma, tendremos un ingrediente más de su peculiar carácter. Tampoco podemos olvidar lo que en Galicia se conoce por el “trasacordo” que le permite a nuestros paisanos cambiar con toda naturalidad de posiciones previamente establecidas.
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Otro dato importante que caracteriza la actitud defensiva y precavida del gallego reside en su actitud ante la muerte y el misterio del más allá. Si se le pregunta sobres sus creencias religiosas, su respuesta no puede ser más significativa: “hai que creer polo que poida pasar”.
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Su mundo mágico y de leyenda, poblado de brujas, trasgos, meigas e demos lo combate con el rito de la queimada que le sirve para que “co seu lume” se purifiquen los espíritus malignos.
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Por último, merece alguna consideración el victimismo, que en el gallego no significa resignación; antes al contrario, supone un reclamo para urgir la solución a sus necesidades y reivindicaciones. Si por un lado, frente a las injusticias, exclama con marcado estoicismo que “mexan por un e hai que decir que chove”, por otro, defiende a ultranza el principio de que “o que non chora non mama”.
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Frente al fatalismo que durante mucho tiempo acompañó al gallego y propició su carácter quejumbroso, debe prevalecer la voz poética de Luis Pimentel, cuando afirma que "xa Rosalía chorou por todos e para sempre”.
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Hay, pues, que proclamar con Curros “o desexo de que Galicia desperte do seu sono” y que, aún siendo cierto que na nosa terra a man dos homes cedeu a man de Deus, sexa o esforzo dos galegos o que nos faga resurxir e medrar na loita por gañar o futuro.
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Enrique Santín Díaz