San Ero, en el monasterio de Armenteira. Foto: J.Cerdeira |
Y un gran
milagro os quiero ahora contar
que hizo
Santa María por un monje que a rogar
le iba
siempre que le mostrara qué bien en el Paraíso hay.
Puede que el milagro haya ocurrido en
Leyre, en la zona navarra del camino francés, o puede que en Armenteira, en la
vinícola comarca pontevedresa del Salnés, que en ambos sitios se cuenta. Es
probable, aunque el Camino sea largo, que se trate de la misma leyenda, o cabe
que tengan orígenes distintos, aunque iguales argumentos. En todo caso, si San
Virilá había sido abad del monasterio de Leyre, San Ero fue abad y fundador del
de Armenteira, y si la historia navarra es más popular, por quedar en camino de
más tránsito (lógicamente el camino portugués, en el que se encuentra
Armenteira, no alcanzó la popularidad del francés), Armenteira tiene la ventaja
de que el contador del milagro, don Alfonso el Sabio, eligió el gallego para
referírnoslo. Sin embargo el monarca escritor se guardó muy bien de localizar
la historia en un punto determinado del país.
Bien, don Ero (al que nos referiremos en adelante)
entró en el huerto como solía hacer a menudo, lugar al que se retiraba a orar y
meditar. Mais aquel día, unha fonte achou
mui crara e mui fermosa, e cab’ela s’asentou. Y allí se dirigió a la Virgen
inquiriendo: se verei do Paraíso o que
ch’eu muito pidín, un pouco do seu vico antes que saya d’aquí. Aún no había
terminado el monje su oración cuando oyó
unha passariña cantar logo en tan bon son, que se esqueceu de todo, de comer,
de beber, de sus queridos hermanos, e
grandes trescentos anos estivo así ou mais...
De pronto, foisse a
passariña y don Ero volvió a la realidad. Y se dio cuenta de que debía
retornar al convento pues sus monjes estarían esperándolo para comer. Pero,
hete aquí que:
foisse logo
ó convento e achou un gran portal
que nunca
vira, e dise: ¡Ai Santa María me val!
Non é este
o meu mosteiro; e pois de min qué será.
Don Ero, acobardado, entró en la que
suponía era su iglesia, pero en la que a nadie conocía; y los monjes que en
ella oraban se asustaron al ver que un extraño penetraba en aquel templo
reservado a los frailes del convento. Sólo al prior le quedó presencia de ánimo
suficiente para preguntar: Amigo, ¿vos
quén sodes ou qué buscades aquí? El viejo abad seguía desconcertado, ¿cómo,
en su propia casa, podía preguntarle alguien que quién era? No obstante, se
sobrepuso por un momento y contestó disimulando: Busco ó meu abade, e ó prior, e ós frades que agora deixei aquí...
quando fun a’quela horta.
El abad interpretó aquellas palabras
extrañas como un mal presagio para él y para el convento. ¿Habría algún mensaje
oculto que el Señor quisiera transmitirle a través de aquel loco vagabundo?
Quiso saber más, y preguntó, y el recién llegado explicó cómo él era abad de un
convento y había salido al jardín para orar, pero un maravilloso canto de una
passariña le distrajo y... De todo se enteró el nuevo abad, y recordó que,
precisamente trescientos años antes, el abad que fundara el convento había desaparecido.
Preguntó pues el nombre del desconocido, y cuando supo que se llamaba Ero se
maravilló, con todos sus monjes, y dijo:
¡Quen
oirá...
nunca tan
gran maravilla como Deus por éste fez
polo rogo
de sa Madre, Virgen Santa de gran prez!
E por essto
a loemos, pois quen a Virgen ben servirá
o Paraíso
irá.
Armenteira, tierra del Salnés, de fértiles
huertas y de buenos vinos; un monasterio situado en pleno camino portugués,
pero cuyas leyendas le unen con Navarra, con Leyre, con la búsqueda del más
allá (véase, en este sentido, el apunte Ultreya,
con cuya leyenda de san Amaro hay una estrecha relación).
Ver también: El pergamino en el que nada había escrito