“Un total de 144 faros han emitido señales acústicas y sonoras de forma simultánea en apoyo a la candidatura de la Torre de Hércules de la Coruña a integrarse en la lista de Patrimonio de la Humanidad”, según nos cuentan esta mañana los periódicos españoles. También nosotros, desde aquí, queremos sumarnos a esta iniciativa recordando una de las leyendas fundacionales de la ciudad de la Coruña. El artículo fue publicado en la revista de la Xuntanza de Alcobendas por nuestro amigo y cofrade José Cerdeira hace ahora tres años.
LA TORRE DE HÉRCULES Y LA FUNDACIÓN DE LA CORUÑA
Quizá toda gran ciudad comenzó siendo una pequeña aldea cuya falta de importancia condujo a la pérdida de la memoria sobre su propio origen. Pero si la ciudad creció y llegó a ser importante, el paso del tiempo habrá hecho crecer el interés de las gentes por desvelar los sucesos relacionados con esos orígenes neblinosos. Por ello, cuando esa memoria se ha vuelto borrosa, sólo quedan las viejas historias, míticas o legendarias, para darnos una somera explicación de lo que ocurrió allá en el origen de su existencia.
Y la Coruña es una de esas grandes ciudades cuyas raíces se hunden en la oscuridad de los tiempos, entre inexplicables mitos y antiquísimas leyendas. De ellas, la más conocida es la que imputa su fundación al mismísimo Heracles (Hércules) llegado desde el Peloponeso para luchar contra un monstruoso rey occidental. Veamos la historia.
Como recordarán los amantes de la mitología griega, Herácles (a quien a partir de ahora llamaremos Hércules, que es su nombre latinizado) había cometido numerosos desvaríos en su juventud por lo que, consultada la Pitonisa de Delfos, ésta le puso como penitencia el trabajar durante doce años al servicio de su primo
Euristeo. Durante ese tiempo, Euristeo le encargó los trabajos más variopintos y, entre ellos, uno que consistía en robar unos preciosos bueyes que el monstruoso
Geriones poseía quizá en la agreste Lusitania o quizá en las verdes montañas de la parte más occidental de Iberia.
La misión de Hércules no era fácil pues Geriones era un enorme gigante de tres cabezas y tres troncos, de los cuales partían seis poderosos brazos especializados en las distintas artes de la lucha. Era, así se creía, absolutamente invencible. Por otra parte, la maravillosa vacada de “raza rubia occidental” estaba guardada por el pastor
Euritión (hijo del mismísimo Marte, dios de la guerra) ayudado por el perro bicéfalo
Ortro, hijo de Tifón y Equidna. Pero todo ello no amilanó a Hércules quien partió de Tirinto y, tras recorrer todo el Norte de África llegó al Sur de Iberia. Es posible que allí aprovechara para abrir el estrecho que hoy separa ambos continentes, o incluso que hiciera lo contrario, aproximando los dos continentes lo bastante para que no pudieran acceder al Mediterráneo los monstruos provenientes del Atlántico. En todo caso, este pequeño retraso fue fatal pues lo aprovechó Geriones para tomar una barca y huir hacia el Norte.
Hércules se enfrentó al temible perro Ortro, al que mató sin piedad, teniendo luego que luchar contra su dueño, el pastor Euritión a quien también venció. Pero cuando buscó a Geriones éste ya estaba lejos... Y la persecución no era fácil pues el gigantesco tricéfalo había huido por mar y Hércules sabía que la navegación más allá de las columnas que llevan su nombre era completamente ilegítima. En efecto, ese “más allá” sólo quedaba al alcance de la barca solar, una nave dorada capaz de conducir a
Helios (el Sol) al palacio que le daba descanso hasta la llegada de cada nuevo amanecer. Por eso, cuando Hércules le pidió prestado ese bote de oro en forma de copa para perseguir al monstruoso Geriones, Helios se negó en redondo alegando que en ese caso cesarían los ciclos de muerte y resurrección... y el mundo llegaría a su fin. A la suave petición siguió una ardua argumentación que tampoco surtió efecto hasta que, finalmente, Hércules amenazó al atemorizado Helios con utilizar contra él los rayos de su padre
Zeus. Surtió efecto la amenaza, y conseguida la nave, Hércules salió de inmediato en persecución del monstruoso rey.
Parece ser que Geriones, que quizá era rey de Tartessos, llegó al promontorio en que hoy se asienta la famosa torre de la Coruña, y creyéndose a salvo, se echó a dormir plácidamente. Pero Hércules, tal vez ayudado por Suerte, tal vez informado por el mismo Helios, localizó el lugar donde descansaba el monstruo gigantesco y se decidió a la lucha. En un primer momento tuvo la tentación de usar la clava (similar a la que suele llevar el as de bastos) para romperle cada una de sus tres cabezas antes de que éste despertara, mas luego recapacitó y pensando en lo innoble de tal acción, sacudió al gigante para que se despertara y poder enfrentarse a él cara a cara.
La lucha fue terrible. La tierra retumbaba por doquier y la igualdad parecía absoluta. Quizá Hércules era algo más fuerte que Geriones, pero éste le ganaba en destreza y, además, disponía de brazos y armas de repuesto. Por otra parte, Geriones estaba dotado de la capacidad de elevarse por los aires desde donde dos de sus musculosos brazos manejaban con destreza un arco capaz de disparar unas flechas mortales muy difíciles de esquivar. Tan igual era la lucha que ésta ya se extendía por más de tres día sin que se adivinara el vencedor, y tan mal lo estaba pasando Hércules que debió recurrir a su padre Zeus para que le prestara uno de sus poderosos rayos. Entonces, cuando Geriones se elevó nuevamente por los aires, Hércules se escondió debajo de un viejo roble y esperó a que el monstruo se acercara. Luego, manejando con rapidez el inefable rayo, hirió de muerte las tres cabezas de Geriones y ambos cayeron al suelo: Geriones muerto y Hércules totalmente agotado...
Una vez recuperado, Hércules cortó con prontitud las tres cabezas del gigante inerme y las enterró en aquel mismo promontorio rocoso, arrojando luego el resto de los despojos mar adentro para que fueran arrastrados por las olas. Y partió hacia Micenas con los maravillosos bueyes de color rojizo y ojos indescriptibles, mas no sin antes mandar construir encima de donde había enterrado las tres cabezas una torre en memoria de su proeza, y de fundar una ciudad donde deberían vivir los cuidadores de la torre y de la memoria de su hazaña. Ante tal invitación, vinieron gentes de muchas partes, y se dice que la primera persona que llegó fue una mujer llamada
Coruña, por lo que la ciudad pronto llevó el nombre de su primera habitante.
La torre, luego convertida en faro, aún permanece bajo la funda protectora que hoy vemos, y los descendientes de aquella primera coruñesa aún mantienen hoy la memoria, o al menos así deberían hacerlo, de lo que fue uno de los trabajos más brillantes, y también más dificultosos del semidiós Heracles, a quien muchos llamamos Hércules.
Esta leyenda, tomada de fuentes griegas, enlaza con otras de origen celta que no se han recogido aquí. La leyenda toca de pasada otros importantes temas míticos como “el más allá” a dónde no se puede navegar, la isla dónde reposa el sol, la isla de los bienaventurados, los campos Elíseos, la isla de Ávalon... Ese sol que va “más allá”, que muere y resucita, es el
Llew irlandés, o el
Lugh celta. Y, según alguna de esas leyendas irlandesas, las tres cabezas de Geriones no serían sino las de los viejos dioses de los Tuatha Dè Danann (
Iuchar,
Iucharba y
Brian) que fueron cortadas por el ahora todopoderoso Lugh. Pero de esto escribiremos otro día.
J. Cerdeira 2006