Intervención de José Cerdeira en la celebración del Capítulo Extraordinario de la EOV en Pontevedra |
Ver también: La fundación de Pontevedra
Queridos cofrades, queridos
peregrinos, queridos amigos…
La experiencia de recorrer la senda de Santiago deja huellas
imperecederas. Si el año pasado fue Samos el centro neurálgico de nuestro
caminar, hoy le toca a Pontevedra, una ciudad mítica, histórica, humanística,
donde el arte tiene el tamaño del hombre sin representar nunca opresión o
dominio.
Pontevedra es mítica porque así lo es su origen. Teucro,
héroe troyano natural de Salamina, llegó a nuestras costas con un pequeño grupo
de helenos y, seducido por los cantos mágicos de la sirena Leucoíña, atracó en
esta Ría de suaves brumas y cálidos atardeceres. Así fue o, al menos, así nos
lo cuentan los clásicos.
Pero Pontevedra es también historia, e historia antigua. Los
romanos, grandes constructores de vías y calzadas, diseñaron el primer camino a
un Santiago todavía inexistente. Era su vía XIX, una vía que partiendo de
Brácara llegaba hasta Lucus y Astúrica. Este itinerario cruzaba el río Lérez
por un puente que, como objetivo militar que era, estaba protegido por una reducida
milicia, origen del pequeño núcleo poblacional denominado Turoqua.
Con la desaparición del imperio romano, el viejo puente cayó
en el abandono hasta volverse inutilizable. Y con su ruina, aquel primitivo asentamiento
fue también olvidado. Los primeros escritos de los monasterios de Lérez, Poio y
Tenorio, fechados hacia el año mil, mencionan numerosos lugares próximos, pero
ninguna Pontevedra.
Habría que esperar hasta el año 1141 en que una escritura
conservada en el Monasterio de Lérez habla de una villa llamada “pontus
veteris” en clara referencia al viejo puente. Luego, en 1169, Fernando II
concedería el primer fuero a sus habitantes y, en años sucesivos, Pontevedra iría
obteniendo nuevas concesiones entre las que destaca el monopolio para Galicia
de la obtención de grasa de sardinas así como el secado, transporte y venta de
pescado. Finalmente, en 1452, Pontevedra se convierte en el puerto de carga y
descarga de Galicia y, en 1467, obtiene el privilegio de una feria franca de 30
días de duración.
Fueron años de bonanza para la Villa, con sus mareantes
allegando y procesando el pescado y sus marinos, como los almirantes Paio Gómez
Charino o Jofre de Tenorio surcando altivos los mares y participando, por
ejemplo, en la toma de Sevilla.
Esa Pontevedra medieval prosperó y se enriqueció de tal forma
que, a finales del siglo XV, su burgo era el más poblado de Galicia y su puerto
era uno de los más importantes de la Europa atlántica, lideraba el comercio de
pescado y en sus astilleros se construían barcos como “La Gallega” con la que
Colón alcanzaría el Nuevo Mundo. La Cofradía del Gremio de Mareantes, fundada
en este siglo, pronto se convirtió en el motor económico de la ciudad hasta el
punto de acometer, con sus propios medios, la construcción de una iglesia tan grandiosa
como lo es la de Santa María la Mayor.
Lógicamente, esta Pontevedra próspera necesitó de unas
murallas que primero fueron defensivas y más tarde sirvieron como control
fiscal de las mercancías que entraban y salían de la villa. Tenía una
longitud de unos dos kilómetros y contaba
con siete puertas principales y unos cuantos postigos más pequeños que
facilitaban el acceso peatonal. Dentro del recinto quedaban las dos parroquias,
Santa María y San Bartolomé, y fuera, los tres conventos medievales de San
Francisco, Santa Clara y Santo Domingo.
Desgraciadamente, el siglo XIX, que supuso el renacer de una
Pontevedra en decadencia, supuso también, en aras de la modernidad, el fin de
parte de su patrimonio material, como la propia muralla, los palacios
arzobispales, la iglesia románica de San Bartolomé, los palacios de San Román y
de los Churruchaos o el Hospital de San Juan de Dios que pasaron a ser material
de construcción de edificios menores cuando no a simple pavimento de calles.
Fuera de las murallas estaba el pequeño barrio del Burgo,
asociado al puente medieval, y el importante barrio marinero de A Moureira,
verdadero motor de la economía marinera de Pontevedra y cuna de sus principales
hombres de mar. Había también un pequeño hospital de leprosos (gafos) que tenía
por patrona a la Virgen del Camino, cuya imagen estaba en la capilla de igual
nombre que marcaba la entrada a Pontevedra del camino portugués (para los
curiosos, estaba en la confluencia de las calles Peregrina y Virgen del Camino,
justo en medio de la calle Fray Juan de Navarrete, enfrente de lo que fue el
cine Gonviz).
“Cuenta una leyenda que hubo una
virgen que salió de Éfeso para peregrinar a pie a la tumba del apóstol Santiago
y, al pasar por Pontevedra, se paró a descansar.”
Al margen de la leyenda, lo cierto es que en los siglos XVI y
posteriores, era costumbre que muchos peregrinos de la Francia atlántica
peregrinaran a Santiago por vía marítima, desembarcando en Bayona y siguiendo a
pie hasta Compostela. Se dice que, en cierta ocasión, unos peregrinos franceses
portaban la imagen de una virgen vestida con atuendo de peregrina, imagen que
acabaron dejando en la capilla de la Virgen del Camino. Para atender y honrar
esta imagen, en 1754 se constituyó una hermandad que acabaría convirtiéndose en
la “Cofradía de Nuestra Señora del Refugio, Divina Peregrina”. Lo cierto es que
la existencia de dos imágenes en la misma capilla acabó generando algunos
problemas que aconsejaron la construcción de un nuevo templo donde alojar la imagen
recién llegada.
En esas fechas, mitad del siglo XVIII, la población
extramuros de Pontevedra era muy escasa, y concretamente, en la zona en que estamos
ahora, situada frente a la puerta de Trabancas, había un importante descampado
en el que se situaba el rollo o picota y por donde deambulaban numerosas mujeres
que los cronistas de la época califican como “mujeres de partido”.
En sólo cuatro años en este espacio baldío se levantó una
primera iglesia de madera, para, dos años más tarde, comenzar la construcción del
templo definitivo. El proyecto y dirección de obra fue del sargento de milicias
Don Antonio de Souto, y la primera misa se celebró en agosto de 1794. Siete
meses más tarde, un rayo derribó la torre norte del santuario, torre que no se
restauraría hasta 1873. En 1896 se pasan las campanas de la torre norte a la
sur, instalando en la primera las campanas provenientes del derruido hospital
de San Juan de Dios así como su reloj. A partir de esa fecha el templo no sufre
modificaciones importantes, aunque sí su atrio que entre 1890 y 1953 prescindió
de su afamada fuente, sustituida por una amplia y redondeada escalinata.
Desde el punto de vista estructural, la capilla tiene planta
circular, de unos 15 metros de diámetro, de la que el cuadrante frontal se ha
expandido en casi de tres metros. A la parte posterior se le ha añadido la
capilla principal, a la que se adosaron dos pequeñas sacristías laterales
formando una cruz. Sobre los ángulos del cuadrante expandido se levantan dos
torres que enmarcan una fachada barroca tardía, con formas neoclásicas,
presidida por imágenes de la Virgen, Santiago y San Roque, los tres vestidos de
peregrinos. En conjunto, su tipología es única en España y sólo es asociable a
la tipología imperante en templos portugueses de la época.
La capilla de la Peregrina es el símbolo de una Pontevedra
renacida. Aquella villa mortecina de los siglos XVII y XVIII recupera su
orgullo con la victoria en Pontesampaio frente a las tropas francesas. En 1833,
tras largas y complejas negociaciones, Pontevedra es nombrada capital de la provincia homónima y, en 1840, consigue
rechazar a los vigueses quienes, por las armas, habían decidido recuperar la
capitalidad perdida. Fruto de la capitalidad son los nuevos edificios como la
Casa del Concejo, la Diputación, el Instituto, el Gobierno Civil o el Banco de
España, los nuevos espacios públicos como la alameda de Sesmero y los jardines
de Vincenti o los nuevos viales de acceso que toman a esta capilla como el
kilómetro cero de la provincia. Así, una nueva vida económica y cultural
explosiona en la Pontevedra de la restauración.
En esa época, Pontevedra bulle de tertulias políticas,
literarias, históricas y hasta arqueológicas. En 1894, y alrededor de Don Casto
Sampedro, nace la Sociedad Arqueológica de Pontevedra, un grupo de
personalidades del arte y la cultura que pretenden evitar el expolio y
deterioro del patrimonio pontevedrés al que amenazan los nuevos tiempos. Éste
sería el origen del Museo de Pontevedra, quizá el museo provincial más importante
de España.
En la calle Don Gonzalo, los hermanos Muruais ponen en marcha
una famosa tertulia literaria que tiene como base su creciente biblioteca. Andrés, el mayor de ellos, muerto a los 30 años, era un buen
y polémico escritor metido a bromista. Su mayor aportación reside en la
creación del personaje del Urco, un animal fabuloso, horrendo, inclasificable,
que aterrorizaba a la población y que pasó a personificar los carnavales de
Pontevedra.
Suyo es también el primer himno gallego, publicado en 1880, que
empieza diciendo:
Hirmans, con entusiasmo / cantemos a Galicia
Para nos outra delicia / como ela xa non hai,
E maliofillo ingrato / que como nos non queira
A terra feiticeira / que é nosa doce nai.
Andrés Muruais fue el primer ocupante del nuevo cementerio
municipal de Pontevedra. Desde entonces, se dice que los pontevedreses no
mueren, se trasladan a San Mauro.
La pasión de su hermano Jesús, un año más joven, era su
biblioteca, quizá la mejor biblioteca literaria de la España de su tiempo. Quienes
hayan visitado la plaza de Méndez Núñez habrán contemplado una estatua del barbudo
Valle Inclán saliendo de la biblioteca de los Muruais.
Pero para hablar de tertulias en Pontevedra no hace falta
irse a la casa de los Muráis, ni al Café Moderno (donde se juntaban Manuel
Quiroga, Monteserín, Pintos Fonseca, Carlos Sobrino, Laxeiro, Paz Andrade,
Alexandre Bóveda, Ramón Cabanillas… y hasta el propio García Lorca quien
escribiría sobre sus mesas de mármol un bello poema dedicado a Marie Blanchard),
ni al palacete de “Las Mendoza” hogar de músicos y artistas, ni tampoco al pazo
de Montero Ríos en Lourizán, desde donde se dirigía gran parte de la política
nacional de la época, ni siquiera, años más tarde, a la casa de Filgueira
Valverde en la calle Arzobispo Malvar, no lejos de la residencia de Torrente
Ballester, y donde se hablaba de cantigas, de arte, de historia y, sobre todo,
de su querido museo. No, no hace falta desplazarse porque en esta misma plaza
de la Peregrina estaban cuatro de las tertulias más importantes:
Así, enfrente de esta iglesia, donde hoy está la oficina del
Banco de Santander, estaba entonces la farmacia de Perfecto Feijoo. Además de
farmacéutico, Don Perfecto era músico, fundador del primer coro de Galicia,
llamado Aires da Terra, en el que participaron personajes como Said Armesto, Campo
Sobrino, Carlos Gastañaduy y hasta el propio Castelao. Pero, amigos, Perfecto
Feijoo era sobre todo famoso por su banco, un banco de piedra situado a la puerta
de su botica. Por allí pasaron personajes como Eugenio Motero Ríos, Pablo
Iglesias, Práxedes Mateo Sagasta, Ramón María del Valle-Inclán, Emilia Pardo
Bazán, Miguel de Unamuno… y tantos otros.
A finales de aquel inolvidable siglo XIX la Emperatriz de
Francia, Doña Eugenia de Montijo, visitó Pontevedra y entró a rezar a esta
capilla. A la salida, es posible que se sorprendiera al encontrarse con un loro
lenguaraz, con nombre de revolucionario francés, que ocupaba la ventana frontal
de la botica de Don Perfecto. Tan famoso era el loro que a su entierro,
efectuado en Mourente el miércoles de ceniza de 1913, acudió todo Pontevedra.
El cortejo estaba encabezado por doce jinetes con faroles seguidos de bandas de
cornetas y comparsas, tres carrozas, la banda municipal y carruajes diversos
que acompañaban el pequeño catafalco portador de los restos embalsamados del
loro Ravachol.
Enfrente de la botica de Don Perfecto estaba la farmacia
Maquieira, un local en cuya rebotica se hablaba de política, de galleguismo, de
música, de ciencia, de esoterismo y de masonería, entre otras cosas. Allí,
además del propio Maquieira, se juntaban personajes como Castelao, Losada
Diéguez, Sánchez Cantón, Blanco Porto o Iglesias Vilarelle. La farmacia
Maquieira, además de ser la sede de la logia masónica “Helenes nº7”, fue el
lugar de nacimiento de la Coral Polifónica de Pontevedra.
Al otro lado de la Puerta de Trabancas, justo cruzando la
calle, está el café Savoy, lugar de encuentro que vino a sustituir al antiguo
Méndez Núñez, situado en el lugar que más tarde ocuparía la hoy calcinada "Moda
Ideal"; y a su lado estaba el despacho de Don Casto Sampedro, prohombre de
la Sociedad Arqueológica, donde las tertulias eran de pocos componentes pero de
muy alto nivel.
Alrededor de las numerosas tertulias fue surgiendo una corriente
de contenido galleguista, que derivaría en nacionalista, y que, a la larga,
condujo a la formación del "Partido Galleguista". Para su
constitución, los miembros del llamado cenáculo de Ourense (Vicente Risco, Otero
Pedrayo, Florentino Cuevillas…) se desplazaron a Pontevedra donde firmaron la
constitución del Partido junto con los Bóveda, Losada, Cabanillas y el propio Castelao,
cuyo despacho, por cierto, estaba justo encima del café Carabela, a cien metros
de aquí, despacho en el que trabajó durante los veinte años que van de 1916 a
1936.
La Pontevedra de la restauración, quizá debido a maestros
como Feijoo y Sarmiento, se convirtió en el alma política y cultural de
Galicia. Salir a la calle era encontrarte con Montero Ríos, Bugallal, González
Besada, Fernández Villaverde, Vincenti, García Prieto, Portela Valladares,
Cobián Rofignac; y también con los
Unamuno, Echegaray, García Lorca y tantos otros gallegos de adopción.
Está claro que aquella Pontevedra de las luces (fue la
primera ciudad gallega en ser iluminada con luz eléctrica) tuvo de todo, a la
primera y única mujer almirante, Doña Isabel Barreto, casada con el berciano
Álvaro de Mendaña, y al pirata más sanguinario de la historia, Domingo Soto,
nacido en la Moureira y ahorcado en Gibraltar…
Pero, aquí termina el romance, aunque no concluya el cuento.
Muchas gracias por vuestra paciencia, que tengáis un buen
Camino y que el Apóstol os reciba como os merecéis. Gracias.
José Cerdeira Taboada.
Pontevedra, septiembre de 2016