sábado, 26 de septiembre de 2009

La imagen del Apóstol

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1.3.- La Imagen del Apóstol. La imagen del Apóstol, situada en un camarín sobre el altar mayor y a la que se accede por unas escaleras situadas tras el mencionado altar, es una imagen de piedra policromada del siglo XII, retallada y adornada con posterioridad y recubierta con una indumentaria de peregrino, regalo del obispo Monroy en el siglo XVII. Entre estos aditamentos destaca el báculo y la reluciente capellina, confeccionada en plata y oro y recientemente restaurada. La imagen, de tamaño algo superior al natural, representa al Apóstol en posición sedente, mirando hacia los fieles y dando por tanto la espalda a quienes se acercan para darle el popular abrazo.
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El antes citado Guillermo Manier describió la imagen con las siguientes palabras: Sobre el Tabernáculo, la estatua del Apóstol de tamaño natural; es de plata dorada y de la misma materia es la esclavina y la silla donde está sentado con el bordón en la mano y la cabeza desnuda; la esclavina, en lugar de conchas, está adornada y tiene armas de guerra, cañones, fusiles, espadas y espadones y una franja de oro en el extremo.

viernes, 18 de septiembre de 2009

La Puerta Santa

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1.2.- La Puerta Santa. Es la puerta con mayor sentido religioso y peregrino de la catedral. Fue rehecha en el siglo XVII por González Araújo y Fernández Lechuga con material procedente del coro románico del maestro Mateo. Está coronada por la imagen del apóstol Santiago, con indumentaria de peregrino y rodeada por sus discípulos Atanasio y Teodoro. Debajo, a los lados de la puerta, están los veinticuatro medallones con bustos de santos que proceden del viejo coro pétreo tallado por el maestro Mateo. El conjunto de imágenes forman lo que se suelen llamar los veintisiete de la Puerta Santa, que dieron lugar a frases populares como: ¡vaillo contar os vintesete da Porta Santa!; o a referencias noveladas como las que aparecen en “Doutor Famino”, de Anxel Sevillano, donde el protagonista se dirige a ellos y saluda: Abur rapaces, deica mañá; y luego se explica: Os santiños da Porta Santa estiman moito que lle dea as boas noites...

Uno de "los 24" (foto: J.Cerdeira)

Durante los años jubilares, la Puerta Santa está permanentemente abierta, y aunque para ganar el jubileo no sea necesario acceder por ella a la Catedral, la gente que forma cola para abrazar al Santo y bajar a la Cripta aprovecha para tocar sus jambas como si tuvieran algún poder indulgente o santiguarse insistentemente con agua bendita (que sí lo tiene, pero no más que el de cualquier otra).

Los dichos y leyendas sobre esta puerta son numerosos, pero muchos de ellos no son muy de fiar. Hay que tener en cuenta que la información, tanto del turista actual como del peregrino medieval, es relativamente escasa. Como muestra de ese desconocimiento digamos que el viajero francés Guillermo Manier dice, en el libro que escribió sobre su viaje, que por esta puerta entró el Apóstol en Compostela, allá en los tiempos remotos en que vivía... Quizá como disculpa del pobre Manier decir que, a pesar de su interesante libro, era sastre de profesión, y viajaba a Compostela huyendo de ciertas deudas que había contraído y que no podía pagar.

El botafumeiro

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Desde luego no es nuestra intención hacer una descripción detallada de la catedral compostelana, para eso están las guías turísticas, pero sí trataremos de destacar aquellos puntos que, en nuestra opinión, más llaman la atención a quienes la visitan. ¿Serán estos los diez puntos más visitados de la catedral? Creemos que sí pero, bueno, habrá otras opiniones...
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1.1.- El Botafumeiro. Este enorme incensario es el símbolo más popular y conocido de la catedral compostelana. Hay quien dice que su utilización estaba relacionada con la eliminación de los olores producidos por la multitud de peregrinos que se apretujaban, pernoctando incluso, en un recinto cerrado y de dimensiones limitadas como es una catedral; esa podría ser la causa de confeccionar un sahumerio de tales dimensiones. Sin embargo, no parece probable que tal haya sido el motivo pues, por una parte, el sahumerio debería funcionar permanentemente, cosa que no ocurría, y, por otra, sus vaporosas esencias se elevan al cielo sin alcanzar la mayor parte de la zona donde se congregan los fieles. Quedémonos pues con la idea de que el botafumeiro no es más que un simple, aunque inmenso, incensario destinado al culto litúrgico.

Tiene santo Compostela
y el rey de los incensarios
que de nave a nave vuela.

El botafumeiro original, donado por el rey Luis XI de Francia, estaba elaborado en plata y databa del año 1554. Pero, si francesa fue la ofrenda que permitió su construcción, francés fue su destino, pues acabó en manos de las tropas napoleónicas en 1809 y no se volvió a saber más de él. Como sustitución del incensario original se construyó uno de hierro que se usó hasta el año 1851 en que fue sustituido por el actual, hecho de latón plateado, de 58 kilogramos de peso y obra del orfebre compostelano José Losada. La Catedral dispone, no obstante, de otro ejemplar, obra de Artesanía Molina de Madrid, que fue donado en 1971 por la Hermandad de Alféreces Provisionales.

Compostela, ciudad predilecta / del Hijo del Trueno
en ti, grande, famoso incensario, / el símbolo veo
de glorias pasadas / de tu nombre excelso.
José da Viña Trasmonte
 
El botafumeiro se columpia mediante una cuerda que lo sujeta al carrete y de la que, tras dividirse en ocho ramales, tiran los correspondientes tiraboleiros. Las poleas, o carrete, que lo sujetan se apoyan en un artificio metálico obra de unas herrerías vizcaínas. El gran incensario es utilizado en las veinticinco solemnidades litúrgicas del año y con ocasión de ofrendas o peregrinaciones.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Apuntes Jacobeos: La catedral de Santiago

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El geógrafo y viajero árabe Abú Abd Allah Muhammad al-Idrisi visitó Santiago hacia la mitad del siglo XII, momento en que aún no estaba completamente terminada la catedral compostelana, que se inauguró solemnemente en el año 1211, y en su Libro de Roger nos dejó escrito:

Esta insigne iglesia, adonde concurren los viajeros y se dirigen los peregrinos de todos los ángulos de la cristiandad, no cede en tamaño más que a la de Jerusalén y rivaliza con el Santo Sepulcro por la hermosura de sus fábricas, la amplitud y las abundantes riquezas y los donativos que recibe. Entre grandes y pequeñas, hay más de trescientas cruces labradas en oro y plata, con jacintos incrustados, esmeraldas y otras piedras de variados colores, y casi doscientas imágenes de estos mismos metales preciosos. Atienden el culto cien sacerdotes, sin contar a los acólitos y servidores. El templo es de piedras unidas con cal, y lo rodean las casas de los sacerdotes, monjes diáconos, clérigos y chantres. Hay en la ciudad mercados a los que acude infinidad de gente, y otros pueblos grandes de los alrededores.

Tras esta descripción que de Santiago y su catedral nos hace un viajero musulmán, que no tiene por tanto ningún interés propagandístico, no cabe duda de que viajar a Compostela tenía que ser el anhelo de todo cristiano medieval. Y viajaron, viajaron a miles durante aquellos años en que el camino era largo y difícil, en que no había medios de transporte ni un mínimo de seguridad para llegar a Compostela. Pero hoy todo ha cambiado, hoy disponemos de esos medios de transporte, de hoteles, de restaurantes; el camino es cómodo y seguro, y los medios de comunicación nos invitan todos los días a emprenderlo. Así que no es extraño que esta hermosa catedral sea, en este cálido agosto de Año Santo, un continuo ir y venir de peregrinos y turistas, una enorme algarabía de voces y colores, una grandiosa muestra de etnias y ropajes, un continuo disputarse el espacio vital desde el que acceder a los puntos mágicos de la Catedral. Mezclémonos pues con la masa y, codo con codo, sino a codazos, tratemos de hacer nuestro recorrido.

viernes, 4 de septiembre de 2009

La inventio

--Hay que decirlo antes de nada, aunque sea superfluo, inventio significa descubrimiento, no otra cosa, y es que los enemigos de Santiago siempre han interpretado a su manera el famoso hallazgo. Dicho esto continuemos nuestra historia con la misma fe que tuvo Pelaio, el eremita que decía misa en el lugar donde hoy está la iglesia de San Fiz de Solobio, cuando tuvo la luminosa visión de fuegos y de estrellas.

Pelaio creyó, y la noticia de su visión bajó por el valle del Sar de boca en boca, deprisa, hasta llegar a la sede episcopal de Iria Flavia, donde Teodomiro creyó también. El obispo se preparó de inmediato, tomó su mula y se encaminó presto hacia aquel bosque espeso de zarzas y maleza, de carballos y castiñeiros (pues aún no habían llegado pinos y eucaliptos), de miedo e ilusión. Pero no penetró de repente, así como así, primero quiso purificarse adecuadamente mediante un ayuno de tres días; luego, mientras lo observaba todo desde fuera, desde aquel mar de toxos, carrascos, xestas e carqueixas, mandó abrir brecha en el bosque y entrar para ver cuáles eran los secretos que en el bosque se escondían:

Foy a aquel lugar desfacendo e cortando a espesidume fasta que chegaron onde estaba a Santa Coba, e entrou dentro e viron que estaba labrada e con dous arcos, e o moymento debaixo dun altar pequeno e incima unha pedra e a os lados outros dous moymentos que non eran de tanto altor, e puseronse en orazón e jajuou todo o pobo e abriron o do meu por inspirazón de Deus, e viron ser o do corpo do Santo Apostolo que tiña a cabeza curtada, e o bordón dentro cun letreiro que decia: Aquí jaz Jacobo Filho de Zebedeo e veu por mar co os seus discipulos fasta Iria Flavia de Galicia, e veu nun carro e bois de Lupa.
(Libro de la Hermandad de Cambeadores. Siglo XIV)


Sí, allí estaba el edículo, el sepulcro... y, con letreiro o sin él, lo cierto es que todas las antiguas consejas, las historias olvidadas, las tradiciones vivas, lo que hubiera referente a la sepultura de Santiago en tierras de Iria Flavia, se reanimó y formó en el corazón y en la mente de los presentes un vivo y operante sistema de pruebas que permitió identificar los huesos y las tumbas como del Apóstol y sus discípulos.
(Torrente Ballester)
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El descubrimiento de la tumba debió ser como un regalo del cielo para Teodomiro y su diócesis, perdida en la lejanía y en el aislamiento. Pero no se le subió a la cabeza, ni pensó en un inmediato viaje a Roma para contar al Papa cómo Iria Flavia también disponía de la tumba de uno de los Apóstoles, de uno de los más queridos por Jesús; ni se dirigió a Aquisgrán donde imperaba el omnipotente Carlomagno, no; se limitó, como buen vasallo, a enviar a uno de sus mensajeros a Oviedo para informar al débil rey asturiano de lo ocurrido, rey a quien no pudo sino agradar la buena nueva pues, como dice Torrente Ballester, no disfrutaba, precisamente, de una ración extraordinaria de gloria terrenal.

Cuando el bueno y casto Alfonso informó de tan grata noticia al Emperador, y luego al Papa León III, que a su vez lo comunicó a toda la cristiandad diciendo: Sepan que el cuerpo del bienaventurado Apóstol Santiago fue trasladado entero a España, en territorio de Galicia..., sobre la alicaída moral de la Europa cristiana se encendió una luz de esperanza, de ilusión, de unidad frente al Islam; una luz que desde la lejana Compostela lo iluminaba todo, una luz que atrajo a las multitudes con tanta fuerza que se igualó a la de Roma o a la de Jerusalén.