9.5.- Santo Domingo de la Calzada.
Nació Domingo en el pueblo burgalés de Viloria de Rioja (el que Viloria de
Rioja sea de Burgos es cosa de... Javier de Burgos, aquel que, a mitad del
siglo XIX, hizo la actual división provincial). Poco sabemos de su juventud,
salvo que desde muy joven destacó por sus virtudes. En cuanto alcanzó la edad
adecuada intentó entrar en alguno de los monasterios cercanos, aunque sin
suerte. Domingo pensó que aquello era un deseo de la Providencia para que
llevara una vida de eremita y así tomó el camino de un hayedo próximo y se
instaló en él.
El bosque, casi impenetrable, se había
convertido en un refugio de bandidos que dificultaban enormemente el paso de
los peregrinos hacia Compostela, dificultad que se acrecentaba al pasar por
allí el río Oja y no existir puente alguno que facilitara el paso. Domingo
pensó de inmediato que la labor de limpiar el bosque y facilitar el cruce del
río le correspondía a él. Tomó pues una simple hoz, de las que servían para
segar el trigo, y con ella consiguió abrir una senda después de talar las
gruesa hayas y pequeños arbustos que dificultaban el paso. El que Domingo consiguiera
talar tan recios árboles con tan simple herramienta fue considerado por todos
un milagro y, a partir de ese momento, pudo encontrar en sus vecinos ayuda para
levantar un puente que beneficiaría a todos, peregrinos y paisanos.
Los milagros que el eremita realizó en la
ejecución de sus infraestructuras camineras fueron innumerables, y gracias a
ellos pudo dejar expedita y limpia una zona que presentaba una gran dificultad
al tránsito. Pero cuando Domingo hubo preparado el camino y observado lo cómodo
que se había vuelto el caminar por él, comenzó a pensar en la comida y en la
salud de los pobres peregrinos. Su nueva meta fue la construcción de un
hospital refugio que permitiera recoger y atender a cualquier caminante que lo
necesitara. Su construcción le acarreó problemas sin cuento, mas Domingo,
cuando se le presentaban las dificultades siempre recurría a postrarse de rodillas
y el correspondiente milagro venía a solucionar el escollo.
Todo lo fue llevando el santo a cabo con
humildad y generosidad, y ya preparaba su tumba en los aledaños de la iglesia
cuando alguien le reprochó que no eligiera para ello un lugar sagrado. Domingo,
humilde pero confiado, respondió que no importaba, pues si él no iba a la
iglesia seguro que la iglesia vendría hasta él. Después de su muerte el pueblo
creció, la pequeña iglesia se convirtió primero en colegiata y más tarde en
catedral, y el sepulcro de Domingo acabó por quedar incluido dentro de lo que
hoy es el recinto sacro. Razón tenía Domingo, el santo que por sus desvelos por
los caminos y los caminantes acabó por convertirse en patrono de los ingenieros
de caminos.