martes, 13 de noviembre de 2012

Eugenio Montero Ríos y la retranca gallega


D. Eugenio Montero Ríos
Fernando Vizcaíno Casas fue un magnífico abogado laboralista y un escritor de novelas de gran éxito. También fue un gran recopilador de anécdotas sobre tribunales y juzgados plasmadas en varios volúmenes. En uno de ellos, titulado “Nuevas historias puñeteras”, narra una anécdota que, por su enjundia y moralina, es de obligado relato:

Sucedió a principios del siglo XX. Sus protagonistas fueron don Eugenio Montero Ríos, afamado abogado gallego y ex ministro de Gracia y Justicia, y un paisano del lugar, aparentemente corto de luces, que le fue a visitar. El encuentro fue de la siguiente manera:

-Mire, don Eugenio, Yo es que tengo una tierriña, nada, apenas me da para ir malviviendo, pero ahora me preocupa lo del vecino.
-¿Pues qué le pasa a su vecino? –le preguntó Montero Rios.
-Es el dueño del pazo “colidante” de al lado.
-Si ese pazo linda con su terreno es lo que llamamos en derecho colindante
–le corrigió el abogado.
-Bueno, el “colidante” ese plantó unos eucaliptos en la “colidancia”, justo donde se juntan los dos campos, el suyo y el mío.
-¿Y bien?
-Que las raíces se me han metido en mis tierras, oiga, y me fastidian toda la cosecha de ese lado y, por si algo fallaran, las copas dan un sombrajo que no permite crecer lo sembrado. Y yo me pregunto: ¿Tiene el señor “colidante” derecho a hacerme esa ruina?
-Ningún derecho. Usted puede solicitar legalmente incluso que arranque los árboles causantes del perjuicio.
-Pues no sabe lo que me alegra oírlo. Oiga, pero es que este vecino “colidante” tiene influencias, usted ya me entiende. A ver si en el juzgado…
-¡Por favor! La Ley no conoce de favoritismos. Si se puede demostrar el daño que usted aduce, quédese tranquilo que la Justicia le dará la razón.
-¡No sabe lo que celebro eso que usted me dice! Óigame, don Eugenio, ¿y no podría ponérmelo por escrito? Lo que llaman un “ditamen” o algo así.
-Naturalmente. Venga mañana a esta misma hora y lo tendrá listo. Al día siguiente el famoso abogado recibió al campesino.
-No he creído necesario extenderme porque el asunto está suficientemente claro.
-Está claro. Vaya que está claro. No sabe cuánto se lo agradezco. ¿Qué le debo, don Eugenio?
-La secretaria le dirá. El campesino abonó al minuta y al momento regresó al despacho del abogado.
-¿Alguna duda, querido amigo?
–le preguntó Montero Ríos.
-No, no es eso, don Eugenio. Verá es que no le dije que mi vecino es usted, como dueño del pazo “colidante”, se dice así, ¿verdad? O sea, que supongo que no tendrá inconveniente en arrancar sus árboles, si no existe otro remedio, como muy bien explica aquí, en su “ditamen”.Sucedió a principios del siglo XX. Sus protagonistas fueron don Eugenio Montero Ríos, afamado abogado gallego y ex ministro de Gracia y Justicia, y un paisano del lugar, aparentemente corto de luces, que le fue a visitar. El encuentro fue de la siguiente manera. -Mire, don Eugenio, Yo es que tengo una tierriña, nada, apenas me da para ir malviviendo, pero ahora me preocupa lo del vecino. -¿Pues qué le pasa a su vecino? –le preguntó Montero Rios. -Es el dueño del pazo “colidante” de al lado. -Si ese pazo linda con su terreno es lo que llamamos en derecho colindante –le corrigió el abogado. -Bueno, el “colidante” ese plantó unos eucaliptos en la “colidancia”, justo donde se juntan los dos campos, el suyo y el mío. -¿Y bien? -Que las raíces se me han metido en mis tierras, oiga, y me fastidian toda la cosecha de ese lado y, por si algo fallaran, las copas dan un sombrajo que no permite crecer lo sembrado. Y yo me pregunto: ¿Tiene el señor “colidante” derecho a hacerme esa ruina? -Ningún derecho. Usted puede solicitar legalmente incluso que arranque los árboles causantes del perjuicio. -Pues no sabe lo que me alegra oírlo. Oiga, pero es que este vecino “colidante” tiene influencias, usted ya me entiende. A ver si en el juzgado… -¡Por favor! La Ley no conoce de favoritismos. Si se puede demostrar el daño que usted aduce, quédese tranquilo que la Justicia le dará la razón. -¡No sabe lo que celebro eso que usted me dice! Óigame, don Eugenio, ¿y no podría ponérmelo por escrito? Lo que llaman un “ditamen” o algo así. -Naturalmente. Venga mañana a esta misma hora y lo tendrá listo. Al día siguiente el famoso abogado recibió al campesino. -No he creído necesario extenderme porque el asunto está suficientemente claro. -Está claro. Vaya que está claro. No sabe cuánto se lo agradezco. ¿Qué le debo, don Eugenio? -La secretaria le dirá. El campesino abonó al minuta y al momento regresó al despacho del abogado. -¿Alguna duda, querido amigo? –le preguntó Montero Ríos. -No, no es eso, don Eugenio. Verá es que no le dije que mi vecino es usted, como dueño del pazo “colidante”, se dice así, ¿verdad? O sea, que supongo que no tendrá inconveniente en arrancar sus árboles, si no existe otro remedio, como muy bien explica aquí, en su “ditamen”.Sucedió a principios del siglo XX. Sus protagonistas fueron don Eugenio Montero Ríos, afamado abogado gallego y ex ministro de Gracia y Justicia, y un paisano del lugar, aparentemente corto de luces, que le fue a visitar. El encuentro fue de la siguiente manera. -Mire, don Eugenio, Yo es que tengo una tierriña, nada, apenas me da para ir malviviendo, pero ahora me preocupa lo del vecino. -¿Pues qué le pasa a su vecino? –le preguntó Montero Rios. -Es el dueño del pazo “colidante” de al lado. -Si ese pazo linda con su terreno es lo que llamamos en derecho colindante –le corrigió el abogado. -Bueno, el “colidante” ese plantó unos eucaliptos en la “colidancia”, justo donde se juntan los dos campos, el suyo y el mío. -¿Y bien? -Que las raíces se me han metido en mis tierras, oiga, y me fastidian toda la cosecha de ese lado y, por si algo fallaran, las copas dan un sombrajo que no permite crecer lo sembrado. Y yo me pregunto: ¿Tiene el señor “colidante” derecho a hacerme esa ruina? -Ningún derecho. Usted puede solicitar legalmente incluso que arranque los árboles causantes del perjuicio. -Pues no sabe lo que me alegra oírlo. Oiga, pero es que este vecino “colidante” tiene influencias, usted ya me entiende. A ver si en el juzgado… -¡Por favor! La Ley no conoce de favoritismos. Si se puede demostrar el daño que usted aduce, quédese tranquilo que la Justicia le dará la razón. -¡No sabe lo que celebro eso que usted me dice! Óigame, don Eugenio, ¿y no podría ponérmelo por escrito? Lo que llaman un “ditamen” o algo así. -Naturalmente. Venga mañana a esta misma hora y lo tendrá listo. Al día siguiente el famoso abogado recibió al campesino. -No he creído necesario extenderme porque el asunto está suficientemente claro. -Está claro. Vaya que está claro. No sabe cuánto se lo agradezco. ¿Qué le debo, don Eugenio? -La secretaria le dirá. El campesino abonó al minuta y al momento regresó al despacho del abogado. -¿Alguna duda, querido amigo? –le preguntó Montero Ríos. -No, no es eso, don Eugenio. Verá es que no le dije que mi vecino es usted, como dueño del pazo “colidante”, se dice así, ¿verdad? O sea, que supongo que no tendrá inconveniente en arrancar sus árboles, si no existe otro remedio, como muy bien explica aquí, en su “ditamen”.Sucedió a principios del siglo XX. Sus protagonistas fueron don Eugenio Montero Ríos, afamado abogado gallego y ex ministro de Gracia y Justicia, y un paisano del lugar, aparentemente corto de luces, que le fue a visitar. El encuentro fue de la siguiente manera. -Mire, don Eugenio, Yo es que tengo una tierriña, nada, apenas me da para ir malviviendo, pero ahora me preocupa lo del vecino. -¿Pues qué le pasa a su vecino? –le preguntó Montero Rios. -Es el dueño del pazo “colidante” de al lado. -Si ese pazo linda con su terreno es lo que llamamos en derecho colindante –le corrigió el abogado. -Bueno, el “colidante” ese plantó unos eucaliptos en la “colidancia”, justo donde se juntan los dos campos, el suyo y el mío. -¿Y bien? -Que las raíces se me han metido en mis tierras, oiga, y me fastidian toda la cosecha de ese lado y, por si algo fallaran, las copas dan un sombrajo que no permite crecer lo sembrado. Y yo me pregunto: ¿Tiene el señor “colidante” derecho a hacerme esa ruina? -Ningún derecho. Usted puede solicitar legalmente incluso que arranque los árboles causantes del perjuicio. -Pues no sabe lo que me alegra oírlo. Oiga, pero es que este vecino “colidante” tiene influencias, usted ya me entiende. A ver si en el juzgado… -¡Por favor! La Ley no conoce de favoritismos. Si se puede demostrar el daño que usted aduce, quédese tranquilo que la Justicia le dará la razón. -¡No sabe lo que celebro eso que usted me dice! Óigame, don Eugenio, ¿y no podría ponérmelo por escrito? Lo que llaman un “ditamen” o algo así. -Naturalmente. Venga mañana a esta misma hora y lo tendrá listo. Al día siguiente el famoso abogado recibió al campesino. -No he creído necesario extenderme porque el asunto está suficientemente claro. -Está claro. Vaya que está claro. No sabe cuánto se lo agradezco. ¿Qué le debo, don Eugenio? -La secretaria le dirá. El campesino abonó al minuta y al momento regresó al despacho del abogado. -¿Alguna duda, querido amigo? –le preguntó Montero Ríos. -No, no es eso, don Eugenio. Verá es que no le dije que mi vecino es usted, como dueño del pazo “colidante”, se dice así, ¿verdad? O sea, que supongo que no tendrá inconveniente en arrancar sus árboles, si no existe otro remedio, como muy bien explica aquí, en su “ditamen”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario