domingo, 4 de septiembre de 2016

Pontevedra: Capítulo extraordinario de la EOV


Intervención de José Cerdeira en la celebración del Capítulo Extraordinario de la EOV en Pontevedra
Queridos cofrades, queridos peregrinos, queridos amigos…

La experiencia de recorrer la senda de Santiago deja huellas imperecederas. Si el año pasado fue Samos el centro neurálgico de nuestro caminar, hoy le toca a Pontevedra, una ciudad mítica, histórica, humanística, donde el arte tiene el tamaño del hombre sin representar nunca opresión o dominio.

Pontevedra es mítica porque así lo es su origen. Teucro, héroe troyano natural de Salamina, llegó a nuestras costas con un pequeño grupo de helenos y, seducido por los cantos mágicos de la sirena Leucoíña, atracó en esta Ría de suaves brumas y cálidos atardeceres. Así fue o, al menos, así nos lo cuentan los clásicos.

Pero Pontevedra es también historia, e historia antigua. Los romanos, grandes constructores de vías y calzadas, diseñaron el primer camino a un Santiago todavía inexistente. Era su vía XIX, una vía que partiendo de Brácara llegaba hasta Lucus y Astúrica. Este itinerario cruzaba el río Lérez por un puente que, como objetivo militar que era, estaba protegido por una reducida milicia, origen del pequeño núcleo poblacional denominado Turoqua.

Con la desaparición del imperio romano, el viejo puente cayó en el abandono hasta volverse inutilizable. Y con su ruina, aquel primitivo asentamiento fue también olvidado. Los primeros escritos de los monasterios de Lérez, Poio y Tenorio, fechados hacia el año mil, mencionan numerosos lugares próximos, pero ninguna Pontevedra.

Habría que esperar hasta el año 1141 en que una escritura conservada en el Monasterio de Lérez habla de una villa llamada “pontus veteris” en clara referencia al viejo puente. Luego, en 1169, Fernando II concedería el primer fuero a sus habitantes y, en años sucesivos, Pontevedra iría obteniendo nuevas concesiones entre las que destaca el monopolio para Galicia de la obtención de grasa de sardinas así como el secado, transporte y venta de pescado. Finalmente, en 1452, Pontevedra se convierte en el puerto de carga y descarga de Galicia y, en 1467, obtiene el privilegio de una feria franca de 30 días de duración.

Fueron años de bonanza para la Villa, con sus mareantes allegando y procesando el pescado y sus marinos, como los almirantes Paio Gómez Charino o Jofre de Tenorio surcando altivos los mares y participando, por ejemplo, en la toma de Sevilla.

Esa Pontevedra medieval prosperó y se enriqueció de tal forma que, a finales del siglo XV, su burgo era el más poblado de Galicia y su puerto era uno de los más importantes de la Europa atlántica, lideraba el comercio de pescado y en sus astilleros se construían barcos como “La Gallega” con la que Colón alcanzaría el Nuevo Mundo. La Cofradía del Gremio de Mareantes, fundada en este siglo, pronto se convirtió en el motor económico de la ciudad hasta el punto de acometer, con sus propios medios, la construcción de una iglesia tan grandiosa como lo es la de Santa María la Mayor.

Lógicamente, esta Pontevedra próspera necesitó de unas murallas que primero fueron defensivas y más tarde sirvieron como control fiscal de las mercancías que entraban y salían de la villa. Tenía una longitud  de unos dos kilómetros y contaba con siete puertas principales y unos cuantos postigos más pequeños que facilitaban el acceso peatonal. Dentro del recinto quedaban las dos parroquias, Santa María y San Bartolomé, y fuera, los tres conventos medievales de San Francisco, Santa Clara y Santo Domingo.

Desgraciadamente, el siglo XIX, que supuso el renacer de una Pontevedra en decadencia, supuso también, en aras de la modernidad, el fin de parte de su patrimonio material, como la propia muralla, los palacios arzobispales, la iglesia románica de San Bartolomé, los palacios de San Román y de los Churruchaos o el Hospital de San Juan de Dios que pasaron a ser material de construcción de edificios menores cuando no a simple pavimento de calles.

Fuera de las murallas estaba el pequeño barrio del Burgo, asociado al puente medieval, y el importante barrio marinero de A Moureira, verdadero motor de la economía marinera de Pontevedra y cuna de sus principales hombres de mar. Había también un pequeño hospital de leprosos (gafos) que tenía por patrona a la Virgen del Camino, cuya imagen estaba en la capilla de igual nombre que marcaba la entrada a Pontevedra del camino portugués (para los curiosos, estaba en la confluencia de las calles Peregrina y Virgen del Camino, justo en medio de la calle Fray Juan de Navarrete, enfrente de lo que fue el cine Gonviz).

 “Cuenta una leyenda que hubo una virgen que salió de Éfeso para peregrinar a pie a la tumba del apóstol Santiago y, al pasar por Pontevedra, se paró a descansar.”

Al margen de la leyenda, lo cierto es que en los siglos XVI y posteriores, era costumbre que muchos peregrinos de la Francia atlántica peregrinaran a Santiago por vía marítima, desembarcando en Bayona y siguiendo a pie hasta Compostela. Se dice que, en cierta ocasión, unos peregrinos franceses portaban la imagen de una virgen vestida con atuendo de peregrina, imagen que acabaron dejando en la capilla de la Virgen del Camino. Para atender y honrar esta imagen, en 1754 se constituyó una hermandad que acabaría convirtiéndose en la “Cofradía de Nuestra Señora del Refugio, Divina Peregrina”. Lo cierto es que la existencia de dos imágenes en la misma capilla acabó generando algunos problemas que aconsejaron la construcción de un nuevo templo donde alojar la imagen recién llegada.

En esas fechas, mitad del siglo XVIII, la población extramuros de Pontevedra era muy escasa, y concretamente, en la zona en que estamos ahora, situada frente a la puerta de Trabancas, había un importante descampado en el que se situaba el rollo o picota y por donde deambulaban numerosas mujeres que los cronistas de la época califican como “mujeres de partido”.

En sólo cuatro años en este espacio baldío se levantó una primera iglesia de madera, para, dos años más tarde, comenzar la construcción del templo definitivo. El proyecto y dirección de obra fue del sargento de milicias Don Antonio de Souto, y la primera misa se celebró en agosto de 1794. Siete meses más tarde, un rayo derribó la torre norte del santuario, torre que no se restauraría hasta 1873. En 1896 se pasan las campanas de la torre norte a la sur, instalando en la primera las campanas provenientes del derruido hospital de San Juan de Dios así como su reloj. A partir de esa fecha el templo no sufre modificaciones importantes, aunque sí su atrio que entre 1890 y 1953 prescindió de su afamada fuente, sustituida por una amplia y redondeada escalinata.

Desde el punto de vista estructural, la capilla tiene planta circular, de unos 15 metros de diámetro, de la que el cuadrante frontal se ha expandido en casi de tres metros. A la parte posterior se le ha añadido la capilla principal, a la que se adosaron dos pequeñas sacristías laterales formando una cruz. Sobre los ángulos del cuadrante expandido se levantan dos torres que enmarcan una fachada barroca tardía, con formas neoclásicas, presidida por imágenes de la Virgen, Santiago y San Roque, los tres vestidos de peregrinos. En conjunto, su tipología es única en España y sólo es asociable a la tipología imperante en templos portugueses de la época.

La capilla de la Peregrina es el símbolo de una Pontevedra renacida. Aquella villa mortecina de los siglos XVII y XVIII recupera su orgullo con la victoria en Pontesampaio frente a las tropas francesas. En 1833, tras largas y complejas negociaciones, Pontevedra es nombrada capital  de la provincia homónima y, en 1840, consigue rechazar a los vigueses quienes, por las armas, habían decidido recuperar la capitalidad perdida. Fruto de la capitalidad son los nuevos edificios como la Casa del Concejo, la Diputación, el Instituto, el Gobierno Civil o el Banco de España, los nuevos espacios públicos como la alameda de Sesmero y los jardines de Vincenti o los nuevos viales de acceso que toman a esta capilla como el kilómetro cero de la provincia. Así, una nueva vida económica y cultural explosiona en la Pontevedra de la restauración.

En esa época, Pontevedra bulle de tertulias políticas, literarias, históricas y hasta arqueológicas. En 1894, y alrededor de Don Casto Sampedro, nace la Sociedad Arqueológica de Pontevedra, un grupo de personalidades del arte y la cultura que pretenden evitar el expolio y deterioro del patrimonio pontevedrés al que amenazan los nuevos tiempos. Éste sería el origen del Museo de Pontevedra, quizá el museo provincial más importante de España.

En la calle Don Gonzalo, los hermanos Muruais ponen en marcha una famosa tertulia literaria que tiene como base su creciente biblioteca. Andrés, el mayor de ellos, muerto a los 30 años, era un buen y polémico escritor metido a bromista. Su mayor aportación reside en la creación del personaje del Urco, un animal fabuloso, horrendo, inclasificable, que aterrorizaba a la población y que pasó a personificar los carnavales de Pontevedra.

Suyo es también el primer himno gallego, publicado en 1880, que empieza diciendo:

Hirmans, con entusiasmo / cantemos a Galicia
Para nos outra delicia / como ela xa non hai,
E maliofillo ingrato / que como nos non queira
A terra feiticeira / que é nosa doce nai.

Andrés Muruais fue el primer ocupante del nuevo cementerio municipal de Pontevedra. Desde entonces, se dice que los pontevedreses no mueren, se trasladan a San Mauro.

La pasión de su hermano Jesús, un año más joven, era su biblioteca, quizá la mejor biblioteca literaria de la España de su tiempo. Quienes hayan visitado la plaza de Méndez Núñez habrán contemplado una estatua del barbudo Valle Inclán saliendo de la biblioteca de los Muruais.

Pero para hablar de tertulias en Pontevedra no hace falta irse a la casa de los Muráis, ni al Café Moderno (donde se juntaban Manuel Quiroga, Monteserín, Pintos Fonseca, Carlos Sobrino, Laxeiro, Paz Andrade, Alexandre Bóveda, Ramón Cabanillas… y hasta el propio García Lorca quien escribiría sobre sus mesas de mármol un bello poema dedicado a Marie Blanchard), ni al palacete de “Las Mendoza” hogar de músicos y artistas, ni tampoco al pazo de Montero Ríos en Lourizán, desde donde se dirigía gran parte de la política nacional de la época, ni siquiera, años más tarde, a la casa de Filgueira Valverde en la calle Arzobispo Malvar, no lejos de la residencia de Torrente Ballester, y donde se hablaba de cantigas, de arte, de historia y, sobre todo, de su querido museo. No, no hace falta desplazarse porque en esta misma plaza de la Peregrina estaban cuatro de las tertulias más importantes:

Así, enfrente de esta iglesia, donde hoy está la oficina del Banco de Santander, estaba entonces la farmacia de Perfecto Feijoo. Además de farmacéutico, Don Perfecto era músico, fundador del primer coro de Galicia, llamado Aires da Terra, en el que participaron personajes como Said Armesto, Campo Sobrino, Carlos Gastañaduy y hasta el propio Castelao. Pero, amigos, Perfecto Feijoo era sobre todo famoso por su banco, un banco de piedra situado a la puerta de su botica. Por allí pasaron personajes como Eugenio Motero Ríos, Pablo Iglesias, Práxedes Mateo Sagasta, Ramón María del Valle-Inclán, Emilia Pardo Bazán, Miguel de Unamuno… y tantos otros.

A finales de aquel inolvidable siglo XIX la Emperatriz de Francia, Doña Eugenia de Montijo, visitó Pontevedra y entró a rezar a esta capilla. A la salida, es posible que se sorprendiera al encontrarse con un loro lenguaraz, con nombre de revolucionario francés, que ocupaba la ventana frontal de la botica de Don Perfecto. Tan famoso era el loro que a su entierro, efectuado en Mourente el miércoles de ceniza de 1913, acudió todo Pontevedra. El cortejo estaba encabezado por doce jinetes con faroles seguidos de bandas de cornetas y comparsas, tres carrozas, la banda municipal y carruajes diversos que acompañaban el pequeño catafalco portador de los restos embalsamados del loro Ravachol.

Enfrente de la botica de Don Perfecto estaba la farmacia Maquieira, un local en cuya rebotica se hablaba de política, de galleguismo, de música, de ciencia, de esoterismo y de masonería, entre otras cosas. Allí, además del propio Maquieira, se juntaban personajes como Castelao, Losada Diéguez, Sánchez Cantón, Blanco Porto o Iglesias Vilarelle. La farmacia Maquieira, además de ser la sede de la logia masónica “Helenes nº7”, fue el lugar de nacimiento de la Coral Polifónica de Pontevedra.

Al otro lado de la Puerta de Trabancas, justo cruzando la calle, está el café Savoy, lugar de encuentro que vino a sustituir al antiguo Méndez Núñez, situado en el lugar que más tarde ocuparía la hoy calcinada "Moda Ideal"; y a su lado estaba el despacho de Don Casto Sampedro, prohombre de la Sociedad Arqueológica, donde las tertulias eran de pocos componentes pero de muy alto nivel.

Alrededor de las numerosas tertulias fue surgiendo una corriente de contenido galleguista, que derivaría en nacionalista, y que, a la larga, condujo a la formación del "Partido Galleguista". Para su constitución, los miembros del llamado cenáculo de Ourense (Vicente Risco, Otero Pedrayo, Florentino Cuevillas…) se desplazaron a Pontevedra donde firmaron la constitución del Partido junto con los Bóveda, Losada, Cabanillas y el propio Castelao, cuyo despacho, por cierto, estaba justo encima del café Carabela, a cien metros de aquí, despacho en el que trabajó durante los veinte años que van de 1916 a 1936.

La Pontevedra de la restauración, quizá debido a maestros como Feijoo y Sarmiento, se convirtió en el alma política y cultural de Galicia. Salir a la calle era encontrarte con Montero Ríos, Bugallal, González Besada, Fernández Villaverde, Vincenti, García Prieto, Portela Valladares, Cobián Rofignac;  y también con los Unamuno, Echegaray, García Lorca y tantos otros gallegos de adopción.

Está claro que aquella Pontevedra de las luces (fue la primera ciudad gallega en ser iluminada con luz eléctrica) tuvo de todo, a la primera y única mujer almirante, Doña Isabel Barreto, casada con el berciano Álvaro de Mendaña, y al pirata más sanguinario de la historia, Domingo Soto, nacido en la Moureira y ahorcado en Gibraltar…

Pero, aquí termina el romance, aunque no concluya el cuento.

Muchas gracias por vuestra paciencia, que tengáis un buen Camino y que el Apóstol os reciba como os merecéis. Gracias.

José Cerdeira Taboada.
Pontevedra, septiembre de 2016

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