sábado, 28 de agosto de 2010

Apuntes Jacobeos: Otros oficios no tan santos

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4.9.- Otros oficios no tan santos. Hemos dado un pequeño repasos a aquellos oficios más curiosos y más relacionados con el culto o el mantenimiento catedralicio. Pero otros oficios hay que, dependiendo de la existencia del culto al Apóstol, nada tienen que ver con él. Citaremos sólo cuatro:


Cambeador. Fueron aquellos mestres de balanza los padres y factores de la burguesía compostelana, de tan alterada y altercada historia (Torrente Ballester). Su labor consistía en fijar las equivalencias entre las distintas monedas traídas por los peregrinos y las que circulaban por el reino de Asturias. Se encargaban también de justipreciar dádivas y mercancías y de hacer públicos los precios.

Los cambeadores se fueron enriqueciendo y pronto desearon ascender por la escala social pretendiendo descender de sangre ilustre; para conseguirlo cometieron algunas divertidas falsificaciones que si hoy no engañan a nadie, en sus tiempos debieron tener un cierto éxito. Dice Torrente Ballester: Su pillería profesional con la balanza de precisión se desvanecía ante ejecutorias de nobleza. Pero, por ser los iniciadores de la riqueza compostelana, recemos un padrenuestro por sus almas.


Cuncheiro. En un principio, los vendedores de conchas se limitaban a recolectarlas en las playas y, después de aprovechar la sabrosa carne interior, limpiar la concha y ponerla a la venta. Pero el negocio era lucrativo y la competencia mucha. Esto obligó a ofertar conchas de materiales diversos, talladas por los artesanos compostelanos y sobre las que se pudiera poner alguna indicación indeleble que garantizara el origen de la mercancía. Por otra parte, fue necesario recurrir al rey y al mismo Papa para que la venera quedara reservada como una marca de calidad, como símbolo exclusivo del viaje a Compostela, y no fuera utilizada por quienes peregrinaban a santuarios que no fueran el de Santiago. En este sentido, se conservan disposiciones de Inocencio III (1207), Gregorio IX (1228), Alejandro IV (1259), Alfonso X el Sabio (1260), Clemente IV (1266), Gregorio X (1272), etc. prohibiendo y castigando duramente a quienes falsificaran conchas de peregrino.

Azabacheiro. No muy distinta a la situación de los cuncheiros era la de los azabacheiros, artesanos que trabajaban el negro azabache procedente de las minas de carbón asturianas. Los numerosos objetos confeccionados con el negro, duro y brillante carbón, pronto eran copiados por artesanos de otros lugares contra los que luchaban los artífices compostelanos acusándolos de venta ilegal y pretendiendo la exclusiva de la talla y venta de objetos de azabache.


La azabachería debió ser, junto con la platería, una de las principales fuentes de ingresos de los artesanos compostelanos. De azabache se hacían crucifijos, colgantes, figas, rosarios y otros muchos abalorios y recuerdos. Además el azabache se consideraba como una especie de amuleto contra distintos males, creencias sobre las que, lógicamente, los vendedores incidirían una y otra vez. Los oficios de cuncheiro y azabacheiro acabaron por fusionarse en un solo gremio que les permitía tener más fuerza en la defensa de sus intereses.

Hostelero. La atención prestada por muchos hospitales, hosterías y pensiones a los peregrinos era irreprochable. Muchos viajeros nos han dejado notas de agradecimiento y satisfacción por los servicios recibidos. Nicola Albani quedó encantado con su patrona compostelana María Crespa, a cuya casa volvió por segunda vez, y algunos hospitales adquirieron fama de espléndidos en el comer y en la atención al viajero. Pero también estaban los otros, aquellos hosteleros sin escrúpulos que se aprovechaban de la inocencia o incapacidad del caminante para despojarlo de sus bienes y enriquecerse con su hacienda:

Mala gente los hosteleros (nos dice Torrente Ballester). Vivían del peregrino, se enriquecían a su costa, le robaban si podían, y si la muerte llegaba de improviso, se aprovechaban de la muerte. Marrulleros y listos como ellos solos, conocían las artes atractivas, los trucos eficaces, las palabras amables y las sonrisas dulces.

Y si éste no era el comportamiento general, que no lo era, las numerosas disposiciones de tipo legal que abundaron a lo largo de los siglos sí nos confirman la importancia de la práctica. Claro que la picaresca existente entonces no sería muy distinta de la de hoy en que algún restaurante de la calle del Franco pone centolla en las mariscadas para los “conocedores” y sólo un sustituto cuando el comensal tiene pinta de ser inexperto en las cosas del mar.

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