Qué recuerdo del Camino, me preguntas, ¿qué recuerdo?
Recuerdo la inmensidad de Castilla, sus caminos polvorientos, sus chopos amarillos bordeando la calzada, aquellas ovejas en la lejanía, la soledad vasta.
Recuerdo los ondulados paisajes de Galicia, una tierra verde oculta tras las brumas, las vacas como manchas sobre el verde de cómaros y socalcos; los robles y los castaños, las zarzas y los tojos. Sí, y aquel Irago amenazante, y el Ibañeta airoso, y la Sierra del Perdón, y los Montes de Oca... ¡Cuántos recuerdos! Y las iglesias, y los ríos, y las leyendas: gallinas que cantaron después de asadas, puentes tendidos sobre ríos violentos; San Juan, Santo Domingo...; albergues y hospitales.
También recuerdo, cómo no, a Pelayo, a Teodomiro, a Lesmes, a Veremundo... y al gran Gelmírez, claro.
Y, sin embargo, a veces no recuerdo nada. Todo es olvido. Sólo la indescriptible fusión del alma con la inmensidad cósmica, con el azul violento del mediodía, con el viento suave de la tarde.
Recuerdo, recuerdo unas estrellas pequeñas, lejanas e infinitas. La soledad. La enormidad del espacio, el silencio.
Recuerdo gente caminando apresurada, perdida el habla, perdida la mirada, con las camisetas humedecidas por el sudor ardiente del estío. ¿Qué les empujará?, me pregunto, ¿qué extrañas energías moverán sus pies, qué fuerza desconocida les impulsará hacia la meta lejana…? Otra vez el silencio, el vacío, el abandono.
…Como granos de polvo en la inmensidad del universo; es el todo y es la nada, la ilusión, la esperanza, las piernas cansadas, la meta lejana.
¿Más allá? Más allá..., qué sé yo; más allá, Compostela; o, tal vez, Dios.
JCT
Recuerdo la inmensidad de Castilla, sus caminos polvorientos, sus chopos amarillos bordeando la calzada, aquellas ovejas en la lejanía, la soledad vasta.
Recuerdo los ondulados paisajes de Galicia, una tierra verde oculta tras las brumas, las vacas como manchas sobre el verde de cómaros y socalcos; los robles y los castaños, las zarzas y los tojos. Sí, y aquel Irago amenazante, y el Ibañeta airoso, y la Sierra del Perdón, y los Montes de Oca... ¡Cuántos recuerdos! Y las iglesias, y los ríos, y las leyendas: gallinas que cantaron después de asadas, puentes tendidos sobre ríos violentos; San Juan, Santo Domingo...; albergues y hospitales.
También recuerdo, cómo no, a Pelayo, a Teodomiro, a Lesmes, a Veremundo... y al gran Gelmírez, claro.
Y, sin embargo, a veces no recuerdo nada. Todo es olvido. Sólo la indescriptible fusión del alma con la inmensidad cósmica, con el azul violento del mediodía, con el viento suave de la tarde.
Recuerdo, recuerdo unas estrellas pequeñas, lejanas e infinitas. La soledad. La enormidad del espacio, el silencio.
Recuerdo gente caminando apresurada, perdida el habla, perdida la mirada, con las camisetas humedecidas por el sudor ardiente del estío. ¿Qué les empujará?, me pregunto, ¿qué extrañas energías moverán sus pies, qué fuerza desconocida les impulsará hacia la meta lejana…? Otra vez el silencio, el vacío, el abandono.
…Como granos de polvo en la inmensidad del universo; es el todo y es la nada, la ilusión, la esperanza, las piernas cansadas, la meta lejana.
¿Más allá? Más allá..., qué sé yo; más allá, Compostela; o, tal vez, Dios.
JCT
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