Santa Isabel, reina de Portugal, que peregrinó en 1325 |
6.5.- El siglo XIV. Cada vez es mayor la masa de peregrinos anónimos que como el agua de un río caudaloso van llegando a Compostela. La catedral se abarrota de personajes variopintos, se llena de lenguas extrañas, se forman algaradas y violencias, se masifica todo. Pero no nos ocuparemos de estos personajes sin nombre sino sólo de aquellos otros a los que los cronistas prestaron atención individual.
En el año 1325 llega a Santiago Santa Isabel, reina de Portugal. Era esposa de don Dionís, devoto de Santiago pero contumaz pecador contra el sexto mandamiento y por el que su esposa venía a orar. Entre otras cosas, la reina donó al Apóstol su corona y una mula enjaezada, con el bocado de oro, plata y piedras preciosas. El arzobispo santiagués, don Berenguel de Landoria (el de la torre Berenguela) le ofreció a su vez una escarcela de piel y un bordón de cobre dorado cubierto de conchas de vieira. La reina santa repetiría la peregrinación diez años más tarde, vestida como vulgar campesina y a pie (quizá porque la mulilla ricamente enjaezada la había donado la vez anterior...)
La reina de Suecia Santa Brígida peregrinó a Compostela en el año 1341 (como se ve, las dos reinas santas peregrinaron con muy poca diferencia de tiempo) acompañada de su marido Ulf Gudmarson, que enfermó en el viaje de regreso, a su paso por la localidad de Arrás, y murió poco después. A partir de entonces, la reina santa se dedicó al ejercicio de la caridad y la piedad: se vistió con burdos ropajes y se de-dicó a visitar los grandes santuarios, entre ellos, Roma y Jerusalén.
Alfonso XI, rey de Castilla y León (el que pasaba sus días de ocio entre las justas de los caualleros de su vanda con los caballeros peregrinos que aceptaban el reto), viaja a Compostela en los años 1332 y 1345.
En 1386, Juan de Gante, duque de Lancáster, peregrina a Santiago con toda su familia y acompañado por una flota de cien (¡sí, sí, 100!) barcos.
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