El pasado sábado día 26 de noviembre, en la entrañable sede de la Xuntanza de Gallegos de Alcobendas, nuestro querido amigo y maestro Enrique Santín nos deleitó con un brillante repaso a lo que son las características fundamentales del gallego. Era la segunda vez que tocaba el tema (ver: Radiografa del alma gallega ) pero no por eso (o quizá por ello) el tema resultó menos interesante y la asistencia de público fue numerosísima. Reproducimos a continuación una parte de su discurso aunque, lamentablemente, nos perderemos quizá la parte más interesante y original porque, esa, no estaba escrita.
En nuestro anterior trabajo sobre la Radiografía del alma gallega, diseccionábamos algunos de los aspectos más singulares de nuestra idiosincrasia. Continuando aquel análisis vienen a nuestra memoria nuevas reflexiones sobre el perfil sicológico y el “animus” e instinto propio de nuestras gentes.
Si, según Aristóteles, todos los hombres tienen naturalmente afán o deseo de saber, es evidente que en esa innata curiosidad intelectual del ser humano, reside el principal motor del desarrollo y progreso de la humanidad. Ahora bien, esa curiosidad por saber y conocer, exclusiva de los seres racionales, se hace presente a través de las preguntas o interrogantes que jalonan toda nuestra vida.
Mientras vivimos, no dejamos de preguntarnos sobre nosotros mismos; sobre nuestro origen y destino; sobre las cosas que nos rodean y, en definitiva, sobre el mundo que habitamos.
Si, como se dice en la Biblia, en el principio fue el Verbo, es decir, la palabra, ésta desde sus inicios se convirtió en una constante sucesión de interrogantes o preguntas a las que la humanidad ha pretendido dar respuesta, a través de las religiones, la ciencia y la filosofía.
Si trasladamos las anteriores reflexiones al comportamiento y actitud de los gallegos, lo primero que nos sorprende es su propensión natural a formularse preguntas y repreguntas, huyendo hábilmente de las respuestas. Esto explica que en el lenguaje coloquial de los gallegos, el método socrático de preguntas y respuestas para descubrir y alcanzar la verdad, esté condenado al fracaso. El gallego contesta pero no responde. Y, en todo caso, sus contestaciones nunca son comprometidas. Si se le pregunta su parecer sobre cualquier tema o cuestión, su respuesta, para eludir la contestación, es del tenor siguiente: “por un lado ti xa sabes; e por outro, que queres que che diga”.E, igualmente, a la pregunta de qué opina sobre lo que está pasando, normalmente responde “¿E ti qué crees?”. Ese mismo sentido tienen las respuestas cuando alguien le comenta “¡Qué boa é esa persoa¡ y responde “¿E logo, morreu?”. Idéntico sentido tienen aquellas conversaciones en las que a nuestros paisanos se les pregunta qué orientación hay que tomar para dirigirse a algún lugar; en estos casos, es corriente que su respuesta sea del siguiente tenor: “¿E logo, vostede non é d’eiqui?”.
Esta peculiar manera de ser, podría enmarcarse en el campo de los “Caballeros de la Pregunta” o, incluso, de la Repregunta, frente a la “Cofradía de la Respuesta”, siguiendo la terminología empleada por los autores Pilar Magro y Alfredo Tiemblo en su obra “El camino de la Pregunta”, cuyo contenido gira en torno a la idea de “que la pregunta siempre ha unido a los hombres, mientras la respuesta los ha separado”. Por ello, insisten esos autores “que es bueno que alguien llame la atención sobre el hecho de que la pregunta une tanto como la respuesta separa” y que “el progreso es mucho más cuestión de preguntarse que de responderse”. Abundando en dicha tesis, los autores antes mencionados, utilizan el “Camino de Santiago” para reflexionar sobre la Pregunta como motor y estímulo del conocimiento y terminan afirmando que “por esto hemos querido traer a Galicia el tema eterno del debate entre la Pregunta y la Respuesta”.
Ciñéndonos al comportamiento del gallego, procede señalar cómo con frecuencia traslada su opinión y el propio criterio, al parecer y juicio previo de sus interlocutores. Sus pensamientos se subordinan, casi siempre, al previo conocimiento de lo que piensen los demás. En consecuencia, en tales circunstancias, no puede hablarse de un verdadero diálogo y sí de expresiones evasivas ajenas a conclusiones ciertas e indubitadas. El riesgo a aventurar sus propias convicciones, impide avanzar en el discurso por la idéntica actitud cautelosa y precavida de sus paisanos y coterráneos. El diálogo se convierte así, en pretender inútilmente que de las preguntas y repreguntas se pase al conocimiento de las posturas propias de cada uno de los intervinientes. En Galicia no existen ni la afirmación ni la negación rotunda y contundente. Normalmente, se emplean términos como “¿Usted cree?”, “¿Cómo es eso?”, “¿Es posible?”, “Depende”. De lo anterior se desprende la ausencia de dogmatismo y el auge del escepticismo fruto del desengaño que anida en el alma del gallego. Este espíritu pragmático según el cual “el gallego sólo oye lo que ve”, se manifiesta en comportamientos reveladores de su desconfianza hacia lo que no se le presenta como visible, contante y sonante. El gallego desconoce lo que pudiéramos llamar “asiento en cuenta”. Cuando nuestros paisanos se acercan a las entidades financieras para el cobro de sus prestaciones o subsidios, exigen que la cantidad a percibir les sea exhibida físicamente para contarla y comprobarla, aunque, seguidamente, autoricen al empleado a que se les abone o ingrese en cuenta.
Esa misma sensación de incredulidad, se pone de relieve cuando usa de coartadas para evitar cualquier compromiso. Así lo demuestra al rechazar pertenecer, por ejemplo, a los Testigos de Jehova, afirmando que “si non creo na relixion catolica, que dicen é a verdadeira, como vou a creer noutra calqueira”. O, todavía más elocuente, cuando con gran ambigüedad sostiene que “non creo nas bruxas; pero habelas, hainas”.
Otra característica configuradora del alma gallega es la convicción, más que la creencia de que nada en la vida se consigue u obtiene gratuitamente y sin esfuerzo. Para el gallego, la contraprestación de los servicios y atenciones, es moneda corriente en sus relaciones interindividuales y sociales. Para nuestros paisanos lo que no se cobra no tiene ningún valor y el servicio que se nos presta o la atención que se nos dispensa, debe ser no sólo agradecida sino también recompensada. Para el gallego el regalo no existe porque considera que su dádiva no es mera liberalidad sino expresión material y sensible de algo que se pide o que se ha recibido. Por eso se ha dicho que “la recomendación” es una práctica habitual en nuestros paisanos.
Como ejemplos elocuentes de esa concepción retributiva que de toda conducta ajena tiene el gallego, podemos citar casos como el de aquellos paisanos que recibiendo de la Administración medios materiales gratuitos para organizar los llamados “teleclubs”, su desconfianza sobre la gratuidad de los mismos, llegaba a tal extremo, que les resultaba impensable que aquel gesto de la Administración, “non fora para subir os impostos” o la de quienes solicitando de los Poderes Públicos los impresos necesarios para obtener determinadas subvenciones, no los utilizaban alegando que “non valen para nada, pois non tivemos que pagalos”.
También procede señalar que difícilmente se engaña y provoca al gallego. Sólo después de ponderar los pros y los contras y con enormes reservas, se decide a actuar y esa misma actitud defensiva adopta ante cualquier eventualidad. Nunca se precipita; calcula mucho los riesgos; actúa sobre seguro; huye de la especulación; renuncia a lo posible y se refugia en lo efectivo e inmediato; el “más vale pájaro en mano que ciento volando” es, a menudo, su verdadera divisa. Es reflexivo y paciente. En circunstancias desconocidas o inéditas se inclina por “velas vir, deixarse ir é parar a tempo”. Actúa “a modiño”. Sin sobresaltos y nunca por corazonada. Es más cerebral y empírico que audaz e imprevisor.
El gallego es, por lo general, tímido y retraido. No suele ser parlanchín, ni dicharachero. Sabedor de que “por la boca muere el pez”, escucha más que habla, pues sabe que las personas son “dueñas de sus silencios y esclavas de sus palabras”. Saber escuchar es darle la razón a la naturaleza que no en vano nos dotó de “dos oídos y una sola boca”.
Relacionándolo con lo anterior, podemos mencionar también el temor al ridículo o, como se dice vulgarmente, el miedo a meter la pata que cohibe al gallego y actúa como freno de su conducta, provocando la ambigüedad de sus expresiones y el carácter dubitativo de sus actos. En ese marco, se inscribe el socorrido ejemplo gráfico de que si uno se encuentra a un gallego en una escalera “no se sabe si sube o baja”. Realmente, el gallego sí que lo sabe; pero lo que no quiere es que lo sepan los demás, ocultando así el verdadero sentido de su opción preferida.
Esa especial manera de ser de nuestros paisanos no impide que el gallego tenga espíritu emprendedor, pero normalmente, con caracter individual y siempre poniendo a prueba su trabajo y esfuerzo personal. Le gusta comportarse con la cabeza sobre los hombros y los pies en la tierra.
Ante las desgracias e injusticias del mundo y de la vida prefiere atribuir la autoría de las mismas a las fuerzas del mal y no a Dios. Lo que le asusta o perjudica, lo justifica diciendo “eso é cousa do Demo”. Por ello, no acepta de buen grado la afirmación que pone Curros Enríquez en boca de Dios cuando dice: “Si éste é o mundo que eu fixen que o demo me leve”.
Esa afirmación condicional no se compadece con la frase tan blasfema como irónica de que “Deus é bo; pero o demo non é malo”.
He ahí una muestra de la complejidad del alma gallega y de los múltiples recovecos que la forman. Su poliédrica composición de escepticismo, pragmatismo y especial atracción y dependencia de la tierra, le producen la saudade o añoranza que le acompañan en cualquier lugar donde se encuentre. Las dos coordenadas que constituyen la base de la saudade son por igual la soledad “soidade” y la lejanía, que desgarran su alma y le mantienen en esa esquizofrenia del cuerpo ausente y el alma cercana. Por eso la Condesa de Pardo Bazán decía que la morriña es un mal físico del cual se muere y que explica la afirmación de Vicente Risco de que “Poucos son os galegos que se conforman con non volver lonxe da terra; siguen xunguidos a ela; é coma se foran somentes nomadas de corpo. Esa é a nosa carauteristeca; esa é a nosa forza”.
Tras estas consideraciones, cobra plena vigencia la constatación de que como o Miño o noso pobo na terra onde nace quer morrer.
Como se ve, pretender un análisis exhaustivo de nuestra excesiva madurez de casta que les reconocía a los gallegos Emilio Castelar, es una tarea prácticamente inacabada e inacabable; pero, creemos, que con las pinceladas que se dejan expuestas, queda definida y en cierto modo retratada la personalidad sicológica del ser gallego.
Finalmente podemos decir que en la vida más que la meta, interesa el camino y que, como dice Ortega un problema resuelto es un seudo problema. Contribuir a resolverlo en el esclarecimiento de nuestra personalidad física y síquica de temperamento y carácter, es la tarea más apasionante que podemos afrontar quienes sentimos en nuestra naturaleza los genes que nos caracterizan como gallegos.
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