Diez personajes del Camino
Pero, ¿quién hizo el camino? Autores hay
que dicen que ya estaba hecho mucho antes de ser descubierto el sepulcro
apostólico, que ya circulaban por él gentes deseosas de ver el fin del mundo,
gentes que peregrinaban a la tumba de Prisciliano o a otro sitio. Otros, los
franceses, pensaban que había sido el gran Carlomagno, el vencedor de los
moros, el que lo había hecho por encargo del mismo Apóstol. Pero no. Olvidémoslo
todo. El camino, tal como lo conocemos, lo fueron haciendo los peregrinos con
sus pies, con el pisar de sus bordones, con esa piedra que apartaban o ese
tronco que echaban al río. Hubo, claro está, hombres, muchos de ellos anteriores
peregrinos, que se dedicaron a cuidar de aquellos pasos, de aquellos senderos.
Y hubo también quienes hablaron de él, lo promocionaron y contribuyeron con sus
escritos a mantener la riada de caminantes. Fueron, unos y otros, camineros y
caminantes, los famosos viatores, los
que contribuyeron a hacer camino. Y fueron muchos, pero sólo recordaremos a
unos pocos.
Carlomagno, según Luis Félix Amiel (1802 - 1864) |
9.1.-
Carlomagno.- En el libro IV
del Códice Calixtino, el atribuido a un legendario arzobispo Turpin, presente
en Roncesvalles, nos cuenta que el Apóstol Santiago se encontraba triste y
apenado de ver cómo las tierras por él evangelizadas habían caído en manos de
los sarracenos. Así que, una noche, se le apareció en sueños a Carlomagno y le
dijo:
El camino de estrellas
que ves en el cielo significa que has de ir desde estas tierras hasta Galicia
con un gran ejército a combatir a las pérfidas gentes paganas, y a liberar mi
camino y mi tierra, y a visitar mi basílica y mi tumba. Y después de ti irán
allí peregrinando todos lo pueblos de la tierra. En recompensa por tus fatigas, obtendré de
Dios para ti la gloria celestial y tu nombre permanecerá en la memoria de los
hombres mientras dure el mundo.
Carlomagno puso manos a la obra y no paró
hasta llegar a Pampilonia (Pamplona) donde sus robustas murallas le retuvieron durante
tres meses, hasta que un buen día se desplomaron solas para permitir la entrada
del emperador. Desde allí se dirigió a Compostela, donde oró ante la tumba del
Apóstol, y continuó hasta Iria Flavia donde el arzobispo Turpin, su perpetuo
acompañante, pudo bautizar a todos los paganos. Luego siguió conquistando
tierra de infieles y obteniendo rico botín con el que enriqueció la iglesia del
Apóstol y mandó construir otros numerosos templos. Finalmente regresó a su
tierra donde siguió gastando el tesoro obtenido de los agarenos en la
construcción de iglesias y santuarios.
Pero Carlomagno no pudo dormir tranquilo
durante mucho tiempo. Por el sur habían llegado a Iberia los almorávides, y con
la ayuda de su rey Aigolando los musulmanes se apoderaron nuevamente de las
tierras conquistadas por el emperador. Carlomagno tuvo que volver a España
para, con la ayuda de sus doce pares, vencer a Aigolando e, incluso, a
Almanzor. Luego estableció el Camino de Santiago, nombró a Compostela sede
Apostólica y la proclamó la segunda de las iglesias de la cristiandad (sólo por
detrás de la de Roma). Finalmente regresó a Francia, y todo hubiera ido bien si
no fuera por la traición de los reyes de Zaragoza que provocaron la terrible
tragedia de Roncesvalles.
La leyenda de Carlomagno, atribuida al
obispo Turpin, no pasa de ser un mero intento de hacer al emperador como origen
de todo el culto compostelano. Sin embargo, a pesar de lo inverosímil de lo
contado por este libro cuarto del Códice Calixtino, su influencia sobre la
difusión y atracción de Santiago, especialmente para los galos, fue innegable.
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