viernes, 14 de marzo de 2014

Sofía Casanova: entre Galicia y Polonia

A finales de abril, la viajera y enxebre Orde da Vieira se va de excursión a Galitzia. Sí, a esa otra Galicia que se extiende al norte de los Cárpatos, alargándose suavemente entre Polonia y Ucrania, entre Cracovia y Lviv. Allá nos vamos a encontrarnos con numerosos gallegos de los que os queremos hablar. Una de ellas es aquella cronista de guerra llamada Sofía Casanova, gallega y residente en Polonia, que fue capaz de transmitirnos, a través de ABC, todos los horrores de la primera guerra mundial y de la propia revolución rusa. Copiamos la breve biografía escrita por Rosario Martínez para el ABC del 08 de noviembre de 2013.


Casanova, corresponsal frente al horror
Sofía Casanova, en 1916, vestida de enfermera de la Cruz Roja


«Mis papeles son insustituible material histórico de la catástrofe que me arrolla». Así se expresaba la coruñesa Sofía Casanova en vísperas de la toma de Varsovia por los alemanes, en el verano de 1915, resistiéndose a ser evacuada. Era la corresponsal de ABC en la I Guerra Mundial, y se estaba jugando la vida en la capital polaca porque creía que su testimonio sería útil para la historia. La historia, en cambio, ha menospreciado su esfuerzo.

A unos meses de que se conmemore el centenario del comienzo de la Guerra que desde 1914 asoló a Europa, nos parece de justicia recordar a la mujer que contó a los lectores de ABC el desarrollo de la contienda en el frente del Este.

La gallega se había casado en 1887 en Madrid con Wincenty Lutoslawski, filósofo, profesor, hombre de gran talento e hijo mayor de una familia terrateniente polaca, y los lazos de ese matrimonio –sus hijas- la mantuvieron ceñida a Polonia para siempre. Al estallar la guerra, se hallaba en aquel país con su familia, y con ella haría frente a aquel horror.

Poeta, narradora e incluso autora de teatro, fue contratada por ABC en el año 1915 como corresponsal en Varsovia, y escribió para el diario madrileño hasta poco después de la invasión del territorio polaco por el ejército nazi. No era fácil ni usual para una española hacer frente a tal oficio, pero a ella le sobraba experiencia literaria, decisión y coraje para ello; además, dominaba varias lenguas. Era una mujer valiente, contaba con fuentes extraordinarias de información en el país, y tenía mucho por que luchar, muchas cosas que decir.

Fue una pionera: la primera mujer corresponsal de guerra, de forma permanente, en el extranjero. Antes, la escritora Carmen de Burgos había cubierto la guerra de Marruecos, pero sólo durante unos meses. Para Sofía, el conflicto de 1914 sólo sería el primero: vendrían después la Revolución rusa de 1917, las guerras por las fronteras de la Polonia restituida y la más exterminadora, la de la ocupación nazi. Realmente, la gallega se quedó atrapada entre confrontaciones para siempre, pasando sus últimos días aislada de España y de Occidente tras el telón de acero. En su tierra adoptiva, concretamente en Poznan, moriría en 1958, después de haber visto y sufrido en propia carne los mayores cataclismos que el siglo XX trajo a la historia de Europa. Tenía casi 100 años, y aunque estaba casi ciega, seguía anotando sus impresiones con la ayuda de un cartoncillo que le permitía mantener el papel en vertical, cerca de sus ojos.

Sofía realizó un trabajo literario y periodístico ingente, su objetivo era dar a conocer al lector hispano la idiosincrasia del pueblo polaco y difundir sus anhelos de independencia. Alcanzada ésta, narró la construcción del Estado de Polonia, empeño de todo un pueblo y de su élite intelectual. Durante la guerra, y cuando las informaciones de las agencias eran sólo frías notas, la escritora mandaba crónicas del día a día, sin olvidarse de la población civil, de la que ella formaba parte. Denunció la brutalidad de una confrontación en la que se estaban utilizando armas nuevas como las químicas, cada vez más agresivas, y analizó las complicadas circunstancias políticas y sociales que explicaban hechos como el de la Revolución rusa de 1917, de la que fue testigo y víctima en San Petersburgo, adonde había llegado como refugiada polaca. Sin casi teléfonos, con una correspondencia que tardaba semanas o meses en llegar a Madrid, ella se las ingenió para que sus crónicas llegasen a ABC de una forma u otra.
A Sofía Casanova se la conoce muy poco y muy mal. Su nombre está férreamente asociado a su ideología conservadora y a su visceral antibolchevismo, pero su personalidad y su campo de acción va mucho más allá de este cliché. Su pensamiento, la evolución de su mentalidad, sus textos, forzosamente han de estudiarse a la luz de la historia de Polonia, país sobre el que gravitó su intensa vida.

Allí, en un país maltratado y troceado por sus poderosos vecinos, asumió su papel de esposa y de madre, convivió con una familia formada por personalidades de enorme talento y decidido nacionalismo y abrazó con ellos la lucha por la independencia de Polonia, entonces borrada del mapa. Fue una mujer de acción en la paz y en la guerra: en España fundó y presidió el Instituto de Higiene Popular, institución que socorría y asistía a domicilio a mujeres indigentes. En Polonia, como enfermera voluntaria en un hospital de la Cruz Roja de Varsovia, se volcó en socorrer a los soldados gaseados y a los heridos del frente. Visitó las trincheras de las tropas aliadas, que describió con horror, denunció espantada las armas químicas y, refugiada en Rusia, hasta entrevistó a Trotski en el Instituto Smolny. También sufriría las dolorosas consecuencias del terror rojo en San Petersburgo, especialmente el cruel asesinato de sus dos jóvenes cuñados a manos de los bolcheviques.

En su época llegó a ser una mujer importante por su cultura, su trabajo literario y su atención a los más desfavorecidos. Miles de personas la aclamaron en las calles de Coruña, su tierra natal, a su vuelta del infierno, en 1919. Fue nombrada Académica de Honor de la Academia Galega, le fueron concedidos galardones como la Gran Cruz de la orden civil de Beneficencia y la de Alfonso XII, e incluso se pidió para ella el Premio Nobel.

Su obsesión, su sueño, ya Polonia restituida, era unir a sus dos patrias mediante el conocimiento mutuo y el establecimiento de instituciones que favorecieran el intercambio político, comercial y cultural de los dos países. Contribuyó a ello con su trabajo, explicando a sus lectores las dificultades y los logros que el pueblo polaco iba consiguiendo en la tarea ingente de construir el Estado, a partir de su independencia, y dio a conocer a los poetas, artistas, intelectuales y líderes de su segunda patria.

Sus crónicas reflejan esa acción. En ellas Sofía Casanova denuncia injusticias y el atroz sufrimiento de la población civil, el exilio de las masas de refugiados que caminaron como ella hacia el interior de Rusia, huyendo desesperadamente del enemigo, y no se cansa de señalar a la guerra como la mayor de las inmoralidades. Muy adelantada a su tiempo en la forma de entender la información, supo transmitir al lector aquella maraña de acontecimientos y dificultades.

Ahora el Instituto Polaco de Cultura en Madrid, en Casa del Lector, toma la iniciativa de recordar a una mujer que, a pesar de ser tan valiosa, ha quedado casi en el olvido. ABC, el periódico que fue plataforma, tribuna de su palabra, y su querida Polonia le hacen justicia.

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