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Eugenio Montero Ríos fue jurista, catedrático, académico de 
la Real Academia de la Historia y de las Ciencias Morales y Políticas, diputado, 
senador, subsecretario, ministro de Gracia y Justicia, ministro de Fomento, 
presidente del Senado, presidente del Consejo de Ministros… Estaba en posesión 
del Toisón de Oro, del Collar de Carlos III, de la Gran Cruz de Alfonso XII, de 
la de San Mauricio y San Lorenzo de Italia, del Gran Cordón de la Legión de 
Honor… ¿Se puede tener algún título o alguna distinción más? Pues sí, porque, al 
margen de todo esto, Eugenio Montero Ríos era gallego. Y por si esto fuera poco, 
nacido en la ciudad de Santiago de Compostela. En el año 1832…
Este portentoso genio gallego comenzó sus estudios en el 
Seminario de Santiago pero los abandonó y los cambia por estudios de Derecho que 
cursa en la Universidad compostelana. Terminada la carrera en 1858, se traslada 
a Madrid. Al año siguiente, Montero Ríos gana por oposición la cátedra de 
Derecho Canónico de la Universidad de Oviedo y un año después explica esta misma 
disciplina eclesiástica en la de Santiago. Su discurso de apertura de curso en 
la Universidad compostelana, Ultramontanismo y Cimontanismo, 
fue muy polémico por sus ideas que ya dejaban entrever unas doctrinas, más que 
atrevidas, audaces para la época. Aquellas ideas quedaron plasmadas en La 
Opinión Pública, el periódico que fundara en Santiago.
A Eugenio Montero Ríos se le queda pequeña la vida intelectual 
de su ciudad natal y marcha a Madrid donde, también por oposición, obtiene la 
cátedra de Derecho Canónico. Sus espléndidas lecciones y trabajos en la 
Universidad fueron publicados en la revista Legislación y 
Jurisprudencia. 
Es en esta época cuando Montero Ríos hace su entrada en la 
política dentro del Partido Progresista de Prim. Estamos en 1868 y, tras el 
triunfo de la Revolución, el santiagués es elegido diputado en las Cortes 
Constituyentes por los progresistas de la provincia de Pontevedra. Gracias a su 
extraordinaria erudición, Montero Ríos es reclamado para la redacción de la 
Constitución, lo que propició una tensa polémica con el arzobispo de Santiago, 
monseñor Cuesta. Y es que Eugenio Montero Ríos era partidario de la separación 
entre Iglesia y Estado, siendo notables sus discursos en defensa de la libertad 
de cultos, sin pretender vulnerar el dogma católico y dentro de la monarquía 
democrática. Al presentar su proyecto de separación entre Iglesia y Estado, 
proclamó: "Yo considero como una de las primeras dichas de mi vida el ser el más 
humilde, el más leal, el más ardiente hijo de la Iglesia; yo me precio de 
católico, yo conservo con toda su pureza la ardiente llama de la fe que me 
inspiró mi madre, llama que no ha debilitado mis estudios… ".
Ministro. Cuando Ruiz Zorrilla es nombrado ministro de 
Gracia y Justicia ofrece la subsecretaría a Montero Ríos que acepta el cargo sin 
cobrar salario alguno y sin abandonar su cátedra. En 1870 el catedrático 
compostelano participa en el Gobierno del general Prim, a quien le une una 
fraternal amistad, que le ofrece la cartera de Gracia y Justicia. Desde el 
Ministerio, Montero Ríos desarrolla una trascendental labor: promueve la Ley del 
Registro Civil, la Ley Orgánica del Poder Judicial, la Hipotecaria, introduce el 
matrimonio civil, la abolición de penas infamantes, reforma el procedimiento 
criminal, el Código Penal… Llegados a este punto, digamos que la obra 
legislativa de Eugenio Montero Ríos es una de las más copiosas realizadas en 
España en un periodo de cerca de cincuenta años. 
Después del asesinato de Prim en diciembre de 1870, Montero 
Ríos es elegido diputado por Madrid y por Lalín, aunque el acta fue imputada por 
los carlistas. 
Eugenio Montero Ríos fue uno de los máximos valedores de Amadeo 
de Saboya (le votó para que ocupara el trono), a quien sirvió lealmente el 
escaso tiempo que duró su reinado y con el que ocupó, otra vez, el Ministerio de 
Gracia y Justicia. Pero al de Saboya le superaban los acontecimientos y, 
sintiéndose incapaz de gobernar, renunció al trono en 1873. Fue precisamente 
Montero Ríos el encargado de escribir la carta de abdicación del efímero rey y 
quien le acompañó en su marcha hasta Lisboa.
Con el advenimiento de la República, Montero Ríos abandona la 
política y unos años después participa, junto a Francisco Giner de los Ríos, en 
la creación de la Institución Libre de Enseñanza, una novedosa escuela que 
proponía una enseñanza racionalista y liberal que supuso una notable renovación 
intelectual española.
Tras la Restauración borbónica, vuelve a la política y durante 
la Regencia le vemos ocupando, de la mano de Sagasta, el Ministerio de Fomento 
desde donde creó las Cámaras de Comercio y de Navegación y luego el de Gracia y 
Justicia. Digamos que Montero Ríos fue el precursor en España de la Ley de 
Accidentes de Trabajo. Es elegido senador, Cámara que presidiría años 
después.
En 1888, este santiagués ocupa la presidencia del Tribunal 
Supremo y, como tal, preside la delegación española que dos años después negoció 
el Tratado de París que significaba la liquidación del imperio colonial español. 
Días después escribiría: "Yo no era partidario, no lo fui jamás, ni lo sería 
hoy, del régimen colonial que España, desde los tiempos de los Reyes Católicos, 
había establecido para sus posesiones de América; yo no fui nunca partidario de 
ese régimen que se llamaba de asimilación y que consistía en considerar a las 
colonias como provincias de la monarquía, Siempre fui partidario de la autonomía 
colonial…".
Primer Ministro. Cuando en 1903 muere Sagasta, Montero 
Ríos es nombrado jefe del Partido Liberal, pero cuando el gallego de Compostela 
alcanza el cénit de su carrera política fue dos años después, cuando el rey 
Alfonso XIII le encomienda formar gobierno. Su mandato como Primer Ministro fue 
breve ya que dimitió de su cargo cinco meses después de acceder a él por un 
incidente del rey con algunos militares a causa de un seminario satírico. A 
pesar de todo, fue tiempo suficiente para mostrarse enemigo irreductible de las 
doctrinas regionalistas. 
Eugenio Montero Ríos murió en Madrid el 12 de mayo de 1914 pero 
poco antes de morir escribió una carta al rey en la que ratificaba su más leal 
adhesión a la monarquía. En su testamento dispuso no le fueran rendidos honores 
oficiales de ningún tipo y que tras su muerte se devolvieran al rey las 
condecoraciones españolas que se le habían concedido ya que quería ser enterrado 
como un simple ciudadano. Su cadáver fue trasladado desde Madrid a Lourizán 
(Pontevedra) donde fue enterrado en el panteón familiar.
De alguna forma, Montero Ríos representa el entramado liberal 
del caciquismo político dominante en Galicia y él mismo fue cabeza de una amplia 
familia sanguínea y política (hijos y yernos) con ramificaciones en las cuatro 
provincias gallegas. En vida, su residencia de Lourizán, conocida como la Meca 
gallega, era un hervidero de políticos, periodistas y hombres estacados de la 
época.
La sala de conferencias del Senado, en Madrid, luce un busto de Montero Ríos, 
obra del gran Benlliure, y su ciudad natal le honra con un monumento que se 
levanta en la plaza de Mazarelos. Por cierto que este monumento no pareció 
gustar a otro gran gallego, Torrente Ballester, que dejó escrito: "El monumento 
que Compostela dedicó al más ilustre de los políticos nacidos en su recinto, 
Montero Ríos, si respetable en el bronce, no lo es en la piedra; el que firmó el 
Tratado de París de 1900 merecía un soporte menos achaparrado".
Hilario Fernández / El Correo gallego
 
 
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