Como ya hemos dicho, fueron estos celtas goidélicos, descendientes de Goidel Glas, los que fundaron la ciudad de Brigantia, en el extremo noroccidental de Iberia, y construyeron la gran torre que aún hoy perdura. Breoghan (nuestro Breogán) tuvo diez hijos, el mayor de los cuales se llamó Ith, experto y muy preparado en todo tipo de conocimientos (probablemente sería un druida).
Un buen día, como otros muchos días, Ith subió a la torre que su padre había mandado construir. Pero esta vez había habido tormenta, y cuando ésta se fue, el aire quedó tan limpio que la visión desde la torre era increíble. Azul y más azul; suaves olas que apenas se atrevían a romper sobre la orilla; de vez en cuando una pequeña cresta blanca, esporádica, balanceándose mansamente sobre el fondo azul. Y más allá, mucho más allá, una línea fina donde el azul del mar era sustituido por el azul del cielo. Ith lo observaba todo con deleite, con fruición; hasta que, fugazmente, creyó ver algo extraño, como una lejana mancha verde medio confundida con el horizonte. ¿Sería aquello una nueva tierra desconocida? ¿Sería una isla? ¿Sería fértil? ¿Estaría poblada por seres humanos o por espíritus infernales del más allá? ¿Sería aquella la tierra del no retorno?
Ith no pudo dormir esa noche. A la mañana siguiente se lo comunicó a su padre, y subieron a la torre, pero por más que miraron ya no pudieron ver nada. Y Breoghan trató de convencer a su hijo de que había sido sólo un sueño. Mas Ith no quedó convencido y comenzó a pensar, a imaginarse la posibilidad de armar una pequeña flota y navegar hasta aquel lugar remoto, y conocer qué o quiénes vivían en ese más allá.
Ith trató una y otra vez de convencer a su padre, pero Broghan se mostraba reacio y le hablaba de las dificultades de llegar hasta allá, de los mil peligros, de la posible ferocidad de sus habitantes, de la imposibilidad del retorno. Pero Ith no se amilanaba, y siguió presionando hasta que pudo preparar una pequeña flotilla de naves con las que desafiar al destino. Un último consejo le dio su padre antes de partir: hijo mío, si llegas a salvo a la otra orilla y si por un casual la isla está habitada, ten cuidado con sus habitantes, y nunca desmontes del caballo… Luego le dio su bendición, e Ith partió hacia el norte con sus hombres.
Un buen día, como otros muchos días, Ith subió a la torre que su padre había mandado construir. Pero esta vez había habido tormenta, y cuando ésta se fue, el aire quedó tan limpio que la visión desde la torre era increíble. Azul y más azul; suaves olas que apenas se atrevían a romper sobre la orilla; de vez en cuando una pequeña cresta blanca, esporádica, balanceándose mansamente sobre el fondo azul. Y más allá, mucho más allá, una línea fina donde el azul del mar era sustituido por el azul del cielo. Ith lo observaba todo con deleite, con fruición; hasta que, fugazmente, creyó ver algo extraño, como una lejana mancha verde medio confundida con el horizonte. ¿Sería aquello una nueva tierra desconocida? ¿Sería una isla? ¿Sería fértil? ¿Estaría poblada por seres humanos o por espíritus infernales del más allá? ¿Sería aquella la tierra del no retorno?
Ith no pudo dormir esa noche. A la mañana siguiente se lo comunicó a su padre, y subieron a la torre, pero por más que miraron ya no pudieron ver nada. Y Breoghan trató de convencer a su hijo de que había sido sólo un sueño. Mas Ith no quedó convencido y comenzó a pensar, a imaginarse la posibilidad de armar una pequeña flota y navegar hasta aquel lugar remoto, y conocer qué o quiénes vivían en ese más allá.
Ith trató una y otra vez de convencer a su padre, pero Broghan se mostraba reacio y le hablaba de las dificultades de llegar hasta allá, de los mil peligros, de la posible ferocidad de sus habitantes, de la imposibilidad del retorno. Pero Ith no se amilanaba, y siguió presionando hasta que pudo preparar una pequeña flotilla de naves con las que desafiar al destino. Un último consejo le dio su padre antes de partir: hijo mío, si llegas a salvo a la otra orilla y si por un casual la isla está habitada, ten cuidado con sus habitantes, y nunca desmontes del caballo… Luego le dio su bendición, e Ith partió hacia el norte con sus hombres.
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