7.9.- El camino de Finisterre. Una
vez visitada Compostela, limpia el alma y descansado el cuerpo, había que
emprender el duro retorno. Pero antes de partir todos preguntaban si quedaba
algo más por ver, y las gentes locales le hablaban del mar y del fin del mundo,
de sitios mágicos con leyendas que hablaban del Apóstol, de su hermano Juan y
de la misma Virgen. El peregrino, en principio siguiendo los mismos caminos que
habían seguido las legiones romanas, se acercaba hasta ese fin de la tierra,
hasta ese no más allá de belleza
misteriosa, hasta ese lugar final donde el alma purificada se fundía con la
soledad del lugar.
Y, tras pedir fuerzas al Cristo de
Finisterre:
Santo Cristo de Fisterra,
santo
da barba dourada
dame
forzas para pasar
a
laxe de Touriñana.
visitaba Muxía,
llegando hasta A punta da Barca, lugar donde quedan los restos de las velas y
del casco de la nave que paseó a la Virgen; un barco que, cual los actuales de
hormigón que surcan el gran canal chino, era de dura piedra granítica. Y se
subía a la vela pétrea para ver si conseguía abalarla pues, en tal caso, era señal de que estaba en gracia de
Dios.
Muchos fueron los peregrinos que nos
dejaron testimonio de su visita a Finisterre (Domenico Laffi, el Señor de
Caumont, Bartolomeo Fontana, etc.) y algunos hasta ascendieron al monte San
Guillermo, un monte donde había una capilla con una gran pila a donde iban a
acostarse aquellos matrimonios que no podían tener hijos y que, según nos dice
el padre Sarmiento, era de efectos infalibles. Y luego, el regreso. Unos por
Negreira, el camino directo, y otros bordeando la costa para contemplar la
bella ría de Muros y la bíblica Noia, quizá fundada por Noela, una de las
nietas del diluvial Noé. Santiago les
esperaba nuevamente para darles descanso durante unos días, hasta que tuvieran
que enfrentarse al duro regreso a sus lugares de origen.
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