Pontevedra al atardecer. Foto: j.cerdeira |
Fvndote Tevcro valiente
de aqveste río en la orilla
para que en España fveses
de villas la maravilla...
Sobre la fachada de la vieja
casona renacentista, que antaño acogía el consistorio de la ciudad de Pontevedra, aparecían unos conocidos versos que hablaban de su origen mítico y que la emparentaban con
la lejana Ilión. Los versos, labrados en el duro granito con pretensiones de
eternidad, fueron mandados tallar por el regidor de la villa don Melchor de
Teves a mediados del siglo XVI. Son, por tanto, relativamente recientes. Pero
su mera existencia nos habla de una villa próspera y culta, quizás algo
envidiosa de su rival Compostela, que a falta de un Señor Santiago con el que
relacionarse, busca sus raíces en la lejanía de los héroes de la mitología
clásica para mostrar así su orgullo de ciudad próspera.
Hubo un tiempo en que los hombres
bastante tenían con sobrevivir, y su supervivencia era ya una heroicidad. Mas
vinieron tiempos mejores, y las ciudades se enriquecieron y decidieron dotarse
de un pedigrí que la historia les había negado. Ya en la antigüedad, muchas
ciudades habían acudido a los héroes troyanos y a las narraciones de sus
frustrados regresos para hacerlos protagonistas de la fundación de sus pujantes
urbes. Algo semejante va a ocurrir cuando las comunidades bajo-medievales
comiencen a experimentar significativos procesos de desarrollo, tanto
económicos como sociales. Ellas repetirán el fenómeno recurrente de la
mitificación compitiendo entre sí en la búsqueda de unos orígenes lo más nobles
y arcaicos posible. Y, como ocurriera en la antigüedad, esos orígenes
legendarios seguían buscándose en la heroica guerra troyana, cuando no, ahora, en la misma Biblia.
A finales del medioevo, la villa
de Pontevedra había alcanzado su máximo esplendor. Los escritores coetáneos
hablan de ella de forma elogiosa. El licenciado Molina nos dice que era el mayor
pueblo de Galicia y que estaba formado
por gentes ricas por la mayor parte. A su vez, Juan de Guzmán nos apunta
que disfrutaba de un clima tan benévolo, que inclina á las gentes, no
solamente á que amen los estudios de letras, sino también á que se den á ellos y
favorezcan á los buenos ingenios... y continua diciendo: Y assí este
pueblo creo que tiene dos cosas, en que se señala más que ningún otro de
España. Lo uno que tiene más número de letrados que otro alguno de España de su
tamaño: y lo otro, que tiene clima, el qual á la clara ayuda á los ingenios...
Parece pues lógico que la mayor
villa de Galicia, aquella en la que habitaba el mayor número de gente letrada,
conocedores de los textos de escritores clásicos como Asklepiades de Mirlea,
Trogo Pompeyo, Estrabón, Plinio el Viejo, Silio Itálico y Iuniano Iustino, o de
los medievales como los del propio San Isidoro de Sevilla, en los que se
hablaba de la llegada del valeroso Teucro, mítico arquero de la guerra de
Troya, hasta estos confines del mundo conocido, no podía carecer de los más
antiguos y heroicos orígenes...
Teucro, el legendario fundador de
la ciudad de Pontevedra, era hijo de Telamón, rey de Salamina, y de la princesa
troyana Hesíone. Era, por tanto, griego, aunque por su nombre, (quizás derivado
del origen de su madre: teucro es sinónimo de troyano) suele confundirse con el
otro Teucro, el mítico fundador de la no menos mítica ciudad de Troya. Teucro
Telamónida acudió a la guerra de Troya acompañando a su hermanastro Áyax, rival
permanente de Odiseo. Áyax disponía de un enorme escudo, confeccionado con las
pieles de siete bueyes, tras el que se amparaban los dos hermanos. Teucro, por
su parte, iba armado con un arco infalible, regalo del mismísimo Apolo, que
manejaba con suma destreza. Pero el papel reservado a los dos hermanos en la
guerra fue muy distinto pues, mientras Áyax aparece siempre como uno de los
principales héroes griegos, el papel de Teucro es más bien modesto, quizá
debido a su origen ilegítimo.
Dado el carácter vanidoso y
violento de Áyax, su padre siempre temió por su vida; así que, antes de viajar
a Troya, encargó a Teucro que lo vigilara permanentemente. Todo había ido bien durante
los combates, sin embargo, fallecido Aquiles, Áyax y Odiseo se disputaron las
armas del héroe muerto, y como éstas hubieran sido adjudicadas a Odiseo, Áyax,
no pudiendo soportar la afrenta, se suicidó. Cuando Teucro volvió a Salamina y
contó lo sucedido a su padre, éste le reprochó el no haber evitado la disputa
que condujo a la muerte de su hermano, el no haber recogido sus cenizas y el no
haberlo vengado. Por todo ello, lo desterró.
Teucro tomó el camino de
Occidente, como otros muchos héroes de aquella guerra legendaria. Con algunos
de sus fieles llegó hasta Chipre, donde fundó una ciudad a la que dio el nombre
de su querida Salamina y, más tarde, viajó hasta las costas ibéricas donde se
detuvo de nuevo para descansar y fundar la futura ciudad de Cartagena. Allí,
informado de la muerte de su padre, intentó retornar a su patria, pero sin
éxito pues su sobrino Euriasces, hijo de Áyax, lo rechazó.
Una nueva odisea llevó al apenado
Teucro a navegar por los mares que conducen a Occidente, más allá del Fectum Herculeum, y allí, cuando ya
había perdido toda esperanza de encontrar una tierra que lo acogiera, oyó los
dulces y melodiosos cantos de una sirena (Con
doce voz, coma se de mel fose, cantaba Leucoíña, arrolada pola branca espuma de
tódolos mares...). Sabía que sus cantos eran sinónimo de muerte, mas
considerándose a sí mismo acabado, no dudó en abandonarse a su destino y
dejarse llevar por aquellos aires cadenciosos que parecían presagiar una muerte
apacible...
Pero, mientras dormía, su barco había
encallado en la más hermosa de las rías, en la más ancha, la más limpia, la más
pacífica y la más rica por la fertilidad de las frondosas campiñas que la
bordeaban. Cuando se despertó pudo comprobar cómo sus hombres se afanaban en
bajar a tierra los pocos enseres que les quedaban, y al levantar la vista y ver
aquellas tierras ubérrimas en las que había recalado, las aceptó de inmediato
como su nueva y última morada. Allí creció un pueblo al que sus vecinos
llamaban el pueblo de los helenos o Helenes, o La bella Helenes, y que más
tarde fue... Pontevedra.
Sí, aquellos griegos
descendientes de Teucro cedieron el mando a sus primos romanos, y lo que era un
pequeño poblado entorno a un vado del río, acabó por ser una espléndida villa,
rica, con muchos hombres de letras capaces de recuperar el pasado. De nuevo el
mito se hizo vivo y los hombres, siempre deseosos de emparentar con los dioses,
los adornaron y engrandecieron.
J. Cerdeira 2006
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