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Puente de Iturgaiz, de origen románico en la localidad de Irotz.
En Zubiri, antes de la salida, los peregrinos tratamos de sellar nuestra credencial; en este empeño coincidimos con Richard, un joven peregrino australiano que habíamos conocido en el albergue municipal. En ausencia del hospitalero, finalmente tuvimos que sellar en un establecimiento de hostelería junto a la carretera; conseguido el sello, iniciamos la marcha.
Tras atravesar una especie de cantera, el camino discurre en paralelo al río y, al igual que sus aguas, dirección Pamplona; anduvimos junto a Richard hasta Larrasoaña, donde él optó por continuar el camino marcado mientras nosotros preferimos entrar en el pueblo y conocerlo. Nos dirigimos a la Iglesia de San Nicolás de Bari, donde el párroco nos recibió con afecto e interés y nos selló nuestra credencial. En su tiempo, Larrasoaña era un habitual final de etapa y aunque no vimos albergue, parece que el municipio dispone el polideportivo para acoger al peregrino. Después de caminar un rato por el pueblo, reanudamos la marcha y, casi siempre por un sendero paralelo al Arga, pasamos por las localidades de Akerreta y Zuriain.
En silencio y escuchando sólo nuestros propios pensamientos seguimos caminando, sin grandes dificultades orográficas, hasta Iturgaiz en donde una pista de sólido firme, preparada para ciclistas y paseantes, nos hubiera llevado cómodamente y sin posibles despistes hasta las puertas de Pamplona. Nosotros preferimos, no obstante, seguir el camino que nos indicaban las flechas amarillas, la misma dura ruta que debieron hacer in illo tempore los peregrinos, los de verdad. Nuestro camino se alejó del Arga, en un continuo sube y baja, remontando repechos y, con gran desgaste de nuestras rodillas, descendiendo lomas. Y así sucesivamente hasta que, súbitamente, desde lo alto de un cerro, tuvimos a la vista Pamplona y las ciudades próximas de Villava y Burlada con las que, entre otras, forma su importante área metropolitana.
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Fue entonces, en ese mismo momento, cuando ocurrió… Muy lejos en el horizonte, mirando al Oeste y un poco difuminadas, me pareció ver la silueta de las torres de la Catedral compostelana. Mi compañera, incrédula, alegaba que aún estábamos a más de 750 kilometros de Santiago y que eso no era posible….pero yo las ví, ahí estaban, Compostela está cerca…. Aturdido por esa visión que me dejó totalmente perplejo y aceptando la contundencia de los argumentos de mi compañera, tuve que admitir que el cansancio me había jugado una mala pasada, mas en mi fuero interno …..yo sabía que había visto las torres de La Catedral……
...Pero yo las vi, allí estaban... las torres de Compostela,
(porque "también la piedra, si hay estrellas, vuela" que decía Gerardo Diego)
(porque "también la piedra, si hay estrellas, vuela" que decía Gerardo Diego)
Fue entonces, en ese mismo momento, cuando ocurrió… Muy lejos en el horizonte, mirando al Oeste y un poco difuminadas, me pareció ver la silueta de las torres de la Catedral compostelana. Mi compañera, incrédula, alegaba que aún estábamos a más de 750 kilometros de Santiago y que eso no era posible….pero yo las ví, ahí estaban, Compostela está cerca…. Aturdido por esa visión que me dejó totalmente perplejo y aceptando la contundencia de los argumentos de mi compañera, tuve que admitir que el cansancio me había jugado una mala pasada, mas en mi fuero interno …..yo sabía que había visto las torres de La Catedral……
Atravesamos Villava, donde nos topamos con un hombre que, con evidentes síntomas de haber bebido, nos recibía al poco amable grito de “españoles kanpora”. Nada en nuestra peregrina indumentaria dejaba traslucir nuestra nacionalidad pero el caso es que acertó. Ni sus excesos alcohólicos ni su extraña agresividad pudo perturbar nuestro ánimo, estábamos en Navarra y, por tanto, en España y teníamos un maravilloso camino esperando por nosotros a la salida de este pueblo. Después de atravesar también Burlada, nos plantamos a las puertas de Pamplona, entramos por el puente de la Magdalena y, poco después, pudimos admirar el bello claustro de su Catedral, así como callejear por Curia, Mercaderes y Estafeta donde volvimos a encontrar a nuestro amigo australiano, también recién llegado. Era hora de reponer fuerzas y lo hicimos compartiendo con él algunos pinchos y hablando de nuestros “respectivos caminos”. Yo seguía aturdido, sin atreverme, diría que por miedo a la burla, a contarle lo que había visto. Sólo una cosa tenía segura, estábamos muy cansados. Y no dije nada. Mañana estaba ya demasiado cerca.
M y J