La niebla. Una espesa niebla cubría Pamplona esta mañana. Los peregrinos suelen madrugar y salir muy pronto pues llegar antes al destino prefijado puede casi garantizar plaza libre en los albergues. Nosotros no estamos compitiendo con nadie, salvo quizá con nosotros mismos. Y si al terminar la jornada no hay sitio en los albergues, alguna solución encontraremos. Somos o queremos ser peregrinos, no participantes en carrera alguna.
Las condiciones climatológicas nos provocaron algún despiste en la ciudad pero una amable camarera de una moderna cafetería, que incluso se tomó la molestia de salir a la calle para prestarnos una mejor ayuda, nos dio las precisas instrucciones para reencontrar las flechas amarillas. Casi entre tinieblas, con la húmeda oscuridad de la niebla, logramos atravesar Cizur y salir de la conurbación de Pamplona. Con dificultad, debido al barro, llegamos a Zariquiegui. Cuenta la leyenda que en la misma subida al Alto del Perdón, un sediento peregrino recibió la visita del demonio que le ofreció saciar su sed a cambio de renegar de su fe y de Santiago. El peregrino, exhausto, tentado estuvo, pero resistió. El Apóstol Santiago le premió haciendo brotar allí mismo la Fuente de la Reniega.
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A nosotros también nos llegó la primera tentación de abandono. El lodo hacía muy penosa nuestra travesía, no podíamos avanzar debido al peso de nuestro calzado al que se adherían molestos bloques de barro. Pero aguantamos, animándonos el uno al otro. Y también el Apóstol nos premió. De repente, un inmenso mar de nubes quedó bajo nosotros y pudimos disfrutar de un espectacular paisaje. A nuestra espalda, la torre de la iglesia de Zariquiegui y los altos álamos parecían emerger del mar, al igual que, al Norte, lo hacían las cumbres de las montañas como si fueran islas. Al Oeste, siguiendo el camino ascendente, con alternativas sin barro, ya podíamos ver la cumbre del Perdón. Aquella belleza natural nos dio el aliento necesario para continuar. Ya estábamos arriba, ya coronamos el Alto. Descansábamos un poco junto a una curiosa escultura metálica que simboliza el paso de los peregrinos en distintas épocas cuando llegó un autocar con escolares. Al vernos, un grupo de chicos, alentados por quien debía ser su maestro, nos rodeó, haciéndonos un sinfín de preguntas sobre nuestra experiencia. Fue muy gratificante relatar a aquellos boquiabiertos chiquillos nuestras vivencias, las positivas y las no tanto, los gozos y las sombras de nuestra casi recién empezada peregrinación.
Sumidos en la reflexión sobre la importancia de la docencia y la educación y cómo lograr transmitir de forma atractiva conocimientos y valores a las nuevas generaciones, cruzamos el puerto. Atrás quedaba el mar de nubes, delante el paisaje cambió radicalmente y ante nosotros apareció, luminoso y colorido, el valle de Valdizarbe, dominio de los olivos y los viñedos. Después de atravesar Uterga, Muruzábal y Obanos, donde coincidimos con otros peregrinos que hacían el Camino Aragonés, llegamos a Puente La Reina. En el albergue de los Padres Reparadores nos sellaron la credencial. Después recorrimos su calle Mayor deteniéndonos para admirar la bella portada de la Iglesia de Santiago. Repusimos fuerzas con un “menú del peregrino” en la misma calle Mayor. Inicialmente, nuestra intención era terminar la etapa en Puente La Reina, pero la inyección de moral del Alto del Perdón nos animó a continuar camino. Salimos de la localidad por el puente románico que le da nombre y después de superar fuertes repechos en Mañeru y disfrutar del espectáculo de los viñedos en Cirauqui, llegamos a Lorca. Sin problemas de alojamiento. Nuevo sello en la credencial. Habían sido 37 los kilómetros recorridos. Estábamos muy cansados, pero también muy felices.
M y J