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7.5.- El camino
francés. El Códex, en su libro quinto, constituyó
la primera guía de viajes conocida. Él va marcando pueblo tras pueblo, monte
tras valle, los hitos del Camino; y va señalando los peligros y describiendo lo
que ve con sus ojos de francés, pues francés era Aimerico (Aymeric Picaud), su
supuesto autor. Y no lo hace mal, al menos en cuanto se refiere a la
descripción de los paisajes y de las distintas industrias de los pueblos que
cruzaba, pero luego estaban los hombres, las gentes; y en esto el bueno de
Aimerico pierde los papeles. Para él sólo son buenos y valientes sus vecinos
(...bellos y valientes guerreros...),
mas, en cuanto entra en tierras extrañas, los hombres se le vuelven sombras
monstruosas, con actos depravados e incalificables. Sigamos la guía del francés
hasta Navarra, cuyas riquezas alaba ( ...tierra
considerada feliz por el pan, el vino, la leche y los ganados) pero a cuyos
hombres denigra:
Los
navarros son feos en el vestir y en el comer, que si los veis reputaréis de cerdos o de canes. La lengua, bárbara, que
si los oyeses hablar te recordarían el ladrido de los perros; las gentes llenas
de toda malicia, feas, perversas, pérfidas, de fe corrupta, libidinosas,
borrachas, doctas en toda clase de violencia; faltos de cualquier virtud y
diestros en vicios e iniquidades, parecidos en maldad a los getas y sarracenos,
que por sólo un dinero matan a un francés. Y continua con su sambenito sobre
estos pobres hombres: También usan los
navarros de las bestias en sus ayuntamientos, pues se dice que el navarro pone
un candado en las ancas de su mula para que nadie se le acerque, sino él
mismo...
¿Qué le habrían hecho los pobres navarros
al francés Aimerico? Quizá había leído al obispo Turpin y le dolían con retraso
los golpes recibidos por las huestes de Carlomagno en el paso de Roncesvalles:
¡Mala
la vísteis franceses,
la
caza de Roncesvalles!
Don
Carlos perdió la honra,
murieron
los doce pares...
Sí, quizá. En
todo caso, alguna virtud tenía que adornarles, y Aimerico se muestra más
equilibrado en el párrafo que sigue: son,
no obstante, religiosos y devotos, buenos en batalla campal, malos en asalto a
castillos, justos en el pago de diezmos y asiduos en las ofrendas a los
altares. Y ese mismo equilibrio lo muestra al tratar los asuntos
materiales, pues supo apreciar en sus justos términos la belleza de sus tierras
y de sus pueblos.
Más allá de Estella (...fértil, con buen pan y excelente vino...), el camino se dirige a
Logroño, la capital de la Rioja y del Rioja, y luego, por tierras de Santo Domingo
de la Calzada, hacia Castilla.
Pasados los montes de
Oca, hacia Burgos, sigue la tierra de los españoles... Esta tierra está llena de
tesoros, de oro y plata, produce tejidos y vigorosos caballos, abundan el pan y
el vino, la carne y el pescado, la leche y la miel. Sin embargo carece de
arbolado y está llena de hombres malos y viciosos.
Las verdes montañas van dejando sitio a
los amplios páramos de tierras arcillosas y blancuzcas, tierras de silencio y
lejanía, de hombres rudos, que no malos ni viciosos, y pueblos escasísimos. La
tristeza invade el alma del solitario caminante ante cuyos ojos se extiende un
horizonte infinito:
La tristeza
que tiene mi alma
por el
blanco camino la dejo,
para ver si en la noche estrellada
a muy
lejos la llevan los vientos...
(Federico
García Lorca)
Y sigue el camino. Van pasando Burgos y sus torres, Frómista con
su iglesia románica bellamente restaurada, Sahagún con su antigua abadía
cluniacense capaz de proporcionar a los peregrinos sesenta camas y la renta de dos mil fanegas de trigo, y León, una ciudad que tuvo reyes antes que Castilla leyes.
Más allá, pasado el Órbigo, donde don Suero de Quiñones había
fijado su desafío (el llamado Paso Honroso),
el camino cruza el Bierzo y se dirige a Galicia:
Pasada la tierra de
León y los puertos del monte Irago y monte Cebreiro, se encuentra la tierra de
los gallegos. Abunda en bosques, es agradable por sus ríos, sus prados y
riquísimos manzanos, sus buenas frutas y sus clarísimas fuentes; es rara en
ciudades vides y labradíos. Escasea en pan de trigo y vino, abunda en pan de
centeno y sidra, en ganados y caballerías, en leche y miel y en grandísimos y
en pequeños pescados de mar; es rica en oro y plata, y en tejidos y pieles
silvestres, y en otras riquezas, y sobre todo en tesoros sarracenos. Los
gallegos, pues, se acomodan mejor a las costumbres de nuestro pueblo galo, pero
son iracundos y muy litigiosos.
Aquí Aimerico se esfuerza en alabar tierras y riquezas, pero al
hablar de los hombres, no podía ser de otro modo, no hace sino dedicarnos algún
adjetivo de los que tanto gusta: iracundos
y litigiosos, que no está mal, especialmente si recordamos lo que opinaba
de los navarros.
Y pasado el Cebreiro, con su santuario
conceptuado como el más antiguo monumento del camino, el paso se acelera hacia
Santiago. Van pasando Sarria, con su viejo hospital de los Caballeros de San
Juan de Jerusalén; Portomarín, escondido bajo las aguas de un embalse; Melide,
con su iglesia del Sancti Espiritus; Arzúa; el monte del Gozo... y, al final,
Compostela. Allí, en la catedral, gente que se apretuja para acceder a las
proximidades del altar; padres que cogen de la mano a sus hijos para no perderlos
entre la multitud; hijos que preguntan a sus padres con palabras de Lorca: ¿y cómo son las estrellas aquí?; padres
que responden distraídos: hijo mío, igual
que en el cielo...
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