Este hito nos anuncia los pueblos más próximos
Otra etapa de las que cuesta muy poco sentarse a escribir el diario. Después de echar el último vistazo a la ciudad y con la convicción de que Astorga merece una estancia algo más larga, reemprendimos el camino en dirección a Castrillo de los Polvazares, capital gastronómica de la Maragatería y localidad, anclada en el tiempo, que conserva la esencia de lo maragato, en sus calles empedradas y sus singulares portalones. Ya dijimos ayer que queríamos probar el famoso cocido maragato. Por eso, la intención era comer pronto y por ello tener algún tiempo extra para la digestión de una comida abundante y extraproteica. En Castrillo no fue posible hacerlo, dado el enorme flujo de peregrinos y turistas que llenaron las casas de comida. Pero casi mejor, porque tuvimos la oportunidad de conocer Murias de Rechivaldo donde, en un sencillo bar, junto a la iglesia parroquial, pudimos satisfacer el capricho del cocido. Parecido al conocido cocido madrileño, tiene la singularidad de que la sopa se sirve lo último ¿y, por qué?. Pues nos cuentan que, con ocasión de la guerra de la Independencia, la posibilidad de entrar en combate era tan inesperada y súbita que los mandos ordenaron comer primero la sustancia, garbanzos y carnes, para tomar la sopa sólo si hubiera tiempo para ello. Aunque ahora no son, gracias a Dios, tiempos de guerra, respetamos la tradición maragata y consumimos un magnífico cocido que, como previmos, necesitó de un largo descanso para una adecuada digestión. Recordaremos con afecto y simpatía lo bien que nos atendieron en Murias, en un horario un poco a la noruega.
Alejándonos de Rabanal...
Reanudamos, muy despacio y bajo la lluvia, la marcha hacia Santa Catalina de Somoza y El Ganso. Los bosques de pinos se alternan con los de roble y el monte bajo. Compartimos camino con pequeños grupos de peregrinos, ya más numerosos, pues muchos inician su camino en Astorga y además allí se unen al Camino Francés los que proceden de Andalucía y Extremadura por la Ruta de la Plata. Ya no caminamos casi en soledad, como ha sido la tónica. Casi siempre tenemos, delante o detrás de nosotros, otros peregrinos, con los que intercambiamos experiencias y conversaciones y a los que ofrecimos alimentos enérgeticos que, precisamente hoy, nosotros no necesitábamos.
Arcoiris camino de Foncebadón
Enseguida llegamos a Rabanal del … Camino, claro es. Precioso pueblo maragato donde hicimos un breve alto en un bar en el que compartimos la misma sencilla mesa alargada con bancos a ambos lados, con otros peregrinos, a pie o ciclistas. A todos nos hubiera apetecido prolongar la tertulia que entablamos sobre nuestras respectivas experiencias, pero… aún quedaba mucho camino. Y lo reanudamos abrigándonos bien pues un frío viento nos anunciaba un empeoramiento meteorológico. Casi sin darnos cuenta, comenzamos el ascenso por las laderas del Monte Irago, por senderos entre robles y prados mientras nuestros amigos ciclistas lo hacían, a pocos metros, por la poco transitada carretera; la lluvia no se hizo esperar, fuerte y obstinada nos acompañó durante el resto del camino. Después de un interminable zig-zag y entre neveros, totalmente calados y ateridos de frío, llegamos a Foncebadón, pueblo prácticamente abandonado en el que un albergue y un hostal-albergue parecen ser los únicos signos de vida. Nosotros optamos por el segundo, espléndido y asequible alojamiento construido sobre el mismo lugar en que se celebró el Concilio del año 946 con asistencia de varios obispos de la región. Su propietario es uno de esos obstinados maragatos en devolver la vida a Foncebadón y su entorno. Que esté en pleno Camino de Santiago es, sin duda, un halo de esperanza para estas gentes.
M & JF
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