Benqueridos amigos:
Resulta un honor e un privilexio ser aceptado na Enxebre Orde da Vieira.
Gracias a Carlos de Blas y al Consello por permitir que nos asomemos a esta ventana abierta al mundo de la galleguidad.Pero reflexionar y agradecer en nombre de todos los aquí convocados, es además una responsabilidad de la que espero ser merecedor.
Estamos en la víspera de San Patricio, un día antes de los desfiles y del cumpleaños de mi hijo Xan Ayres, un brillante y orgulloso quinceañero, celta y gallego nacido en Texas. Y celebramos hoy en el Hotel y Centro de Conferencias Adria, que es un lugar gallego en esta otra provincia gallega llamada Nueva York, a empresarios y altos ejecutivos, como Antonio Pérez Alvarez, vigués coma min; como Eduardo Pan Rodríguez, coruñés de Meirás quien un día se fue a La Habana y otro día salió de Cuba, como mi esposa Zunilda, quien es gallega de adopción y cubana de Texas.
Celebramos a Luisa López Vázquez, ourensá de Ramiráns; a Delfín Cid Álvarez, de Ourense; a Bernardo Riveiro Bernardez, de Tui.
Celebramos hoy también a educadores y profesores universitarios, como Dolores Rodríguez Sánchez, como Octavio de la Sauree Quintans, como Teresa Anta San Pedro, como Manuel Zapata Couceiro.
Celebramos a artistas, como la gaiteira Cristina Pato Lorenzo.
Para asegurar la ley y el orden, la Enxebre Orde da Vieira da la bienvenida a un funcionario de la Policía de Nueva York, Rafael Piñeiro Alonso, gallego de aquí. Y a un alcalde madrileño, esa otra manera de ser gallego: Ignacio García de Vinuesa Gardoqui.
Para asegurar la salud del cuerpo, la Vieira celebra al doctor Manuel Outes Ruso, picheleiro, es decir, compostelano, como mi hija Kenia Elena quien este año entra en la Universidad para especializarse en estudios asiáticos. Ella será ejemplo de la influencia gallega en China y en Japón.
Y finalmente, para asegurarnos el Cielo y para poner a buen recaudo el futuro de nuestras almas, A Enxebre Orde da Vieira celebra y acoge a un sacerdote: Monseñor Perfecto Vázquez Alvarez, ourensá e benedictino.
Y claro, la Vieira acoge hoy a quien les habla: un peregrino vigués.
Porque si hay algo que nos une a todos es el espíritu del camino. La aceptación del cambio. Y el ser capaces de mantener ese fuego de la tribu vivo en el corazón para pasarlo a quienes lo acepten de Buena fe: a los “bos e xenerosos”, como canta nuestro himno.
Ser gallego es más que un origen. Es un destino. Nacer gallego, proceder de Galicia o aceptar esa vinculación es reconocer que estamos atados de por vida al finisterre, al Fin de la Tierra. Al tiempo que aspiramos sin cesar a ese más allá que solo nosotros sabemos que existe.
Porque los Gallegos somos gentes de fe y profundamente descreídos. Inventamos la retranca para superar la angustia y cuando nos preguntan por algún fracaso respondemos con otra pregunta. Y cuando nos piden la receta del triunfo, respondemos: ¿Y por qué me lo pregunta? Y cuando nos inquieren si la clave del éxito está en irse o en quedarse, en hacer esto o en hacer lo otro, siempre respondemos: “Depende”.
Una de dos: o la teoría de la relatividad se inventó en Galicia, o Albert Einstein era gallego.
Porque para nosotros las contradicciones no se excluyen entre si, sino que conviven en armonía y se necesitan. Por eso somos capaces de ser de dos o de tres sitios a la vez, sin volvernos locos.
No hace mucho me comentaba el prestigioso periodista estadounidense Jorge Ramos algo que le confesó la novelista Isabel Allende: sí, podemos ser de dos sitios con plenitud. Pero los Gallegos, les recordé a Jorge y a Isabel, hemos aprendido a añadir otra dimension a esa dicotomía. Somos capaces de relativizar la vida sin perdernos. Vivimos el éxito y el fracaso, el desarrollo personal y el profesional, en otras tierras y en otras lenguas, siendo fieles a nosotros mismos. Porque sabemos que ésa es la forma más bella de mantener la conexión con nuestros antepasados.
La primera vez que entrevisté a Gloria Estefan, le agradecí por su canción “Mi Tierra” y nos emocionamos al aceptar que, es cierto, “la tierra te llama”. Pero nadie como un gallego sabe responder a ese llamado y vivir fructíferamente, en cualquier continente, lo que yo llamo la normalidad de la nostalgia, de la morriña, de la saudade.
En este acto de la Enxebre Orde da Vieira en Nueva York nos acompaña una persona que ha sido muy importante en mi vida y en la de mi familia como conector con la fuente gallega. El es Xosé Luis Blanco Campaña. El fue director de la Radio y de la Televisión de Galicia durante un tiempo muy importante para mi vida profesional en la Tierra. Gracias a Xosé Luis fui enviado a Cuba en el año 91 para cubrir la visita del entonces presidente Fraga a la isla y quise ayudar con mis crónicas a recuperar la galleguidad antillana. Gracias a Xosé Luis ejercí de corresponsal de la Radio pública de Galicia en Estados Unidos cuando mi decisión de emigrar fue irrevocable. Gracias a Xosé Luis comprendí el significado de la lealtad profesional y humana a la galleguidad. Esa filosofía que se resume en una frase: donde hay un gallego, allí está Galicia.
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En el verano de 1990 tuve la oportunidad de conversar en la TV de Galicia y de cenar en una noche inolvidable con el doctor Severo Ochoa, premio Nobel de medicina y amante incondicional de esta ciudad de Nueva York. El doctor Severo Ochoa se encontraba descansando en Galicia, en el balneario de A Toxa. Había regresado a España para despedirse del mundo. Pero todavía le quedaba una luz intensa en la mirada y cuando le comenté sobre mis sueños americanos, don Severo me dijo, casi regañándome: “Avendaño, váyase a Estados Unidos. El Paraiso existe”. Yo intenté explicarle que el Paraiso estaba en Galicia y él intentó convencerme de que el Paraiso estaba dentro de nosotros. No recuerdo mucho más de aquella noche de un verano gallego de 1990, pero creo que los dos teníamos razón. Al final de sus días, don Severo regresó a España y se paseó por Galicia. Hoy todos nosotros regresamos periódicamente a Galicia, en la realidad o en el pensamiento. Es lo que nos permite mantenernos conectados a una fuente interior inagotable.
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La primera vez que comí con el presidente de la compañía para la que trabajo, Donald Graham —heredero de esa gran institución mediática que es el Washington Post— o cuando conversé con Ben Bradley y Bob Woodward —los desenterradores del Watergate y dos mitos vivientes del periodismo mundial—, lejos de sentirme feliz o importante por mis logros profesionales, me sentí más vigués y más gallego que en toda mi vida.
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Estoy seguro de que a ustedes también la galleguidad les ha ayudado a seguir adelante. Ustedes y yo, y los que nos precedieron, y quienes se unirán en el futuro a esta cofradía somos como barcos que navegan con seguridad en las procelosas aguas de la vida porque hay un faro que nos guía y nos protege. Ese faro se llama Galicia.
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Saúde e Terra. Moitas Gracias.