Castaños centenarios en Ramil
Amanece en O Cebreiro. El frío de la madrugada se compensa con un caliente café en un multitudinario desayuno con varios grupos de peregrinos. Por encima del bullicio y el ruido de los cubiertos y las tazas, hay un significativo silencio. Estamos en Galicia. Queda poco, Santiago está a sólo 155 kilómetros. Es posible que las etapas duras o de gran longitud ya sean pasado. Pero queda tan poco que lo que nos preocupa es que un leve tropezón, una inoportuna indisposición o unas inesperadas ampollas pongan en riesgo, tan cerca de la meta, conseguir eso que anhelamos, entrar en Compostela. Así que, nos conjuramos, despacio y con atención.
El paisaje nos ayuda, desde luego. Desde la altura de O Cebreiro, y por encima de las escasas nubes, iniciamos el camino. Los bosques de robles y castaños de la Sierra de O Courel se alternan con los prados y las verdes lomas. El trazado de la etapa es suave, en ligero descenso sólo alterado por los altos de San Roque y de Poio. Las vistas, deliciosas; y el sendero, aunque muy cercano a una carretera, ameno y entretenido. Después de atravesar Hospital y Padornelo, hicimos un descanso en Fonfría, donde una señora de avanzada edad sorprende al peregrino con unas magníficas tortas de leche. Antes de emocionarnos con su actitud nos damos cuenta del excesivo interés en que el peregrino deje su voluntad. No importa, las tortas estaban estupendas y teníamos intención, como siempre, de dejar la nuestra.
Triacastela está ahí abajo...
Después de O Biduedo se inicia un fuerte descenso. Ya estamos en el Concello de Triacastela (¿tres castros? ¿tres castillos?) y la cabecera del municipio se adivina allá, al fondo del valle, protegido por el Monte Oribio. Pero quedan aún siete u ocho kilómetros de recorrido, en continua bajada, que, ¿para qué decir otra cosa? nos machaca las rodillas. Cuidado!, nos dice nuestro Ángel de la Guarda. Y le hacemos caso descansando en Filloval, donde compartimos tregua (y los mismos avisos en las rodillas) con Alfredo, un afable y cordial venezolano con el que tuvimos el placer de compartir un café y platicar. Era su primera visita a España y no encontró mejor modo de hacerlo que peregrinar a Santiago. Maravillado por la riqueza artística que acumulaban tantas localidades desde Roncesvalles y más aún por la profunda carga espiritual y religiosa que advertía en esta milenaria ruta, nos prometió que volvería el próximo año, esta vez con su familia. Se emocionó al conocer la tradición de recoger una piedra caliza de una cantera próxima que más adelante el peregrino entregaba para colaborar en la construcción de la catedral de Compostela (ver: el transporte de piedras). No sabemos si fue el descanso o si fue la conversación con Alfredo, pero lo cierto es que nuestras rodillas habían casi sanado y nos dispusimos a acometer la recta (es un decir) final de la etapa.
Verdes valles cerca del "Alto do Poio"
Triacastela estaba ahí abajo. Y poco después de pasar junto a los centenarios castaños de Ramil, en ella entramos por una calleja donde se ubican la Iglesia románica de Santiago, los albergues y la mayoría de establecimientos privados pensados para el peregrino y el turista. Lamentablemente, uno de ellos, situado a la izquierda del camino y de contundente nombre jacobeo, nos pareció un ejemplo de pésima calidad, vendiendo alimentos en dudoso estado y sobre todo, perjudicando la imagen del Camino, además de la gastronomía y el turismo gallego y español. Sentimos decirlo. Pero también creemos que debemos hacerlo.
M & JF
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