Cielo nublado al salir de Sarria
Hoy ha tocado lluvia. Como es habitual en Galicia, a día soleado sigue día nublado. Claro, que eso es garantía de verdor y de vida, de hierba que nace en el valle a golpes de sol y de agua, como diría el conocido cantautor. Y equipados para lluvia comenzamos la etapa en Sarria, junto a la estación de tren. Allí nos concentramos muchos grupos de peregrinos y recordamos que la localidad es el habitual punto de partida para aquellos que quieren cumplir la peregrinación mínima, los 100 kilómetros. Una fuerte subida nos conduce al Castro de As Paredes, donde un mojón nos indica la distancia, 109 kilómetros. Por cierto, nos avisa un veterano peregrino que la señalización de los mojones no es exacta, ya que debido a las obras, dice, de entrada en Santiago, en realidad nos quedan dos o tres kilómetros más. No importa, pensamos, la aventura jacobea es mucho más que una discrepancia en la señalización, aunque el error sea, digamos, en nuestro perjuicio.
Puente sobre el embalse de Belesar
Poco antes de Barbadelo, en la aldea de Vilei, aprovechamos para secarnos un poco, sacudir los chubasqueros y tomar un café en una especie de bar automático donde en ausencia de personal existen máquinas para cambio de monedas, para cafés, refrescos y algún alimento. Y autoservicio para sellado de credenciales. Nuestro avezado acompañante nos recomienda que sellemos en varias localidades de cada etapa, pues la Oficina del Peregrino en Santiago puede denegar la Compostela si tiene dudas sobre la veracidad del tramo recorrido. Hay quien trata de engañar y de engañarse yendo en coche a la localidad de cabecera y a la de llegada y le ponen ambos sellos en su credencial y tan contento que se queda, nos dice. No entendemos cómo alguien puede ser capaz de falsear su credencial. ¿A quién quiere engañar? ¿ante quién quiere exhibirse? El Apóstol y Dios y la conciencia de cada uno (¿o es lo mismo?), saben quién ha hecho el esfuerzo y quién no. Pero como también valoramos la obtención de la Compostela y no nos gustaría nada quedarnos sin ella, le hacemos caso. El problema es que las casillas libres de nuestras credenciales se nos están agotando y no podemos sellar en todas las localidades por las que pasamos. Solución, además de sellar dos veces en la cabecera y final de cada etapa, también pondremos sellos de localidades intermedias en unas hojas adicionales.
Iglesia de San Nicolás, en Portomarín
En fin, que con esa preocupación seguimos nuestro camino. Suaves ascensos y descensos se suceden en la ruta, a modo de toboganes. La vista del horizonte después de cada ascenso nos da referencias del perfil de la etapa. Pero hay un descenso algo distinto, más largo y la siguiente loma se nos antoja algo más lejana. Naturalmente; estamos llegando al padre Miño, el río de Galicia, que cruzamos por el puente sobre el embalse de Belesar, en cuyo fondo reposa sumergido el viejo Portomarín, cuya preciosa iglesia de San Nicolás, ejemplo de románico lucense, fue trasladada piedra a piedra a mediados del siglo pasado hasta su actual emplazamiento en lo alto del nuevo pueblo. Para nosotros, un ejemplo de compatibilidad entre desarrollo y respeto por la historia, el arte y la cultura. Por lo demás, el nuevo Portomarín se yergue sobre el Miño, exhibiendo sus blancas galerías y fachadas y acogiendo al peregrino con una múltiple oferta de establecimientos y albergues. Muy bien, un diez.
M & JF
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