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Figa en azabache
4.6.- Las figas o higas. El peregrino ha cumplido ya con los ritos establecidos en la catedral compostelana y, con sus vestimentas renovadas ante la Cruz dos Farrapos y su alma limpia como corresponde a quien acaba de confesar, comulgar y recibir las indulgencias correspondientes, se dirige a callejear por la ciudad. Una nube de vendedores se arremolinan a su alrededor y se dirigen a él en una mezcolanza de todas las lenguas del universo:
-¡Barato, vendo barato! ¡Azabaches, vieiras de plata y de las otras, bordones, sombreros, correas...! ¡Las mejores botas de vino, escudillas de piel de ciervo, hierbas... para el catarro, para la vista, para el estómago...! ¡Todo barato!
-¡Hoy a mitad de precio! ¡Vieiras, conchas de vieira, herbas de namorar, figas, el auténtico amuleto contra la impotencia...!
-¡Figas en azabache, en piedra, en plata...! ¡Más eficaces que la viagra...!
El peregrino se siente aturdido. Con su bordón aparta a los jovenzuelos que tiran de él hacia los distintos tenderetes. Ya dispone de concha de vieira, pero pregunta el precio de alguna de artificio por si estuviera a su alcance y pudiera llevarla como regalo para cualquiera de sus familiares. Mira las vieiras y los numerosos objetos de plata, y aquellos ramilletes de hierbas mágicas, y aquel puño cerrado de forma extraña, con el pulgar que se cuela entre índice y corazón. Con monótona insistencia lucha contra los chiquillos que le empujan, contra los vendedores que hablan su lengua sin que él pueda entenderlos, contra otros peregrinos que intentan adelantarle en la observación de la mercancía.
En un momento toma la decisión, suelta los maravedís que le piden y se hace con el negro amuleto de azabache, amuleto que esconde rápidamente en su escarcela mirando hacia los lados por si alguien le observa. Y se va. Contento, pero nervioso. Y es que, en el fondo, no está muy seguro de si aquello es obra del señor Santiago o del mismísimo señor de los infiernos.
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