¡AL FIN, COMPOSTELA!
Tunel de acceso a la plaza del Obradoiro
Por la Rúa de San Lázaro nos adentramos en la capital de Galicia. Junto al Palacio de Congresos, desciende de un autocar un grupo de escolares portugueses. Su tutor se dirige a nosotros y nos pregunta, en un castellano aceptable, dónde habíamos comenzado el Camino. Desde Roncesvalles, le dijimos. Inmediatamente reunió a los chiquillos que nos rodearon comenzando una rueda de preguntas, que el tutor traducía. Nuestras respuestas en castellano eran entendidas bien, o eso parecía. Cuántos kilómetros hacíamos al día, qué comíamos, cuántas etapas, cuántas ampollas nos habían salido, etc, fueron sus preguntas. Uno de ellos, más atrevido, nos preguntó algo que ya rondaba nuestras cabezas, ¿lo vais a repetir?. Ya veremos, es probable. El tutor también nos preguntaba detalles e intentaba con ello despertar el interés de los chicos. Ellos estaban haciendo, en autocar, la doble visita que como luego supimos muchos otros portugueses habían organizado: Fátima y Compostela. Fue la segunda vez, la primera fue en el Alto del Perdón, en Navarra, que vivimos la impagable experiencia de animar a los chavales a vivir la aventura de la Ruta Jacobea.
¡Al fin, llegamos!
Pero ojo, aún no habíamos terminado del todo, así que nos despedimos del grupo, entre cariñosos aplausos y seguimos camino. El callejeo por Santiago fue inolvidable, qué ganas de entrar en el Obradoiro. Por fin, tras pasar frente al Monasterio de San Martín Pinario, un pasadizo abarrotado de músicos callejeros y turistas, nos da paso a la gran Plaza. No se puede describir lo que se siente. Apenas podíamos hablar. Unos peregrinos ciclistas bajaban de sus “bicis” y se arrodillaban besando el suelo. Otros se abrazaban jubilosos. Alguno, más bien todos, lloraba. Nosotros, frente a la fachada de la Catedral y flanqueados por el Palacio de Raxoi y el Antiguo Hospital de Peregrinos, hoy de los Reyes Católicos, estábamos sobrecogidos por la emoción. Numerosos grupos que se autoidentificaban portando las banderas de sus lugares de procedencia, Andalucía, Extremadura, Portugal, Polonia, Irlanda, Estados Unidos, se unieron en un improvisado y gigantesco corro, en cuyo centro un par de jóvenes cantaban acompañados de sus guitarras. Al compás de la música, todos unimos nuestras manos, desplazándonos siguiendo el suave ritmo y permitiendo se unieran al corro los peregrinos que seguían llegando incesantemente. No hay palabras. Mejor vengan a verlo.
Cola para la Misa del Peregrino
Aún impactados por la emoción y olvidando el cansancio acumulado, bordeamos la Catedral y nos dirigimos hacia la Rúa do Vilar, donde se ubica la Oficina de Acogida al Peregrino. Allí, hicimos cola para obtener la preciada Compostela, el documento escrito en latín que acredita haber hecho la peregrinación y que guardaremos como oro en paño. Al salir, peregrinos y turistas nos afanábamos en entrar en la Catedral para asistir a la Misa del Peregrino. También pudimos ver el vuelo del Botafumeiro, indebida mezcla, todo hay que decirlo, de significado jacobeo y espectáculo turístico. El abrazo al Apóstol hubimos de dejarlo para el día siguiente habida cuenta la imposibilidad de hacerlo ante la masiva afluencia de personas. Y la visita al Pórtico de la Gloria, desgraciada aunque necesariamente en obras y los tradicionales tres “croques” habrá que dejarlos para otra ocasión. Después de cumplir, en la medida de lo posible, con los ritos jacobeos, era preciso descansar mente y cuerpo, aturdida pero feliz la primera, ciertamente dolorido el segundo.
M & JF
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