miércoles, 21 de julio de 2010

Diario de una pareja de peregrinos. El Epílogo

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El día después

Nuestras "Compostelas"

Un sentimiento contradictorio nos invadía. Mientras hacíamos cola para abrazar al Apóstol, comentamos los paradójicos pensamientos que ocupaban nuestras cabezas. Por un lado, felicidad absoluta. Habíamos cumplido la promesa y habíamos alcanzado un reto personal y de pareja que, al planearlo, nos dejó muchas dudas de si seríamos capaces. Lo fuimos. Hemos cumplido la promesa, porque, como dicen los versos del Eclesiastés, cumple pronto cuando a Dios hicieres promesa, porque Él no se agrada de los insensatos, mejor no prometas que prometas y no cumplas.

Pero por otro lado, nos sentíamos como vacíos. Y mañana ¿qué?. La implicación personal en la Ruta ha sido tan fuerte que nuestras vidas han girado alrededor de ella durante todo el tiempo que hemos empleado. ¿Es posible que mañana no tengamos etapa?, ¿es posible que mañana no vivamos otra vez la experiencia de compartir frutos secos y agua con ese grupo de peregrinos?.

Hemos conocido tanto…. Arte, cultura, ingeniería, naturaleza. Catedrales e iglesias; lenguas y acentos; gastronomía y tradiciones; puentes y canales; altos y valles, bosques, viñedos, prados y tantas cosas más. Hemos disfrutado de la Galicia interior y, claro es, de Santiago. Sí. Pero mañana, ¿qué?. Nos hemos demostrado capaces de lo más difícil. Pero, ¿y nuestras vidas habituales?, ¿cómo vamos a afrontarlas?.

Con esos pensamientos seguimos avanzando lentamente en la cola para abrazar al Apóstol. Y creemos que el Apóstol nos da la respuesta. Hemos asumido que la vida será distinta después de esto. Hemos sabido en carne propia cuáles son nuestros techos, pero también nuestras posibilidades. Y que se puede disfrutar tanto de dar como de recibir, tanto de ayudar a quien lo necesita como de recibir ayuda de quien te la ofrece. Que hay gente maravillosa, con independencia de su posición, de su raza, de su lengua, de su religión. Y que también los hay aprovechados y sinvergüenzas. La experiencia jacobea es irrepetible, aunque la repitamos. Nos quedamos con sus enseñanzas, las buenas y las malas. Con las emociones, sentimientos y reflexiones que hemos experimentado a lo largo de estos largos setecientos y pico kilómetros.

Y de nuevo nos refugiamos en el Eclesiastés para combatir el vacío dejado por la promesa cumplida y el reto alcanzado: un tiempo para nacer y un tiempo para morir; un tiempo para plantar y un tiempo para cosechar; un tiempo para matar y un tiempo para sanar; un tiempo para destruir y un tiempo para construir; un tiempo para llorar y un tiempo para reír; un tiempo para estar de luto y un tiempo para saltar de gusto; un tiempo para esparcir piedras y un tiempo para recogerlas; un tiempo para abrazarse y un tiempo para despedirse; un tiempo para intentar y un tiempo para desistir. Añadimos nosotros, un tiempo para la peregrinación, otro para vivir conforme lo aprendido en ella.

Llega el turno del abrazo al señor Santiago. Y, en silencio, le pedimos por los nuestros y le agradecemos habernos ayudado a llegar hasta aquí. Y, por lo bajito, le decimos: algún día volveremos.

Mayra Machado / José Félix Talegón

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