Prados y valles en la subida al Cebreiro
Llegó el gran día, el día en que se pondrán a prueba la preparación física y también la entereza, la ilusión, el ánimo y el deseo de llegar a Compostela. Es, sin duda, la etapa reina del Camino Francés. En ello coinciden los códices antiguos y las guías modernas. Es una jornada dura, demasiado larga, pues excede con creces los 20/25 Kms. diarios que se recomiendan para el peregrino caminante y en la que, además, habremos de salvar el más fuerte desnivel de cuantas etapas hayamos recorrido. Sin embargo, desechamos la idea de partir la etapa en dos. Galicia está demasiado cerca como para demorar nuestra llegada un día más.
Miramos hacia el Noroeste. Sentimos el contraste entre las imponentes montañas, estribaciones de los Ancares, que separan León de Galicia y la insignificancia, la menudencia de los diferentes grupos de peregrinos que nos disponíamos a enfrentarnos con ellas. Sabíamos que si llegamos allá arriba, a O Cebreiro, habremos salvado la mayor de las dificultades externas para lograr nuestro objetivo. Y con ese deseo, bien abastecidos de agua y alimentos energéticos, comenzamos la marcha. La ruta se inicia por un carril junto a la carretera que asciende a Piedrafita, apenas separada de ella por el propio quitamiedos. Atravesamos Pereje y Trabadelo, La Portela y Vega de Valcarce, Ruitelán y Las Herrerías donde, en realidad, comienza la verdadera subida.
Mojón jacobeo, ¡estamos en Galicia!
Ahora sí, una fuerte pendiente sobre el asfalto de una carretera secundaria nos aleja de Las Herrerías. Nos quedaban horas de una interminable subida por sendas de montaña, a menudo dificultadas por rocas, raíces, agua. Nos detuvimos numerosas veces para recuperar el resuello, sí, pero también para disfrutar las increíbles vistas de las vegas de Valcarce y Burbia, de los verdes pastizales, de los bosques de castaños y robles, de los pequeños pueblos de montaña que más que despedirnos de León nos dan la bienvenida a Galicia.
Seguimos la ascensión. La Faba y Laguna de Castilla serán los últimos dos núcleos de población de León. La pendiente se suaviza, relajamos algo los doloridos músculos. Quedan aún algunos kilómetros de senda entre el paisaje más pelado de la alta montaña; abajo quedan los prados y los bosques, los ríos, las casas. Arriba, sólo la montaña y allí, donde ésta parecía terminar, un pequeño grupo de árboles y algo que parecía un grupo de cabañas. Podía ser O Cebreiro, dijimos, pero queda aún lejos. Pensamos que el límite provincial y regional estaría allí, pero nos sorprende y nos emociona un mojón que, adornado con la Cruz de Santiago y los símbolos identitarios lucenses y gallegos (y con alguna que otra pintada no tan emocionante) marca la entrada en Galicia. Ante él, un extraño impulso hace que nos arrodillemos.
Palloza en O Cebreiro
Entre lágrimas de dolor y cansancio pero, sobre todo, de emoción, recorrimos el escaso kilómetro que nos separaba de Cebreiro. Ahora sí. Ya estamos en nuestra querida Galicia. Las restauradas pallozas salen enseguida a nuestro paso que, sin apenas dudar, nos lleva a la Iglesia de Santa María la Real, donde logramos estampar el primer sello gallego en nuestras credenciales. Era ya hora de descansar de tanto esfuerzo físico y de tantas emociones.
M & JF
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