viernes, 16 de julio de 2010

Apuntes Jacobeos: Oficios catedralicios

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Tiraboleiro

4.8.- Oficios catedralicios. Entre los numerosos cargos y oficios relacionados con la catedral compostelana hay unos cuantos que ejercen sobre nosotros una atracción especial, quizá por cierto desconocimiento de cuál es su ocupación exacta, quizá por la sonoridad de sus nombres. Veamos.

El arqueiro. El origen de la palabra parece estar claramente relacionado con el término arca, un cajón normalmente de madera para contener objetos de valor. De ahí el término contable arqueo con el significado de contar, comprobar lo que hay en la caja o arca.

En la catedral compostelana, el arca de la que deriva el nombre de arqueiro, estaba situada fuera de la Capilla Mayor, del lado del Evangelio, junto a la imagen de Santiago Alfeo. En ella se iban depositando las ofrendas que el arqueiro custodiaba. Pero parece que al lado de este vigilante se colocaba otro clérigo, subido a la propia arca, encargado de estimular la generosidad de los devotos. Arqueiro y acompañante iban provistos de sendas varas con las que, anunciada la indulgencia por el canónigo correspondiente, tocaban al peregrino y le sugerían la conveniencia de hacer algún donativo de tipo material.

En el arca se depositaban únicamente los donativos anónimos, mientras que los nominales y los procedentes de personajes ilustres se consignaban en libros y registros especiales. El arqueiro permanecía siempre junto a su arcón, por lo que no era necesario recorrer la iglesia con esas bolsas negras que se utilizan hoy en día para invitar a los fieles a la generosidad, ni las calles, que se recorren en la actualidad por niños o mayores solicitando donativos para cualquier causa noble. Sin embargo, el servicio prestado por los bancos, con la apertura de cuentas destinadas a servicios de ayuda para causas especiales, hicieron innecesaria la existencia del tradicional arqueiro, el noble contable recaudador de óbolos y voluntades.

El lenguaxeiro. Este es el nombre que vulgarmente recibía el sacerdote capaz de hablar distintas lenguas. En principio se había dispuesto una parroquia especial para gentes de lenguas extrañas (vascos y extranjeros) en la capilla de la Corticela. Sin embargo, los confesionarios para ellos (pro lingua gállica et hungárica, pro lingua itálica et germánica, etc.) estaban situados en la Capilla del Salvador o del rey de Francia. Allí podían confesarse en su propio idioma por muy extraño que éste fuera.

Fabriqueiro. La palabra tiene su origen en el trabajo cotidiano de quien se ocupaba de mantener, y si acaso mejorar, la fábrica de la Catedral. Fabriqueiro es, por tanto, el canónigo encargado de las obras, el que ha de negociar cada uno de los presupuestos con los arquitectos y maestros de obra y llevar la contabilidad y supervisión de los trabajos.

Tiraboleiros. Se llama así a los encargados de hacer que el turibulum o incensario se columpie de una a otra ala del crucero. Son ocho personas, tradicionalmente hombres, que tiran de los ocho ramales de una cuerda que sube hasta un aparejo situado en lo alto de la linterna. Allí hay unas poleas que convierten el movimiento de vaivén de la cuerda de la que tiran los tiraboleiros en un movimiento oscilante que hace columpiarse al enorme incensario. El movimiento de los tiraboleiros requiere una perfecta sincronización por lo que uno de ellos se encarga de marcar el ritmo de forma continuada.

La profesión de tiraboleiro estaba, como otras muchas, reservada a los hombres, pero hoy ese mito ha caído y ya tenemos mujeres tirando de la robusta maroma que sujeta y hace balancear al grandioso sahumerio.

El pertegueiro. Según Federico Pomar, se denominaba con el título de pertegueiro al ministro secular que, en las iglesias catedrales, acompañaba a los oficiantes llevando una pértiga guarnecida de plata. El pertigueiro era el encargado de abrir paso y de hacer cumplir las normas dentro, e incluso fuera, de la Catedral. Sin embargo, el cargo se fue convirtiendo en algo honorífico, en un cargo para nobles e infanzones.

Es posible, nos dice el citado Pomar, que aquellos pertegueiros acabaran por convertirse en esos portadores de varales que preceden al Cabildo o al conjunto de oficiantes en las ceremonias catedralicias, vestidos con largo manto o capa ornada, con una a modo de esclavina de la misma pieza que llegaba hasta la cintura y que, según recuerdo del pasado, llevaban su cabeza cubierta por una peluca con sentido de antigua respetabilidad.

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